Son muchos los debates, mesas redondas, conferencias, etcétera, alrededor del género o la novela negra, incluso hay buenos ensayos y tratados al respecto de cómo un escritor ha de abordar el género. Pero solo hay una cosa clara: nadie se pone de acuerdo a la hora de definirlo. Como mucho se establecen pautas, a menudo arbitrarias, o se acotan los límites, pero las opiniones siguen siendo variopintas.
Incluso hay escritores y expertos que abogan por que el género no existe y engloban las novelas negras dentro de esa gran bolsa llamada Literatura, dejando los géneros para los editores y los libreros. Un ejemplo de ello es Juan Madrid, considerado como uno de los pioneros en España. No hace mucho dijo, contestando a una pregunta del público, que solo hay dos clases de escritores: los que creen en el sistema y los que no creen.
Otros hablan de “realidad social” o “crítica social”, afirmando que una novela no lo es si no aborda estos conceptos, independientemente de que haya crímenes o investigaciones. Algunos, más atrevidos, dicen que el género negro es el más antiguo del mundo, y rizan el rizo remontándose a los tiempos bíblicos, concretamente al pasaje en el que Caín mata a Abel.
Ciertamente, si me tengo que decantar por algunas de las opiniones, debo decir que para mí el género negro empieza con la Série Noire de la editorial francesa Gallimard y con la revista Black Mask de Estados Unidos. Mi elección al respecto quizá se deba a mi predilección por los perdedores, por los escenarios oscuros, por las rutinas y cotidianidades de la gente trabajadora y sus inquietudes. No me atrae nada un crimen de habitación cerrada resuelto por una señora o un señor aristócrata para entretener a través de un exhibicionismo de alto ego a otro grupo de aristócratas aburridos, no lo veo muy real, la verdad.
Una novela negra lo será, independientemente de si es tratada desde el punto de vista del delincuente o del policía o detective, sobre todo por el estilo con el que se escriba, y me explico. No se puede escribir de delincuentes y que estos hablen como si hubiesen estudiado en los maristas. Tampoco se puede escribir de policías ignorando sus más básicos protocolos de actuación, o de detectives construyendo el personaje de un investigador español a imagen y semejanza de uno americano ignorando que aquí las leyes son radicalmente distintas. Una novela negra no puede ser luminosa, no puede describir una sociedad idílica, todo lo contrario. El lector debe transitar junto a los personajes por lugares oscuros, sórdidos, y estos deben acercarse más al arquetipo del anti-héroe que al del ídolo o semidios. No debe haber una línea clara entre el bien y el mal, entre buenos y malos, entre lo correcto o lo incorrecto.
Se puede optar por el cinismo de Hammett o la fina ironía y el sentido del humor de Chandler, para mí los verdaderos padres del género. O se puede emplear esa especie de narrativa poética de González Ledesma o la contundencia y el humor oscuro de Gutiérrez Maluenda, si nos ceñimos a lo local, sin descartar claro está, el realismo contundente de Andreu Martín o ese realismo que linda la crónica de Juan Madrid. O se puede optar por una mezcla de todo lo anterior.
Pero si no hay realismo, descripción de los ambientes oscuros del hampa, de la corrupción del sistema y de la realidad social reinante, estaremos ante otra cosa, pero no ante una novela negra pura y dura.
Misterio, intriga o acertijos de muy diversa índole, pueden formar parte en un momento dado de una novela negra, pero no construirla per se.
¿Negro? ¿Policíaco? ¿Criminal? ¿Noir? ¿Thriller?
Ay, las etiquetas, tan odiosas como necesarias, tan tópicas como imprescindibles.
Pues eso, que no sé si estoy de acuerdo contigo o quiero darte una colleja.
Pero enhorabuena por el artículo, Paco.
Gracias, compi. Un abrazo.