Hace unos días se presentaba en Madrid dentro de los actos programados en Getafe Negro “La estrella de la fortuna”, una novela póstuma de Carlos Pérez Merinero. Estuvieron presentes en el acto su hermano David Pérez Merinero, quien se encarga de que el legado del poeta, ensayista, dramaturgo, novelista y guionista permanezca vivo; David G. Panadero, merinerista declarado; y Carlos Augusto Casas, editor de la editorial Cuadernos del Laberinto. Hace bien poco, se publicaba también un libro con todos sus cuentos completos.
Carlos perteneció a la que se ha dado en llamar “la Generación de la Transición”, aquella que surgió en el tardofranquismo y que venía a expresar de diferentes maneras el descontento con la dictadura. Nombres como González Ledesma, Mario Lacruz, Vázquez Montalbán, Miguel Agustí, Andreu Martín, Juan Madrid o Julián Ibáñez entre otros nos suenan, o deberían sonarnos a todos. Eran y algunos siguen siendo todavía escritores que mostraban la sociedad que les rodeaba, sus miserias, y sus obras, portadoras de un realismo social aplastante, encontraron acomodo en la horma de la novela negra. No todos, pero sí la mayoría, habían leído y admiraban a las diversas generaciones de escritores americanos que habían y seguían haciendo novela negra en Estados Unidos. Hablamos de los pioneros del género, como Chandler, Hammett y Burnett, y de los posteriores, Westlake o Thompson.
Carlos Pérez Merinero quiso entrar en la Escuela de Cine, pero se lo denegaron por no tener veintiún años, por lo que optó por estudiar Economía. Según nos desveló su hermano, si cursó esa carrera fue por hacer algo. Podría haber estudiado cualquier otra cosa, porque en realidad nada le estimulaba tanto como el cine y la literatura. Fue profesor universitario en un colegio mayor durante seis años. Después de escribir guiones, dirigir, publicar ensayos y darnos algunas de las novelas más interesantes de entre los de su generación, Carlos se encerró en su casa del barrio de la Concepción en la que vivió con su madre hasta dejarnos definitivamente y se dedicó a escribir cuentos y novelas. Según las propias palabras de su hermano, se autoimpuso un horario de oficinista de nueve a dos, y después se echaba una siesta hasta que empezaban los toros o el fútbol. Pocas veces salió de casa. No admitía entrevistas y rechazaba sistemáticamente invitaciones a actos. Precisamente fue David G. Panadero uno de los últimos en entrevistarle y en gozar de algo parecido a una amistad a pesar de la diferencia generacional. De alguna manera, se automarginó, y su literatura, a pesar de ser una de las más limpias desde la óptica narrativa, terminó por ser arrinconada por la crítica, por su inexistente corrección política y la temática de las tramas. Merinero era un experto en presentarnos personajes aparentemente normales a los que les ocurren situaciones insólitas atrapando el interés del lector, más interesado cada vez, capítulo a capítulo, en el “qué pasará”. Ha escrito en primera persona desde el punto de vista del psicópata y el asesino, ha practicado todas las voces narrativas habidas y por haber e incluso en la novela “La niña que hacía llorar a la gente” utiliza durante toda la narración la segunda persona, algo verdaderamente complicado de hacer.
La estrella de la fortuna es una de las novelas que quedaban por publicar tras la muerte del autor. En ella, un actor en el ocaso de su vida que dejó de trabajar veinte años atrás, decide aceptar la invitación al Festival de Cine de San Sebastián sin motivo aparente, ya que llevaba rechazando invitaciones las dos últimas décadas. Un día presencia un asesinato. Un hombre mata a una mujer. A partir de ahí, tras el giro de los acontecimientos, el lector cabalgará por la trama como en una montaña rusa llena de curvas.
Carlos Pérez Merinero es autor de novelas negras que están consideradas auténticos clásicos, como por ejemplo Días de guardar, Las reglas del juego, Desgracias personales, El ángel triste, La mano armada, El papel de víctima o Llamando a las puertas del infierno, por la que obtuvo el Premio Alfa 7 de novela policíaca.
Y lo mejor es que nos decía su hermano que quedan dos novelas inéditas. Probablemente sean publicadas por Cuadernos del Laberinto, que puede presumir de tener en nómina a dos de los mejores autores de la generación, el propio Carlos y Julián Ibáñez.