Hola.
Sí. Te escribo a ti. No finjas no saber quién soy. Ambos nos conocemos.
No te pongas nerviosa. Aquí estamos solos tú y yo.
No te preocupes. A veces pasa.
Por suerte las miradas son todavía exclusivas y las compartimos cómo y con quien queremos. Las nuestras son ya viejas amigas.
Cada mañana, a la misma hora, en el mismo vagón. Entras y tus ojos me buscan. Los míos lo hacen y siempre se acaban encontrando con los tuyos. Algunos días tenemos suerte y compartimos asiento y viaje. Incluso a veces mi piel y la tuya se tocan. Sutilmente. Inesperadamente.
No lo niegues. No hace falta. Es nuestro secreto. Nuestro amor secreto con sus propias reglas. No sabemos nada el uno del otro. Ni nuestros nombres. Ni falta que hace.
Sé que alguien ocupa ya la mitad de tu armario. Que te esperan al llegar a casa. Lo sé porque en tu rostro puedo reconocer cierta expresión de culpabilidad. Piensas que lo que sientes no está bien. Que no es correcto. El amor puede no serlo. Pero que maravillosa alteración del orden natural de las cosas.
Dime que no te descubres sonriendo tontamente al pensar en mí. Que no te encanta volver a sentirte deseada, a recuperar sensaciones de hace ya demasiados años.
Tranquila. No echaré la puerta abajo. No romperé la barrera. Nuestro amor es así. Indescifrable. Misterioso. Preso de la pasión perdida y de la vida diaria.
No necesitamos más. Mis ojos acarician tu pelo, recorren tu espalda, tus piernas y sienten tus labios…
Llega mi parada. Nos despedimos con un último vistazo. Mañana nos vemos. Buenos días.