El Papa se ha abierto una cuenta en Twitter con apodo de superhéroe post-conciliar y anuncia que lanzará al mundo su primer gorgorito virtual el día 12 de diciembre. La noticia ha ocupado páginas enteras en todos los periódicos y puesto en vilo a media humanidad, que aguarda expectante el contenido de esos 140 caracteres inaugurales con los que se escenificará la incorporación del Vaticano a uno de los patios de vecinos más concurridos de la contemporaneidad.
No deja de resultar curioso este interés por lo que diga o deje de decir el Sumo Pontífice en una plataforma que ha servido, principalmente, para demostrar que los ídolos mediáticos rara vez tienen algo interesante que contar y que, a menudo, las reflexiones lúcidas, reposadas y necesarias provienen de individuos más o menos anónimos que han encontrado un eco para su voz en esa herramienta que permite individualizar a los distintos componentes de la masa y apreciar la variedad de tono y matiz que se esconde tras las líneas maestras de los mensajes globales. Poca cosa puede aportar en ese batiburrillo un Papa que se tendrá que someter a los dictados de lo políticamente correcto para no contravenir las normas de la organización que preside y que, como mucho, sólo tendrá margen para anunciar con unos días de antelación los horarios de sus apariciones estelares en la basílica de San Pedro, como una rockstar en perpetua gira estática y rutinaria, o la marcha de los procesos de beatificación, canonización o similares que tengan ahora mismo procedimiento abierto bajo la imponente cúpula que diseñó Miguel Ángel.
La Teología es, por otro lado, una disciplina que requiere de plazos extensos y digresiones largas para que los mortales podamos, al menos, adivinar por dónde pretenden ir los tiros. Lo sabe bien nuestro incalificable ministro Wert, que coloca el milagro de las bodas de Caná en el mismo plano que el mito de la caverna y concede a los textos de Descartes el mismo rigor y validez que a los de Mateo el evangelista. Si después de más de dos mil años no hay quién carajo entienda el famoso misterio de la Santísima Trinidad y necesitamos horas de explicaciones para terminar aceptando (con la boca pequeña, eso sí) la virginidad de María o la resurrección de Lázaro, va a ser difícil que un simple tuit (ni toda una cadena enlazada a base de hashtags) nos aclare las lógicas dudas que uno tiene al abordar asuntos de tanta envergadura y trascendencia. Sobre todo en vísperas de unas navidades en las que tendremos que tirar a la basura las simpáticas figuras de la mula y el buey que hasta ahora dinamizaban nuestros belenes y sustituir el tradicional licor que dejábamos a los Reyes Magos por un chupito de manzanilla, no vaya a ser que, trianeros como ahora sabemos que son, prefieran quedarse al calorcito sureño en vez de emprender su tradicional tournée afable y desprendida por los pueblos de España. Las explicaciones que Benedicto nos debe por estos desajustes en nuestra educación sentimental exceden con mucho los estrictos límites que marca la red social del pajarito. Y me temo que las nuevas revelaciones que puedan surgir necesitarán más fundamento que el de unas pocas palabras tecleadas en la intimidad de un despacho pontificio y lanzadas al mundo con la frivolidad de quien sabe que, diga lo que diga, tiene ya a su público metido en el bolsillo. Por mucho que el Espíritu Santo se presentase ante el mundo en forma de paloma, no sé si a Benedicto le irá bien en este nuevo periplo que se dispone a emprender bajo apariencia de canario, ni si sus gorgoritos divinos podrán aspirar a otra cosa que a convertirse en efímeros trending topics llamados a protagonizar los cierres de los telediarios antes de desvanecerse en el endiablado discurrir de los días, demostrando que también las cuestiones trascendentes pueden verse reducidas al más humillante de los absurdos y haciendo bueno aquello de que, al fin y al cabo, todo en esta vida es vanidad.