Era el verano de 2002 y yo estaba de prácticas en un periódico de Gijón. Aquel día se cumplía el aniversario (no recuerdo cuál, uno redondo, de esos que tanto gustan en los periódicos) de la muerte de Eva Perón, y Luis Aguilé acababa de llegar a la ciudad para dar un concierto al día siguiente en El Parque del Piles, una sala de fiestas ya desaparecida que se levantaba al final de la playa de San Lorenzo. Era ya algo tarde (las ocho o las nueve de la noche). Yo estaba en la redacción corrigiendo el último párrafo de una entrevista que esa misma mañana le había hecho a Concha Velasco (era todo muy sixtie, como ven). El redactor jefe estaba en su despacho atendiendo a sus asuntos mientras el televisor emitía, en riguroso directo, un encuentro que el autor de Cuando salí de Cuba o Es una lata el trabajar mantenía con la presentadora del magazine nocturno de una televisión local. En un momento dado, el redactor jefe abandonó su cubículo y apareció por la redacción exclamando que Luis Aguilé estaba contando en la tele que había conocido a Eva Perón y que a una de mis compañeras de precariedad en aquellos meses no se le había ocurrido preguntarle sobre ella en la entrevista que le había hecho unas horas antes. Como en el periódico, a aquellas horas, sólo estábamos yo y otros dos, y como yo tenía todas las de perder, me señaló con el dedo y me ordenó que fuese ipso facto hasta la televisión aquella para pillar a Luis Aguilé y hacerle tres o cuatro preguntas acerca de la añorada primera dama argentina.
Pedí un taxi y llegué a los locales de la cadena, instalada entonces -cerró hace unos pocos años- en un barrio de las afueras. Pedí al conductor que me esperase y deambulé por las oficinas hasta que encontré a un tipo que parecía ser jefe de algo. Le expliqué quién era y por qué estaba allí a aquellas horas. Me pidió que esperase, que el programa estaba a punto de acabar y que Luis Aguilé no tardaría en salir. Apareció a los pocos minutos. Cuando le comenté que quería hacerle una entrevista -él acababa de salir de una, lo recuerdo un poco sudoroso, bastante cansado, me comentó que había llegado ese mismo día desde Madrid en coche y apenas había tenido tiempo de pasar por el hotel-, no me puso ningún pero. Al contrario. Me dijo que si quería se la podía hacer allí mismo y que no me preocupara, que me tomase todo el tiempo que fuera necesario. Le pregunté si había conocido a Eva Perón. Me contestó que sí, cuando era niño. Le pregunté qué opinión tenía de ella. Me respondió con tres o cuatro tópicos de esos que emplea todo el mundo al hablar de Eva Perón. Le pregunté qué opinión tenía ella de él. Me miró como si estuviese mirando a un marciano o a un subnormal e improvisó, supongo, una respuesta inventada que yo acabaría convirtiendo en el titular de aquella entrevista. Cuando hube apuntado sus últimas palabras, le di las gracias y me despedí. Me preguntó si no le iba a preguntar nada sobre su música. Le respondí que no. Me preguntó si no le iba a preguntar nada sobre el concierto que iba a dar la noche siguiente. Le respondí que era el aniversario (no recuerdo cuál, uno redondo) de la muerte de Eva Perón y que en mi periódico estábamos haciendo un monográfico con entrevistas donde los entrevistados sólo hablaban acerca de Eva Perón. Puso un puchero triste y me preguntó si al menos pensaba ir a su concierto. Le contesté que no lo tenía pensado, pero que igual me pasaba. Me dio la mano. Le di la mía. Me dijo que había sido un placer. Le dije que para mí también. Me fui.
Subí al taxi. Cuando estábamos a punto de arrancar, escuché unas voces. El taxista frenó. Miré por el espejo retrovisor y vi a Luis Aguilé venir corriendo hacia el coche. Abrí la puerta, salí a preguntarle qué quería y antes de que pudiese decir nada me dedicó una sonrisa y me mostró dos entradas para su concierto. Me las dio. Me dijo que invitara a mi novia, o a cualquier amiga, y que veríamos qué bien nos lo pasábamos. Le dije que no se preocupase, que seguramente iría. Volvimos a despedirnos, esta vez con una palmada en la espalda. Volví a subir al taxi. Tras arrancar, el taxista me preguntó si aquel tipo que había estado hablando conmigo era Luis Aguilé. Le respondí que sí. Me contó que su mujer era muy fan y que seguramente irían al día siguiente a verle a El Parque del Piles. Le pregunté si tenía entradas. Me respondió que no. Le regalé las mías.
Cada vez que veo o leo por ahí algo sobre Luis Aguilé, recuerdo esta historia y siento algo parecido a un remordimiento.
[…] escuchado en su vida ni a Paul Mc Cartney ni a The Beatles, y ya he contado en este mismo lugar cómo conocí a Luis Aguilé y lo que junto a él me aconteció. Pijadas sin importancia, pero que imprimen carácter, como […]