Aún no ha salido el sol cuando se encuentra vomitando en aquel callejón infecto de ratas, meadas, condones usados y restos de aluminio quemado y jeringas.
Aún no ha salido el sol y la ciudad todavía duerme mientras Lucas acaba de vivir por primera vez una intervención desde dentro.
La sordidez del momento, del lugar y de la gente poco o nada tienen que ver a como lo había imaginado o a como se lo habían contado en la academia.
Todavía le tiemblan las piernas y comienza a preguntarse que diablos hace allí en lugar de estar en la cama con su novia.
En su cabeza no dejan de repetirse los gritos, la sangre y los disparos de los que acaba de ser testigo de excepción.
Se sorprende de ver como sus compañeros apuran tranquilamente un cigarro mientras una niña de 16 años yace en el suelo violada y asesinada a manos de un loco que no deja de decir que la quiere desde la parte de atrás de un coche patrulla.
No se trata de delincuencia, ni de pobreza o exclusión social. Está siendo testigo de la pérdida total del valor por la vida.
Un escalofrío recorre su espalda.
Lo grave no es la derrota en esta batalla. Lo grave es que el caos comienza a ganar la guerra.