Los asturianos que casi cumplimos la mayoría de edad en los albores del nuevo siglo y pasamos la adolescencia sumidos en las profundidades de la cuenca minera, tuvimos las primeras noticias del Xixón Sound cuando ya estaba mediada la década de los noventa y Montxo Armendariz y Pepsi decidieron, por motivos dispares que confluyeron en una circunstancia común, darle a una cancioncilla simpática y pegadiza como era el Chup, chup, chup de Australian Blonde la categoría de himno generacional. Quiero decir que yo, igual que me ocurrió con tantas cosas, también llegue tarde al Xixón Sound, y que cada vez que he tenido que opinar sobre el tema (porque he querido o porque me lo han pedido, tanto da) lo he hecho más de oídas que por propio conocimiento, porque cuando adquirí plena consciencia del asunto los grupos que habían constituido el cogollo o estaban a punto de disolverse o habían alcanzado tal punto de cocción que sólo mantenían intacto el nombre con el que, unos años atrás, habían salido a la palestra.
Lo que me tocó fue, en resumen, más bien nada, porque, cuando yo llegué al Xixón Sound, el Xixón Sound se había ido y por las calles sólo resonaban, de cuando en cuando, sus ecos. Nacho Vegas ya se había desembarazado de Manta Ray para empezar su andadura en solitario, las Undershakers estaban a punto de padecer la escisión de Pauline en la Playa y hacía mucho que los Penélope Trip, pioneros del invento, eran un bonito recuerdo que funcionaba muy bien como leit motiv en las conversaciones de prematuros nostálgicos que, muchas veces, andaban tan despistados como yo. Sólo Nosoträsh y Australian Blonde mantenían viva la llama, cada uno a su modo, de lo que una vez había sido y ya no volvería a ser. De hecho, puede que ambos grupos grabasen por aquellas fechas sus mejores discos, pero lo cierto es que tampoco tardaron demasiado en ver cómo sus respectivos proyectos iban languideciendo hasta agotarse, o casi.
Un tiempo después, cuando me instalé en Gijón y empecé a tener trato -a veces por pura casualidad- con algunos de los que habían protagonizado todo aquello, comprobé que el vínculo principal que seguía uniendo a las distintas partes de lo que se conoció como Xixón Sound fue precisamente su aversión al término Xixón Sound y a todos los significados que éste parecía encerrar, supongo que porque ni querían verse adscritos a una corriente musical que, in sensu stricto, no dejaba de ser una abstracción ni llegaban a reconocerse del todo en lo que, en determinados casos, no había sido más que una serie de escaramuzas juveniles. Quizá la mejor definición que se puede dar del Xixón Sound sea la del sonido que nunca existió, porque el término (bastante simplista) no tenía nada que ver con una fórmula sonora concreta y diferenciada de otras que en esos mismos años se estaban dando en otros lugares de España, sino con la coincidencia de una cantidad nada desdeñable de grupos de carácter independiente en un contexto espacial tan ínfimo como era una ciudad de apenas 250.000 habitantes. Todos se conocían porque todos acababan frecuentando los mismos espacios (fundamentalmente, el bar La Plaza y la librería Paradiso), pero eso no quiere decir que todos se llevaran bien entre ellos, ni mucho menos que se sintieran parte de un movimiento artístico común. La prueba es que, apenas un lustro después, que fue más o menos cuando mi generación aterrizó en la cuestión, todos andaban ya a otra cosa. Unos habían abandonado sus formaciones y sus gustos de entonces, y otros -los que permanecían más o menos fieles a su idea original- veían cómo sus proyectos tomaban nuevos derroteros o alcanzaban un punto de cocción que les situaba en un nivel desde el que daba un poco de vergüenza enfrentarse a lo que habían hecho más de una década atrás.
Y sin embargo, debe de ser verdad eso de que el paso de los años lima muchas asperezas y con el tiempo uno se permite ciertas indulgencias con su propia historia, porque a lo largo de este año hemos asistido al proceso de reconciliación consigo mismos que han emprendido algunos de los más egregios representantes de lo que más allá de Pajares se interpretó como una profunda renovación del indie patrio y aquí se quiso ver como la gran revolución cultural que Asturias tenía pendiente. El freno a aquellas tibias hostilidades se vio venir ya el año pasado, cuando la concesión del Príncipe de Asturias a Leonard Cohen reunió en el paraninfo de la Universidad de Oviedo a unos cuantos músicos procedentes de aquel maremágnum que quisieron homenajear al maestro versionando algunas de sus composiciones más paradigmáticas, pero se ha hecho patente a lo largo de este 2012 con dos circunstancias muy concretas: la reedición del mítico Popemas de Nosoträsh, publicado originalmente en 2002, para celebrar su décimo aniversario, y el regreso de Manta Ray, que se reunirán el 14 de diciembre en la sala Acapulco de Gijón, por primera vez desde que el grupo decidiera disolverse, para ofrecer un concierto que conmemorará el 20º aniversario de la creación del grupo y en el que tendrán como telonero a Nacho Vegas, que asume así su condición de hijo pródigo escenificando la vuelta al redil de la psicodelia desde su gozoso descarrie autoral. Como si, parafraseando el famoso adagio lampedusiano, al final haya tenido que cambiar todo para que podamos seguir siendo lo de siempre. Para darnos cuenta de que han pasado dos décadas desde la creación de Manta Ray y algunos años menos desde que se firmara el certificado de defunción del Xixón Sound; y para constatar que hoy, igual que entonces, siguen sonando los ecos.