Ayer estaba demasiado cansada como para ponerme a pensar sobre una conversación que había tenido con uno de los profesores en los que más confío, pero hoy con la lucidez que te da la adrenalina de la mañana, del “venga que te espera todo el día por delante”, mi mente se ha puesto a darle vueltas a algo que lleva inquietándome mucho tiempo: el terrible e inequívoco hecho de que nos enseñan a vivir callados.
Cuando queremos alzar la voz para decir lo que no es justo, para denunciar lo que debe ser denunciado, lo que ocurre cuando suceden acontecimientos que no deberían ocurrir, te dicen “ssshhh es mejor mantener las formas, que te juegas mucho”. De esta forma te hacen pensar que no decir nada es legítimo porque puedes acabar diciéndole algo a alguien que, aun teniendo razón en tu reclamación, te hunda de cara al futuro.
El miedo a meter la pata que se suele decir, es lo que se nos inculca cuando pensamos en alzar la voz, y es que claro, solemos vivir tan callados todo el día que a veces estallamos con la persona menos apropiada; y se nos mete miedo, nos dicen desde niños que debemos respetar al que está por encima, incluso cuando vemos que sus acciones no son las que deberían ser. Se arma un bucle entre lo que debemos y lo que queremos hacer y una parte se acaba comiendo a la otra; seguro que ya sabéis cuál es el pez grande.
Es un bucle que alimentan aquellas personas que, precisamente, tienen el deber de decirte que luches por lo que es justo y enseñarte a pensar por ti mismo, que deben darte las armas necesarias para defenderte y no dejar que otros nos digan cómo debemos pensar. Estas personas son nuestra propia familia, los profesores con los que tratamos… te dicen “la mente es libre, pero que se quede todo ahí” y que conste que yo sé que lo hacen por nuestro bien, o eso piensan ellos, o quizás porque es exactamente lo mismo que se les ha inculcado a ellos, o porque saben lo que es defender una injusticia para que al final seas tú el que salga mal parado.
El caso es que con toda licencia y legitimidad nos quitan con la educación el arma más fuerte: las palabras, la capacidad de hablar y de expresar lo que pensamos; siguen alimentando el bucle que no cesa, el de bajarse los pantalones y dejar que violen nuestro más íntimo derecho, el de abrir la boca y tragar aire vacío de todas las palabras que no se dicen.
Vivimos en la gran mentira que nos han vendido de la libertad de expresión: no somos libres ni de palabra, podemos pensar pero no podemos expresarlo sin el miedo a que perdamos lo poco que tenemos. El arte del silencio es la mayor obra de esta sociedad absurda en la que vivimos.
Por ello vengo a mi pequeño reducto de libertad, mi blog, a decir lo que parece que no debo expresar en voz alta para no complicarme la vida, porque mi futuro está en juego y debemos consentir por él que en el presente nos pisen y se nos falte el respeto como si fuésemos nada; pues nada somos, desaparecidos en los gritos que no damos y dejados de la mano de una impotencia total que nadie remedia y, aun peor, si quieres remediarla te dirán que no lo hagas, porque siempre puede ser peor.
“Confórmate y espera”, y ahora, llegados a este punto ¿dónde estamos? Sin el don de la palabra hablada nos hemos consumido como la llama sin oxígeno, impregnados de un miedo que deja rastro y que transmitimos a los que nos rodean para evitar que el bucle cese.
Nos hacen callar y luego esperan que no tengamos miedo de hablar en público, nos enseñan desde niños una vida normalizada de lo que debe ser “normal”, el niño quiere bailar pero “eso no te va a dar de comer cuando seas mayor”… y el niño es libre, pero le normalizamos, le decimos cómo debe ser, lo que debe pensar y que debe guardar respeto a sus mayores, lo que se traduce a respetar a unas instituciones y figuras de autoridad corruptas cuando el niño se hace adulto.
Nos venden la historia del futuro, del cuando seas mayor, nos quitan la voz y nos dicen cómo debemos comportarnos; pero de lo que parece que no nos damos cuenta es de que ese futuro soñado al final nos los quitan quienes han instituido este sistema de valores, los mismos que nos han enseñado que para nosotros lo mejor es asumir lo que nos toca vivir y esperar a que pase sin rechistar para contribuir a un sistema que, como ya se ha hecho notar, no funciona, y que quizás, bueno quizás no, seguro, no puede mantenerse, aunque nos amordazan para no decirlo.
Legitimamos el poder con cada una de las palabras que no decimos, por eso la gente está saliendo a las calles a pesar de las leyes que se han hecho para coartar las pocas libertades que nos quedan, porque encima tienen la indecencia de llamarlo “ley de seguridad ciudadana”, casi hasta parece que nos están haciendo un favor, nos protegen pero ¿de qué? De ellos no, eso seguro.
Por eso las personas están tomando las plazas y las calles, pero siempre en contra de un objetivo común; sin embargo en ámbitos más pequeños como las empresas o las universidades, donde se burlan del trabajador y del estudiante, se le ignora y se atenta contra su persona con faltas de respeto, no se hace nada, la población no se mueve, porque no hay población, solo afecta a uno o a unos pocos, y encima nos contentamos con que no nos toque la china a nosotros. Dejamos así al afectado en solitario con un disimulado “apañetalas, lo siento, no es mi problema” bajo palabras de comprensión y un “entiendo que estés enfadad@”.
En espacios pequeños no nos sentimos libres ni apoyados por la masa para defender lo que es justo y por ello permanecemos callados, porque es lo mejor, porque ya pasará y porque, en el fondo, tienen razón: tenemos un presente que mantener. Realmente nos han hecho creer que tenemos mucho que perder, y puede que así sea, pero mantener una mentira a un precio tan alto está provocando una gran crisis en la sociedad, con una pérdida de identidad tal que muchas veces ya no sabemos ni cómo reaccionar a lo que está ocurriendo y ello hace que nos volvamos a dejar aconsejar, y entonces, cuando ya casi tocamos con la punta de los dedos la ansiada voz de la conciencia que dice que defendamos lo que es justo, nos volvemos a dejar convencer de que nos podemos hacer nada, de que es mejor callar.
Y yo lo he vuelto a hacer, lo admito y me revienta el hecho de haberlo consentido; pero lo he hecho porque era “lo mejor” me dicen, lo he hecho hoy por el mañana, por un futuro…
¿Por un futuro? De eso ya no nos queda, nos lo robaron junto a las palabras
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Lucía Berruga. Sobrevolando la cultura: http://sobrevolandolacultura.blogspot.com.es/