No hay nada más agradecido que disponer de un chivo expiatorio sobre el que lanzar mierda para que nuestra conciencia se quede tranquila. De entre todas las víctimas que dejó ese desgraciado Alvia de Compostela, la que más tristeza me infunde es precisamente la que muchos no consideran tal: ese maquinista que, en un gesto que le honra, ni ha tenido empacho en reconocer que se despistó ni ha querido eludir la responsabilidad de cargar a sus espaldas las ochenta muertes con las que se saldó su metedura de pata, esa negra sombra que se cernió sobre la fachada del Obradoiro en vísperas del día del Apóstol para recordar que la fatalidad siempre acecha a la vuelta de la esquina. Importa poco que sus compañeros le definan como un profesional honrado y prudente, que la curva de Angrois pueda ser una chapuza ingenieril, que la vía careciera de las balizas necesarias para garantizar la seguridad de los viajeros (y de los propios trabajadores del tren) ante la eventualidad de un error humano, o que quien más quien menos todos hayamos metido la pata en esta vida. Lo empezaron a aventurar algunos periodistas indignos de tal nombre a las pocas horas de consumarse la tragedia, lo confirmaron ciudadanos anónimos que no tardaron en dejar constancia de su raciocinio unineuronal y lo ratificó un poco más tarde nuestro flamante ministro del Interior -ese viejo pagano que, cual posmoderno Pablo de Tarso, se convirtió al catolicismo tras caerse del caballo que le conducía a buen trote hacia Las Vegas- cuando compareció ante los medios para ilustrar a España entera: el maquinista del tren era el culpable, y hacia él debían dirigirse las balas. A veces los cadáveres más desdichados no son los que terminan en una sepultura solitaria, sino los que, para su desgracia, no aciertan a morir cuando debieran.
Importa poco que haya abiertos interrogantes a los que no estaría mal ofrecer una respuesta: el primero tal vez habría de referirse al porqué de una curva tan pronunciada después de un tramo que discurre en línea recta y por el que los trenes están obligados a circular a unos doscientos kilómetros por hora; el segundo, el más hiriente, tendría que averiguar la razón de que, existiendo medios para ello, esa vía no disponga de las medidas de seguridad necesarias para evitar catástrofes como la del 24 de julio; el tercero -acaso el menos importante, pero al que también habría que prestar atención- plantearía cuánto debería cobrar una persona de la que dependen -porque si algo se infiere de todo esto, es que al final es él quien las tiene en su mano durante cinco horas y pico- las vidas de quienes optan por desplazarse a su destino en ferrocarril. Por último, quizás habría que meditar hasta qué punto les conviene a Renfe, a Adif y al Gobierno presentar este episodio como la triste consecuencia del fallo de un conductor imprudente en unos momentos en los que parece ser que la alta velocidad española se juega importantes inversiones al otro lado del océano. Conviene que nos preguntemos, en fin, si el maquinista -cuya parcela de responsabilidad él mismo admite y está fuera de toda duda- es el único al que hay que culpar del mal causado o si, por el contrario, quedan en la sombra más agentes que se limitan a señalar a la cabeza de turco mientras silban tangos y rezan para que nadie repare demasiado en su presencia. Al fin y al cabo, dentro de un año ya casi nadie se acordará de todo esto y el maquinista estará viendo cómo sus jefes siguen como si nada mientras su vida se pudre en el interior de una celda de cualquier cárcel. Si es que no decide quitársela antes.
¿Chivo expiatorio? Es que este señor llevaba un tren, él era el máximo y casi único responsable de lo ocurrido. ¿Necesitas tú balizas para conducir por autopista tu coche (el cual no va sobre vías)? El maquinista ha hecho el trayecto decenas de veces y sabía de sobra que no tenía frenado automático al superar el límite de velocidad, la responsabilidad (otra cosa es el dolo, que no lo tiene) es únicamente suya.
¿Te produce más tristeza este señor que los 79 que han muerto, los 22 críticos y las familias de todos? Háztelo ver…
este señor conducia un tren,pero el cual pertenece a una empresa,es decir es un asalariado.en este momento la responsabilidad recae en la empresa en si.
hablas de balizas en una autopista,no seas hipocrita.acaso tu cuando circulas por autopista eres tan prudente que respetas los limites de velocidad de 120 km. hora,o incluso cuando encuentras la señal luminosa de 80 km. hora la respetas.lo dudo,a mi personalmente.me duelen las victimas,pero tambien me duele ese señor el cual reconocio en todo momento su error.por otra parte si cabe,tambien me duele tu forma de hablar.porque se te ve demasiado el plumero,es decir.ya se de que pie cojeas,y eso es una autentica desgracia para tu caso personal.buenas tardes.
1.- http://www.youtube.com/watch?v=4P21EQYF0K8
2.- No me fiaría yo de un abogado puesto por la propia empresa cuyo Presidente, antes de iniciar la investigación y de abrir las “cajas negras”, me ha acusado públicamente y me ha declarado único culpable.
el maquinista reconoce su error,se despisto.muy bien, tendra que reparar su fallo,pero…..todo se reduce a eso?.Acaso no hubo mas fallos.tenemos que dar por hecho que un sistema de transporte tan sofisticado no precisa de otros sistemas de seguridad como: medios de frenado automatico(actualizados y revisados,por supuesto),alarmas asistidas por GPS. trazados de via mas seguros y un largo etcetera.Tenemos que pensar que nuestras vidas dependen unicamente de que el maquinista sufra cualquier tipo de percance como que tenga su atencion focalizada en otro lugar por la circunstancia que sea o que sufra un vahido por ejemplo.Si esto es asi en pleno año 2013 con toda la tecnologia disponible que existe,solo me resta decir que algo se esta haciendo mal muy mal y que hay mucho culpable indirecto aparte del señor maquinista que muy honrada y valientemente reconocio su error sin tapujos y que tendra que llevar esa carga siempre encima.Solo me resta decir que con este panorama y si no se depuran a fondo todas las responsabilidades a uno se le quitan las ganas de viajar en este tipo de transportes.