Hay quien está orgulloso de haber leído el Ulises de Joyce, pero los hay que hasta presumen de no haberlo leído. El caso es que tras el “formato novela” se esconden autores de todo pelaje y pedigrí.
A mí siempre me gustaron las historias bien contadas. Tiene que haber historia y se deben contar con un buen estilo que sea reconocible. Antiguamente los contadores de historias solían ser gente del pueblo que recorrían la geografía apuntando con una vara unas viñetas gráficas que servían para apuntalar la historia. Ni eran filólogos ni personas cultas, simplemente tenían la habilidad de contar cosas.
Cuando la persona que nos cuenta algo es además un tipo que entiende del lenguaje, bien sea un filólogo, un periodista o cualquier persona que ha estudiado una carrera de letras, puede que tengamos ante nosotros a un gran novelista. No obstante, ha de existir un talento, una cualidad innata para el arte de contar historias. El resto es oficio que se puede aprender en un taller literario o leyendo y escribiendo mucho.
Me he enfrentado a novelas infumables, muy bien escritas, eso sí, pero para mí no tiene mérito que un periodista o un filólogo escriba bien. Es como si yo a estas alturas no supiera poner un enchufe o hacer una instalación eléctrica. No vale eso de solo escribir bien, hay que tener algo que contar y prestar atención al ritmo en la narración. En este país hay pocos lectores. Si encima escribimos para aburrir incluso a las ovejas, apaga y vámonos.
¿Tenemos que hacer literatura o eliteratura (término que robo a Sergio Vera que es un crack)? Cada uno que haga lo que le venga en gana. Si quieres ganar el Nobel escribe cien páginas en las que describas que un tío va a subir a un tren. Pero si quieres que te lean, dilo en un párrafo y no te enrolles, o al menos no digas que eso tan bonito que has escrito es una novela, porque no lo es. En una novela pasan cosas. Lo demás son reflexiones, introspección o rollos que tú te inventas, eso sí, todo muy bien escrito, que para eso eres un tío muy formado.
En una novela debe haber una presentación de personajes y paisajes, corta, más larga, en fin, como dios dé a entender a cada uno, pero no te enrolles, estamos en el planteamiento, y debe ocurrir algo (alguien quiere algo y alguien o algo se lo impide: Juan Madrid dixit). Si llevas 200 páginas y aún no ha ocurrido nada, no estás escribiendo una novela, aunque tengas bastantes posibilidades de ganar el Nobel. Cuéntalo como quieras (primera persona, segunda, narrador omnisciente, etc, o lo mezclas, que también se puede), pero por dios, cuéntalo de una vez y no te enrolles, deja tu buen hacer a la hora de juntar palabras para las conferencias, para los discursos, para las tertulias.
Avanza hacia el nudo, plantea giros, mantén en vilo al lector y a poder ser cuenta algo diferente, independientemente del género, que historias y escritores ya hay muchos. Cómete la cabeza y lleva al lector hacia el desenlace como si fuera montado en un coche de Formula 1, que no todo el mundo es tan culto como tú.
Si aun así no puedes evitar caer en la tentación de enredar palabras y frases, de demostrar al mundo tus años de formación en el mundo de las letras, de mostrar tu habilidad a la hora de emborronar cien páginas sin contar nada, hazlo, al fin y al cabo estamos en un país libre (es una forma de hablar), pero entonces habrás caído en las redes de la eliteratura. Adelante, aburre al personal o, lo que es lo mismo, haz que solo unos pocos tengan un orgasmo intelectual. Ya te digo, lo mismo ganas el Nobel.