La escena la recordaba hace unos días el periodista Pachi Poncela y creo que refleja bien el lamentable espíritu que subyace en los tiempos que corren. Hay un momento en La lista de Schlinder en el que los nazis se disponen a efectuar la primera criba entre sus prisioneros estableciendo dos grandes grupos: el de aquellos cuyo trabajo podía ser útil a la causa y el de los que -por edad, discapacidad o lo que fuere- ya no podían aportar nada productivo (la cursilla es mía) al nuevo orden social que los cachorros hitlerianos pretendían instaurar. En medio de ese panorama, la cámara se detiene en un prisionero concreto: un señor de edad avanzada que, incapaz de resignarse al cruel destino que le aguarda, sólo alcanza a musitar: “¿Que no soy esencial? Pero si yo enseño Historia y toco la flauta, ¿cómo no voy a ser esencial?”.
Habrá quien diga que el ejemplo resulta extremo, pero yo creo que ya va siendo hora de empezar a llamar a las cosas por su nombre, y si algo queda claro después de leer o escuchar las declaraciones que cada cierto tiempo realiza el peligrosísimo ministro Wert, es que todo lo que nos aguarda a la vuelta de la esquina tiene muy mala pinta. La estrategia es diáfana en cuanto a la cultura: se trata de minimizarla hasta llegar a un punto en el que ya no valga nada para proceder, en ese mismo instante, a malvender los despojos por cuatro cochinos duros. Las bibliotecas no tienen presupuesto para adquirir nuevos libros, las ayudas al teatro o al cine andan en márgenes ridículos y los museos andan en pie de guerra tanto por el recorte en sus presupuestos como por el desprestigio paulatino al que se les va sometiendo. Con la educación empieza a pasar más de lo mismo, con el agravante de que ésta suele suponer el inicio del camino hacia la cultura y la asunción de ciertos valores éticos que a muchos nos resultan indispensables. Pero a ese camino se le empiezan a poner demasiadas trampas y pronto acabará por no conducir a ninguna parte. En los institutos ya no se enseñará Economía, sino Iniciación a la Actividad Empresarial (sea lo que sea eso); la Filosofía pasará a ser algo no ya secundario, sino perfectamente evitable; la Historia del Arte, la Literatura, el Latín y el Griego empezarán a estar bajo mínimos (tampoco es que anduvieran muy boyantes); y todo lo que huela a reflexión y pensamiento crítico, o que se pueda relacionar mínimamente con el forjamiento de una personalidad propia, queda arrumbado en beneficio de esas disciplinas que, supuestamente, se encaminarán a facilitar la incorporación de las nuevas generaciones a un mercado de trabajo que, hoy por hoy, está en los huesos.
Uno creía que, en esta vida, lo importante era ser buena persona y no ser un ignorante. Por ese orden. Ahora no. Ahora lo importante es memorizar tecnicismos en inglés que no sirven para nada, repetir como un papagayo las nuevas doctrinas neoliberales y evitar emprender la búsqueda de un argumentario propio para no verse inoportunamente alejado del rebaño. Porque en eso es en lo que quieren convertirnos: en un gran rebaño sometido a las órdenes de quien nos pastoree (lo dejó muy claro Rajoy el otro día, en su lamentable discurso ante las tropas), una masa informe de individuos despojados de todo poder de raciocinio e incapaces de asumir por su cuenta ningún tipo de iniciativa. Sólo se permitirá que despunten aquellos que articulen su vida en torno a discursos serviles y vacíos (no sé si han visto el vídeo en el que ese chaval de las 35 matrículas pasea por un apeadero en ruinas mientras suelta banalidades y absurdeces muy del gusto neocon: a eso mismo me refiero) y pongan sus esfuerzos e ilusiones al servicio del Poder sin exigir nada a cambio, dispuestos a conformarse con cualquier pobre prebenda que satisfaga, de un modo u otro, sus podridos egos. ¿Para qué leer libros, ver buen cine o perder el tiempo escuchando música? ¿De qué sirve saber quién escribió el Libro de Buen Amor, deleitarse con la Heroica o reflexionar a propósito del mito de la caverna? ¿Para qué nos interesa conocer las ideas que orientaron el existencialismo, el nihilismo y hasta el surrealismo? ¿Qué más da que no sepamos quiénes fueron Stanley Kubrick, Stravinsky, Pirandello o Estrabón? Nada de eso nos hace falta para movernos por la vida como ellos quieren que nos movamos. Para plegarnos por entero a su voluntad. Para dejar de ser seres humanos y convertirnos en ciudadanos esenciales.
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