El curso pasado decidí ver Romeos con mis alumnos de alemán. Una película que, sin ser excepcional, sí cuenta con acierto y con sensibilidad la lucha de un transexual por llegar a ser quien realmente es. Recuerdo el desconcierto inicial de mis grupos de la ESO y, sobre todo, los debates que surgieron al finalizar el visionado del film. Pero, sobre todo, recuerdo cómo valoraron el esfuerzo del protagonista y llegaron a empatizar con una situación que desconocían y que, por primera vez, vieron de manera evidente ante sí. Y cómo se alegraron de ese final feliz en el que el protagonista conseguía celebrar su identidad y vivir plenamente su primer amor. Un desenlace cinematográfico que, por desgracia, dista mucho de la tragedia real que acaba de llevarse consigo la vida de Alan, un menor de 17 años en Barcelona.
Esa invisibilidad educativa es, sin duda, uno de los grandes problemas que ha de afrontar la transexualidad. Como tantas otras realidades, su presencia en nuestras aulas es, en el mejor de los casos, epidérmica y en la mayoría de ellas, inexistente. ¿Cómo se puede educar contra la discriminación y a favor de la integración trans si ni siquiera se aborda en la escuela? ¿Cómo luchar contra el acoso -terrible e implacable- que sufren estos menores en nuestra sociedad y en sus centros escolares si no trabajamos su realidad con nuestros alumnos?
Pero no pasa nada, porque como es una lucha que no es nuestra, podemos permitir que sigan sucediendo tragedias como la de Alan, un menor transexual de 17 años, se ha quitado la vida al no poder más con el acoso escolar que sufría desde hacía tiempo. Alan había cometido dos gravísimos crímenes. El primero, defender su derecho a su propia identidad. El segundo, tener la valentía de expresarlo, hasta ser uno de los primeros menores trans en cambiar su nombre en el DNI en Cataluña. Y su coherencia, su valor y su madurez se han visto castigadas por la mediocridad ajena, por la indiferencia de quienes habrán mirado para otro lado mientras era humillado e insultado, por la ausencia de medidas eficaces en su protección, por una sociedad que cultiva el acoso en todas sus formas y que da lugar a hechos tan tristes como este.
La muerte de Alan es una derrota de todos. Porque nos pone frente al espejo de nuestra incapacidad para proteger a esos menores que sufren discriminación por ser quienes son. Menores que, por circunstancias diversas, han de afrontar la burla y la humillación (física, cibernética, cotidiana) de su entorno escolar ante la complicidad de ciertas familias, la desidia de ciertos docentes y el silencio de ciertos compañeros. Y claro que hay familias, docentes y compañeros que se implican, sí, pero está claro que no son ni somos suficientes. Y no lo son porque la identidad es un hecho frágil y doloroso al que se enfrenta cualquier adolescente. Trans, heteros, bis, gays, lesbianas… Qué más da la etiqueta que pongamos a su realidad: todos ellos sufren un proceso de conocimiento personal que les lleva a lugares oscuros y complejos, en una tensión continua entre la necesidad de aceptación social y la necesidad de afirmarse como individuos. Este año, en que colaboro dando un taller literario a adolescentes que han pasado por intentos de suicidio, tengo que afrontar ese abismo en sus miradas, esa profunda sima en la que se hallan a causa de la incomprensión de un entorno que cuestiona y juzga, en vez de escuchar y observar. Adolescentes que necesitan ser acompañados en su proceso de creación de sí mismos, no convertidos en objetos de burla por sus iguales bajo la mirada cómplice -por acción o por omisión- de sus mayores.
Por eso es necesario seguir luchando contra el acoso, tomando medidas y, sobre todo, llevando la realidad a nuestras aulas. Porque mientras sigamos creyendo que educar es convertir a los alumnos en autómatas que subrayan sintagmas y resuelven ecuaciones, estaremos impidiendo que la igualdad sea un hecho real y que la convivencia mejore. Porque convivir y respetar deberían ser el verdadero núcleo de nuestro currículum educativo, aunque no tengan cabida en libro blanco alguno ni se les dé valor más allá de la consabida transversalidad. Y no: la vida no es nunca transversal. La vida es ahora. Es aquí. Y merece el máximo respeto. El máximo cuidado. Y la máxima implicación. Ojalá la trágica muerte de Alan no caiga en el olvido y nos haga pensar en todo ello y tomar medidas.
Descansa en paz, Alan. Hasta siempre….
[…] Alan, la lucha por la identidad […]
Buenas solo daros las gracias por esta gran labor que haces a la sociedad que tanto lo necessita… Muy interesante el artículo. Hay que acompañar a nuestros adolescentes en estos procesos sobretodo durante la adolescencia.
Alan descansa en paz. Mucho apoyo para la familia..
Muchas gracias Nando por tu artículo sobre Alan
Muchas gracias tocayo por tu artículo sobre Alan
Muy buen artículo. Yo también soy Alan.
[…] Alan, la lucha por la identidad […]
Escuchar Qué un chico de 17 años se quitar la vida es muy triste.Espana tiene que cambiar y exceptuar cual como son.estamos en él año 2016.y siges atrasado en muchas cosas.estamos en europa ya, pero no perase
Alan descansa en paz I muchísimo apoyo a tu familia I ánimos!