La crisis económica es la consecuencia de una brutal crisis de valores. Pero sobre todo, es consecuencia de la falta de sentido común de los políticos, en clara simbiosis con la usura de los poderes económicos. El crédito ha ayudado en muchos casos a llevar a cabo un proyecto, pero cuando los intereses son desmedidos y los proyectos resultan ser un fracaso, tenemos un problema. Un partido político, un sindicato, una organización empresarial, un estado…, deberían financiarse a través de recursos legítimos: cuotas, en el caso de los tres primeros, e impuestos en el caso de un estado. Todo lo demás, esas financiaciones rebuscadas y concedidas por inversores de dudosa moral, son quimeras que lo único que consiguen es el empobrecimiento de los más débiles, es decir, de los ciudadanos de base.
El problema que nos asfixia ahora mismo es la deuda. La deuda pública en España ha crecido en el segundo trimestre de 2013 en 20.582 millones de euros y se sitúa en 943.410 millones. Esta cifra supone que la deuda alcanzó el 92,30% del PIB en España, lo que nos conduce a pagar 100 millones de euros diarios solo por intereses creados, lo cual resulta algo así como insostenible. Lejos de disminuir, como cabría pensar, la deuda aumenta porque seguimos pidiendo más dinero para pagar lo que debemos y el propio Gobierno calcula que ara el próximo año nos situaremos en el 98,9% del PIB.
Por esto, todos los gobiernos están haciendo recortes basados en criterios estrictamente económicos, eliminando prestaciones sociales, subvenciones y empresas y patrimonio público (lo último que están pensando es en privatizar los faros), porque ya no saben de dónde sacar el dinero. A los gobiernos parece que les molestan los pensionistas, los parados y los funcionarios, que serán el siguiente bastión a derribar. Los poderosos lo contemplarán desde los despachos de sus mansiones mientras fuman sus puros habanos y degustan sus copas de coñac.
Si antes hablaba de inversores de dudosa moral, para colmo, los políticos que nos gobiernan, así como los líderes sindicales y empresariales, son quizás los peores de toda nuestra etapa moderna. Actúan como nuevos ricos, como tontos útiles (y esto es lo peor, ya que es más peligroso un tonto que un hijoputa) puestos en sus poltronas por procedimientos democráticos engañosos llenos de chanchullos que otorgan al votante una sensación de libertad al ejercer el derecho al voto que evidentemente es falsa. En cuanto tocan poder, se alían con todo tipo de poderes en la sombra únicamente con el fin de enriquecerse, trabajándose retiros de oro en consejos de administración de multinacionales a las que antes favorecieron.
Particularmente soy pesimista respecto al futuro, pero eso va en función de la percepción de cada uno, claro está. Yo a mi pesimismo, lo entiendo como realismo.
No somos na…, y menos en manos de descerebrados sin escrúpulos.