Aunque pueda parecer lo contrario, en la Semana Negra se madruga y mucho. No tanto como lo hacía Jesús Lens y su extraña costumbre de irse a correr temprano, ni como lo hacía Fernando Marías para ejercer esos momentos suyos de introspección en el desayuno por las calles peatonales recién regadas, pero se madruga y se ve el encierro, que para eso es San Fermín. Por cierto, se os echa de menos, compañeros.
Llegando ya casi al ecuador del festival, no son pocas las anécdotas ni las vivencias, unas literarias, otras, no tanto. Y más de una será plasmada en futuras novelas, quién sabe si escritas por este o aquel escritor nuevo o ya veterano en la Semana Negra. El festival sobrevive, a pesar del traspaso de poderes, a pesar de los recortes. El Riber encontró por fin barbero, y a Laura Muñoz se la ve con sueño, tan activa como siempre y buscando por las tiendas ese Red Bull que le dé fuerzas para seguir haciendo sus crónicas y sus fotografías. Marcelo Luján sigue impartiendo el curso de escritura. Anoche le dijimos que no forme más escritores, que ya somos muchos, y Jerónimo Tristante le propuso enseñarles a escribir como Dan Brown, aunque finalmente decidimos que no lo hiciera, no vayan a hacerse famosos.
En el recinto me encuentro con Miguel González, que me trae a un colega para hacerme una entrevista para un blog. Luego me encuentro con Jon Arretxe, que quiere comprar mi novela, pero no la encuentra, anda qué… Yo sí que encuentro la suya, en castellano. Unos días antes me la habían vendido en euskera. También me hago con la última de Tristante, que me ha metido de personaje regentando una sidrería de Oviedo. Ambos me la dedican en el hotel San Miguel, en donde nos ponen alcachofas con almejas (tres alcachofas y dos almejas, una de ellas vacía) y un pescado a la plancha que pertenecería a alguna especie, pero no logro identificarla. Nos quedamos con hambre y casi se agradece, que a estas alturas no está el cuerpo para estragos. Cuando abandonamos el hotel somos testigos del talento popular en el escaparate de una clínica que ofrecía terapias varias, ortodoncias, fisioterapia, etc. Algún escritor anónimo añadió con rotulador: “Masajes de rabo”. Juro y perjuro que yo no fui. El momento queda inmortalizado por la cámara del Riber.
Ya en la terraza del Don Manuel nos juntamos a tomar las copas de rigor. Al mediodía, Martin Roberts nos había deleitado en el mismo lugar con mil y una historia de sus andanzas por el mundo. Y es que Martin es como el mente fría de “La que se avecina”. Ha ejercido mil oficios en diferentes partes del globo y es un inglés al que le gustan los chistes, cosa que se agradece. El Tristante nos cuenta historias del Carlos Salem y un recién incorporado a la tertulia, Luis Artigue, flipa en colores tanto por las historias como por la forma de contarlas del Jerónimo, que hace llorar de la risa a Sergio Vera y a su padre. Converso con Noemí Sabugal, que me dice que vaya pedazo de voz que tengo y yo pienso que no es para tanto, pese a que una vez me confundieron con Umbral al encargar por teléfono unas entradas para el cine, pero esa es otra historia. Me pregunta que de dónde saco tiempo para hacer tantas cosas y yo le digo que el no tener hijos hace mucho.
Jero no pierde su humor, del que nos beneficiamos todos, a pesar de que su presentación resultó reventada por los típicos notas de un sindicato que aparece siempre por el recinto a ejercer su libertad de expresión quitándosela a otros. Entraron en la carpa con su altavoz diciendo que si los escritores no escribíamos para el pueblo, que si estábamos subvencionados por el Pesoe y otras lindezas por el estilo cuando el bueno de Jero estaba precisamente homenajeando a un currante, un conductor de la Semana Negra que ya falleció, y con su viuda en la carpa. Ni que los escritores fuéramos de derechas y la Semana Negra fuera un festival fascista. Pero desinformados y gilipollas los hay por todos lados, a veces la vida parece un concurso de tontos, como el que me entró a mí en el recinto gritándome y diciendo que era de la Cultural Leonesa, y ya peinaba canas, ojo.
La Semana Negra continúa y yo cambio de hotel, qué pereza. Hoy llegan Javi Abasolo (se desconoce si llega con sus cuñados) y toda la nómina de Alrevés. El día se promete largo con su respectiva noche. Los que estamos toda la semana vemos partir a unos y llegar a otros, ávidos de copas y de platos fuertes en plan “que me pido unas lentejas y me ponen el caldero entero”. Lo mismo hago hoy un esfuerzo y me aprieto otra fabada como quien no quiere la cosa. Lo malo no es la fabada, sino la cantidad que te ponen y lo grasienta que resulta, por eso está tan buena. Y porque uno no se da cuenta y termina pidiendo de segundo cabrito asado u otra barbaridad por el estilo. Pero qué coño, esto es la Semana Negra y sigue. Ya habrá tiempo para el recato y el misticismo cuando terminen las vacaciones. No somos na…
Qué bien lo pasais en la Semana Negra, colegas: Hotelito, comidas, noche, ligues, etc.
En cambio los escritores de Asturias a verlas venir. Estamos vetados. Hay 200 escritores en Asturias. ¿Los conoces?
Me parece que te has equivocado, compañero. Yo solo soy un escritor que no vive de esto y que mi estancia y comidas me las pago yo. Pero por no ser repetitivo, me vas a permitir que te conteste en el próximo post, sin acritud. Y si no estás contento por cómo funciona la Semana Negra, creo que deberías decírselo a los de la organización, que yo no soy nadie. Un abrazo y suerte.