La comedia, como género, es ritmo. Incluye muchos más ingredientes, desde luego, pero si no se sabe manejar con astucia, corremos el riesgo de desperdiciar hasta el mejor de los gags. Un despilfarro que que no sucede, en ningún momento, en Locos por el té.
Vertiginosa, coral y bien orquestada, la función no da tregua al espectador, que se ve sumergido en un juego de teatro dentro del teatro donde todo resulta hilarante. El texto de Danielle Navarro y Patrick Haudecoeur está adaptado en un elegante ejercicio que tiene más de creación que de traducción por Julián Quintanilla, autor meticuloso en su trabajo y que no ha dejado ni una sola línea de su guión al azar. La dirección, brillante, corre a cargo de Quino Falero, con quien tengo la suerte de haber compartido proyecto (suya es la puesta en escena de mi obra Cuando fuimos dos). Como lo conozco bien, no me ha sorprendido no su talento, pero sí su capacidad para cambiar de registro, convirtiéndose aquí en un perfecto director de orquesta y demostrando una versatilidad poco común en un oficio donde estamos demasiado habituados -autores, actores y directores- a repetir modos y formas una y otra vez.
El reparto es, sin duda, un acierto de casting y los intérpretes saben aprovechar muy bien las opciones cómicas que les permite la función. Dos protagonistas: María Luisa Merlo, que nos regala un personaje entrañable cargado de divismo y, a la vez, ternura (qué alegría produce ver a estas grandes artistas con tanta trayectoria y oficio protagonizando una función así), y Juan Antonio Lumbreras vuelve a confirmar lo que ya intuíamos, que es un monstruo de la comedia y de la escena. Junto a ellos, Rocío Calvo (estupenda su Chusa), Ángel Burgos, José Luis Santos, Esperanza Elipe (que compone con gran sensibilidad el personaje de la directora) y el sorprendente Óscar de la Fuente en papeles más pequeños en su extensión pero no en su importancia ni en su dimensión cómica. Porque lo más hermoso de esta función -un desastre en el argumento y un hallazgo en la resolución a la que asistimos los espectadores- es el perfecto engranaje de todos los implicados en el proyecto, que consiguen que cada momento de la función resulte convincente y divertido gracias a lo bien sincronizado -el ritmo, de nuevo- del conjunto.
Teniendo en cuenta las risas del estreno, las reacciones de la crítica y la experiencia de quienes allí estuvimos, es de prever que serán muchos quienes enloquezcan con el té -y con el teatro- gracias a este montaje que, bajo su disfraz de alta comedia, esconde todo un homenaje a este mundo de las candilejas en el que tantos nos dejamos una parte esencial de nosotros mismos. Gracias a quienes habéis preparado esta enloquecida infusión por recordárnoslo.
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