¿Y si pudiésemos lanzar un dado 6.000 veces? ¿Qué pasaría? ¿Nuestra vida sería diferente? Quién sabe… ¿Y si existiesen varios mundos donde los momentos vividos pudiesen repetirse y cambiarse ampliando los posibles finales de la historia? Esto es lo que nos plantea Constelaciones, la obra de teatro que ahora se representa en los escenarios de los Teatros Luchana hasta el próximo 31 de octubre.
Entonces imaginaos que lanzáis ese dado, una y otra vez, tal y como Marianne (Inma Cuevas) le dice a Roland (Fran Calvo), para esperar al después: esperar a todas las variantes de una misma vida que, sobre unas líneas claves del amor mezclado con la mecánica cuántica, gira y cambia dando la posibilidad de decidir con qué versión quedarse… porque entre el nada y el todo las posibilidades son infinitas.
La magnificencia de la obra solo se hace posible con unas interpretaciones pulidísimas, donde las emociones están a flor de piel, cambiantes, duras y vivas, marcando los ritmos de lo que vemos sobre el escenario. Estamos ante una estructura narrativa cambiante que exige unas interpretaciones muy trabajadas para poder transmitir esas emociones y registros que hacen posible que Constelaciones exista por sí misma. Y lo logran, vaya si lo logran, pues a través de las 60 escenas en bloques que se repiten marcando las diferentes posibilidades que la vida da a sus protagonistas, surge una pieza de teatro extremadamente bien interpretada.
Una obra de teatro poco convencional, única y con personalidad propia que atrapa al que la ve porque, ante todo, lo que es Constelaciones es la historia de dos personas: él, apicultor urbano, y ella, profesora de física cuántica… a través de ellos, el libre albedrío, la amistad, la teoría del multiverso, el amor y la miel se crearán infinitos universos, paralelos, que ayudarán a descubrir el secreto de la inmortalidad.
“No sé qué hago aquí de tomas maneras. Sólo una copa. Y si no quieres verme nunca más, no tendrás que verme nunca más”
Una única historia sí, pero contada de múltiples formas donde cada decisión nos lleva hasta un futuro diferente, lo que no solo es un reto interpretativo, sino también escénico y de dirección, ya que la obra sitúa al espectador en diferentes espacios y en un ritmo determinado que la decoración y el montaje debían saber llevar y transmitir. Por ello se diseñó una acertada escenografía limpia: un espacio cuadrado y casi vacío exceptuando por algunas copas, chaquetas y un ligero telón de fondo, de forma que todas las miradas quedasen centradas en los actores.
Con Constelaciones estamos ante un puzzle de escenas, combinadas poco a poco por un genio creativo como es el director Fernando Soto, que ha sabido desmigar y volver a componer la historia original del autor Nick Payne, dramaturgo británico que estrenó Constelaciones en el Royal Court Theatre el 13 de enero de 2012 y que apuesta por nuevas formas de escritura y de expresión (prueba de ello es esta obra). Así a día de hoy podemos ver en los Teatros Luchana la historia de Marianne y Roland que, sin una cronología lineal, nos hablará de dos personas, de sus emociones, el dolor y el amor… en definitiva, sobre aquello que nos hace humanos.
Entre el vértigo de seguir las pequeñas tramas y matices de las historias, y la emoción que se transmite a través de ellas, en un mundo donde todo parece ser muy relativo, nos encontramos ante un laberinto de arbitrariedades, finales abiertos que penden de un hilo y tantas posibilidades que harán que cada espectador salga de la sala con una historia propia sobre lo que acaba de ver construida en su cabeza.
No hay mucho más que decir, excepto que vayáis a verla y os dejéis llevar por el amor y los inescrutables caminos que trae consigo, que apreciéis los destellos amargos y la ternura de una historia donde los encuentros, el perder, el empezar, el terminar y el ganar siguen pendientes de que, de nuevo, se vuelvan a lanzar los dados.
Lucía Berruga Sánchez
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