En mi primer post titulado: “Cuando el mal de Stendhal es inevitable” describí cómo algunas personas sienten una emoción incontenible cuando se asoman a la obra de arte.
Puede que de entre los muchos ejemplos de estas visiones sobrecogedoras sean los frescos de Giotto di Bondone, realizados entre 1303-1306 y ubicados en la capilla Scrovegni de Padua, los cuales me han inspirado a la hora de escoger el nombre de este blog.
Ya el halo de misterio se cierne sobre ellos con la previa preparación requerida para entrar en este santuario y que sugiere que lo que encierra en su interior es algo único. Una sala que sirve para estabilizar el clima de la capilla y retiene al futuro espectador durante quince minutos –y otros tantos una vez in situ– es requisito indispensable, junto a la reserva anticipada, para contemplar esta obra maestra de principios del siglo XIV.
Es necesaria esta breve introducción para detallar a continuación lo que contiene este magnífico recinto sagrado, cuyo conjunto mural despliega una extraordinaria carga de humanismo, donde el colorido y la fuerza lumínica envuelve al espectador y le hace disfrutar en la intimidad, junto a un reducido grupo de personas, del encanto y la magia de algo sumamente delicado, virtuoso y poco terrenal.
El conjunto pictórico mural
De arquitectura muy sencilla, un receptáculo rectangular de una sola nave y de ladrillo al exterior con bóveda de cañón, -además de altas y estrechas ventanas en su pared meridional y un ábside poligonal- muestran el ciclo pictórico dedicado al Antiguo y Nuevo Testamento.
Las pinturas al fresco, la misma técnica que utilizó Miguel Ángel para la Capilla Sixtina, manifiestan en toda su intensidad los maravillosos efectos cromáticos, gracias al azul ultramar utilizado por el artista, y que afortunadamente se han conservado, con previas restauraciones, hasta nuestros días.
Se trata de cuarenta y dos escenas que marcan la historia de la redención del ser humano y la de su Juicio Final y que invitan al asistente a dejarse envolver por el relato bíblico de la salvación.
Con un hilo narrativo dispuesto en grandes recuadros en los que utiliza algunos pasajes de los evangelios apócrifos –como en El sueño de Joaquín o El abrazo ante la Puerta Dorada-, los episodios de la vida de San Joaquín y Santa Ana, los de la Virgen y los referidos a Jesús desde su infancia a la ascensión se suceden para concluir con la llegada del Espíritu Santo.
De estas últimas secuencias destacan dos: las de El llanto sobre Cristo muerto y El beso de Judas.
Bajo una cubierta abovedada con la imagen de una Madonna con el Niño, un cielo azul estrellado, evidencia de la superación de los fondos dorados bizantinos, narra parte de la historia del cristianismo inspirado en San Agustín.
A la vez, coloca entre las escenas tiras decorativas representaciones de tamaño reducido del Antiguo y Nuevo testamento, santos y detalles como el del rito de la circuncisión.
Mientras que en la franja inferior de las paredes, el zócalo enmarca con la técnica de grisalla, imitando las formas de esculturas de mármol, las figuras alegóricas de los Vicios y de las Virtudes dentro de nichos.
Partiendo de una concepción iconográfica románica, –salvo en el retrato del comitente- y en una composición ordenada en franjas superpuestas, sobresale del relato del fin del mundo la figura de Cristo redentor en el centro del mural y los doce apóstoles dispuestos a ambos lados. Sobre ellos la corte celestial y debajo el mundo terrenal con las fuerzas del mal que se llevan a los pecadores a las profundidades.
Scrovegni y su capilla
La capilla paduana, aneja al palacio que no sobrevivió –construido al lado de un anfiteatro romano conocido como La Arena del año 60 a.C.- y dedicada a la Virgen de la Caridad, fue fundada por Enrico Scrovegni, un rico burgués que ordenó levantar el recinto sagrado con objeto de redimir los pecados de usura cometidos por su padre.
Es posible que el carácter funerario y expiatorio de la capilla justifique el programa iconográfico desarrollado en su interior con protagonismo de su fundador a los pies del juicio final, en actitud oferente ante la Virgen que acoge de su mano una réplica del edificio en maqueta, cuyo sarcófago preside el presbiterio al fondo de la sala.
El paso del Medievo a la modernidad
Es a través de esta obra maestra en la que podemos descubrir lo mejor de Giotto (1266-1337) y el porqué de su trascendencia en la historia de la pintura.
Uno de los referentes más relevantes del arte occidental que personifica el comienzo de una nueva etapa en la evolución del arte con la que acaba el periodo medieval y comienza el Renacimiento.
Así, rompe con el bizantinismo en las artes y supera la representación plana de los objetos para lograr la tercera dimensión dotando a sus figuras de volumen, casi escultórico, a través de los tonos cromáticos, los efectos de claroscuro y la utilización del paisaje de fondo arquitectónico.
De esta forma, utiliza recursos mediante los cuales confiere una caracterización psicológica de los personajes captando incluso los sentimientos gracias al naturalismo expresivo que los individualiza, los impregna de dramatismo y teatralidad y los hace desfilar con rostros y cabezas articuladas rompiendo con la representación frontal de las imágenes.
Una verdadera conquista en la preocupación por el espacio y en su intención por conseguir una representación pictórica como una ventana abierta a la realidad.
Un amplio repertorio a través de 42 magníficas composiciones que encierran lo mejor de este genio del Trecento italiano, el auténtico innovador de la pintura gótica italiana, que rompió con los convencionalismos pictóricos.
El maestro toscano también trabajó en la iglesia de la Santa Croce, donde Stendhal fue sobrecogido por el famoso síndrome que lleva su nombre. Estos frescos florentinos, junto a los de Padua constituyen el punto álgido en su carrera, aunque decoró otros entre los que se encuentran los de la Basílica de San Francisco de Asís y la de San Juan de Letrán en Roma o la Basílica de San Antonio y el palacio de la Ragione de Padua. Algunos otros sin embargo no se pueden atribuir al genio italiano con plena seguridad.
En cualquier caso, visitando unos u otros, para algunos el síndrome de Stendhal siempre estará asegurado.
me gustaría tratases algunos de los temas, en particular el del beso de san Joaquín y Santa Ana, si mal no recuerdo está representado aquí