Desde mi ventana, el barrio presentaba ese jodido paisaje gris de todos los días. Podía ver a los chavales jugar al fútbol en el descampado. Otros estaban sentados en los terraplenes, fumando y con cara de malas ideas. Yo había jugado a sustituir la resaca esnifando de un bote de pegamento como si me fuera la vida en ello. Cuando terminé, el mismo paisaje gris me pareció un jodido fiordo noruego, y eso que jamás había visto uno.
Cuando se me pasó el pedo, bajé a la calle. En la puerta de la bodega me encontré con el Botas y el Chino, dos colegas de toda la vida. Decir “de toda la vida” en este caso suena a extravagancia pensando que solo teníamos dieciséis años, pero es una forma de hablar, ya me entienden. Compré un litro de cerveza y ellos se hicieron un porro.
-¿Cómo lo llevas, Lucky? -dijo el Botas.
-De puta pena, tronco. ¿Nos hacemos unas cabinas?
-Puta madre -dijo el Chino-. Pero nos vamos a otro barrio, aquí ya nos tienen más vistos que el tebeo.
Nos fuimos hasta la carretera de Vicálvaro. Fichamos un GS nuevecito. Abrimos la puerta con una tonta y le hice el puente. Salimos a toda hostia y no paramos hasta la primera cabina en Vicálvaro. Nos hicimos cinco. El Chino tenía un sistema infalible: Maza y cortafríos. El Botas vigilaba y yo les esperaba con el carro en marcha. Nos hicimos con mil duros, compramos un pack de cervezas y nos fuimos al Canciller. Dejamos el carro abandonado cerca de Ventas. Estuvimos escuchando música y bebiendo. Buscamos al Brujo, que era el camello del Canci, y pillamos anfetas y jachís. Después pillamos un taxi y nos fuimos a la Gran Vía a ver a las putas. Cuando doblamos por Ballesta vi a la Charo. Llevaba minifalda, medias de rejilla e iba pintarrajeada como cualquiera de las putas. La Charo era del barrio.
¡Joder! La Charo era mi novia. Bueno, o algo parecido.
El Botas y el Chino se quedaron pasmados. Más que por ver a la Charo, por ver el careto que puse. Y el que puso ella.
Me fui hacia la esquina con una mala hostia que pa qué. La trinqué del brazo y la zarandeé.
-¿Qué coño haces aquí, me lo quieres explicar?
-¡Déjame, Lucky, vete a la mierda!
-¿Cómo que me vaya a la mierda? ¿Qué hay de lo nuestro?
-Lo nuestro es una mierda, igual que todo. Mi madre está enferma y mi hermano es un yonki de mierda. ¿Me vas a dar tú todo el dinero que necesito?
-¡Sabes que siempre te he ayudado en lo que he podido, joder. Lo último que esperaba era verte aquí!
Las voces habían alarmado al personal, así que pronto nos vimos rodeados de las otras putas y de gente morbosa cuyas vidas están vacías. No le vi venir, pero un nota gigante me cogió de la cabeza y me alzó a pulso. Yo pataleaba y de vez en cuando le acertaba una patada en el pecho. Fue el Chino el que sacó el estilete y le empezó a dar puñaladas en los costados. Me metí una hostia contra el suelo en cuanto me soltó. Me incorporé y le metí una patada en los huevos. El Chino seguía clavándole el estilete. Finalmente, el nota cayó al suelo sobre un charco de sangre. A esas alturas, la gente y las putas gritaban como si las puñaladas se las dieran a ellos.
-¡Le habéis matao, hijoputas, le habéis matao! -gritaba la Charo.
-¿Era tu chulo? -le pregunté.
-¡Estáis como una puta regadera, joder!
-Agua, Lucky -dijo el Botas.
Salimos corriendo y solo paramos cuando nos hubimos alejado lo suficiente. Yo llevaba a la Charo agarrada del brazo. Se le había corrido el rímel y la pintura de los labios. Estaba preciosa. Vale, era una puta, pero estaba preciosa. Al menos no podría volver a la misma esquina.
Cogimos un taxi y nos fuimos al barrio. La Charo dijo que no podía plantarse en el barrio con esas pintas, pero no la hicimos caso. Me llamó hijo de puta. Le di un par de hostias. Ella se echó a llorar. Le metí dos talegos en el bolsillo de la minifalda sin que se diera cuenta. La llevamos hasta el portal de su casa. Después engañamos al taxista y le quitamos la recaudación en una calle apartada. Se quiso hacer el valiente, aunque se le bajaron los humos en cuanto vio al Chino con el estilete en una mano y el cortafríos en la otra. Al final se fue y nosotros nos comimos las anfetas que nos quedaban. Después, compramos un litro en la bodega y nos hicimos un peta en un banco del descampado.
-Vaya putada, Lucky -dijo el Botas.
-¿Vosotros lo sabíais?
El Chino y el Botas se miraron y bajaron la mirada. No hizo falta que me contestaran.
-Pasa de ella -dijo el Chino.
-Voy a por una papelina de caballo -dijo el Botas.
Al rato estábamos calentando la cucharilla. El primer pico se lo dio el Botas. Antes nos había comentado que solo había una chuta y nosotros sabíamos que pincharnos con la misma tenía sus riesgos. Pero eran las dos de la mañana, a ver dónde coño conseguíamos otras dos. En esos momentos no piensas en lo que te pueda pasar. Solo piensas en el jodido caballo entrando por las venas. Y en que eso es lo que hay. Eso o nada. Así que me até la goma al brazo y me metí el pico. Cuando el caballo entró por la vena ya no había Charo. No había barrio, no había nada, ni miseria ni desesperanza. Flipé como solía hacerlo y después me quedé dormido. Soñé que vivía en una casa grande, en una montaña nevada con vistas a un lago enorme. Otra vez el jodido fiordo noruego. Lo mismo en otra vida había sido vikingo, vaya usted a saber.
Cuando desperté, el Botas estaba zarandeando al Chino.
-¿Qué pasa tronco?
-¿Que qué pasa? Este no se despierta, tío. ¡La hemos cagao, joder, la hemos cagao!
No soy médico, nunca llegaría a serlo. Pero no hacía falta ser muy listo. El Chino estaba blanco, con los ojos abiertos y frío como el mármol.
A su entierro fuimos el Botas, la madre del Chino, sus dos hermanas y yo. También iba a ir la Charo, pero más tarde me enteré de que tenía un servicio.
El Botas me dijo que le acompañara a dar un palo, pero me fui a mi casa. Me abrí un bote de cerveza y me fumé un porro. Después estuve un buen rato esnifando pegamento. Al mirar por la ventana, el barrio volvió a parecerme un jodido fiordo noruego.
Quillo, el Botas ha pecao de corresto cuando ha dicho “caballo” en vé de “jaco”, pero mola mazo la parrafá.
Gracias, Antonio. Un abrazo.