Todos somos los otros

Todos somos los otros

Por @SilviaP3

Ayer vino la realidad y el horror a despertar a muchos del sueño de falsa seguridad en el que a menudo viven en Occidente, dejando transcurrir los días pensando que por el mero hecho de haber nacido en determinado suelo nada ni nadie podrá jamás tocarles, por lo que la mayoría de las veces ni se preocupan por la existencia de aquellos que no han tenido la fortuna de nacer en este lado del mundo; olvidando la fragilidad inherente al hecho de ser humanos; ignorando el horror que la humanidad siempre ha albergado, en mayor o menor medida, en su seno.

Por si esa soberbia no fuera un pecado o una falta que, a menudo, todos cometemos, el día a día de omitir otras realidades en los telediarios, no dar voz a otras gentes, no mostrar las imágenes de las atrocidades que se suceden por el mundo, cargándose directamente la sección internacional, y alimentar las noticias de sucesos, más o menos macabros y emitir videos frívolos de Youtube, tampoco ayuda a que vivamos con los ojos bien abiertos, a que tengamos conciencia de lo que sucede en la tierra que habitamos. Pero los problemas no desaparecen por mirar para otro lado, las guerras no terminan por no nombrarlas, las personas no dejan de sufrir porque desconozcamos que sufren.

De la barbarie vivida ayer en este lado del Mediterráneo es de la que huyen los refugiados; esos refugiados que durante meses y meses han servido para ocupar en las noticias unas cabeceras dramáticas, unos rifirrafes entre partidos políticos y unas charlas económicas en determinados despachos, que alimentaban el miedo que se extendía hacia aquellos que huyen siendo de otras culturas y de otros credos, ni mejores ni peores, simplemente diferentes, escapando, tal y como haríamos todos, para dar a sus hijos un futuro, para poder vivir en paz; esos refugiados de los que las noticias únicamente se acuerdan cuando tienen imágenes lo suficientemente trágicas o macabras.

La ceguera que causan el odio, la ira y los fanatismos no debe permitir que nuestras miradas se nublen sin observar la realidad, buscando las causas que expliquen qué demonios está pasando, qué hemos hecho mal, hasta dónde vamos a llegar tropezando una y otra vez con la misma piedra. Los que adolecemos de cierto pesimismo y un ánimo tan descorazonado como descorazonador no es que pequemos de tener poca fe en la raza humana, es que tenemos biblioteca, es que tenemos memoria, y hemos leído tantos libros de historia que, incluso, en los peores momentos, los argumentos no nos resultan desconocidos del todo.

Sin embargo, aún con este panorama terrible en el que hoy despertamos, no todas las personas quieren saber. Hay gente que prefiere cerrar los ojos, que les den las respuestas sin formularse ellos mismos las preguntas y no indagar, en un tiempo en el que muchos de los medios de comunicación de este país se rigen por un montón de reglas que poco tienen que ver con el término «periodismo», y en el que no se puede por menos que agradecer a todos los periodistas que luchan por informar a pesar de dónde trabajan, del paro o de las cremalleras que quieran ponerles en la boca. Porque en las noticias que nos llegan de los grandes grupos de comunicación, asemeja que a nadie le interesa responder ya a las cinco uve dobles (Who,What, Where, When, Why) y una hache (How); las mismas que Rudyard Kipling, recién estrenado el siglo, mencionaba en los primeros versos The Elephant’s Child:

I keep six honest serving-men

(They taught me all I knew);

Their names are What and Why and When

And How and Where and Who.

Los que buscamos información audiovisual pura y dura, acabamos acudiendo tanto a canales como Euronews o la BBC, añorando aquellos tiempos en los que las cadenas generalistas conectaban con ellos durante horas, y a nuestra querida Red, por más que sabemos que escucharemos en los próximos días lanzar sapos y culebras contra ella. Mientas tanto, ya sea por emisiones por satélite o viéndolas online, recordamos con envidia cómo es un buen noticiero en televisión: hechos, ausencia total de juicios de valor, inexistencia de adjetivos y nada de música que dramatice la escena. Recuérdenlo cuando vean algunos de los que se emitan este mediodía, repletos de sensacionalismo y con una lectura dramatizada por parte de sus presentadores, naufragando su contenido en los pequeños detalles y contribuyendo a que los árboles no dejen ver el bosque.

Cada vez que sucede algo de semejante magnitud, los especiales de nuestras cadenas cuentan con políticos y tertulianos, cuando no resultan poseedores de ambas condiciones, en una especie de espectáculo televisivo que, no nos olvidemos, va a la zaga de ciertos programas del corazón, cuya diferencia está empezando a ser, simplemente, la materia que tratan. Todo va en la línea: el jaleo, el enfrentamiento, el ruido, la repetición de eslóganes y el show absoluto de cualquier temática con tal de ganar audiencia.

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FUENTE: Pixabay

Así que infórmense donde deseen, pero infórmense. Busquen los hechos. Piensen. Alcancen sus propias conclusiones y no repitan como loros aquellas que ya les dan masticadas. No olviden que todo, absolutamente todo, le puede pasar a cualquiera. Ninguna de las víctimas de ayer se habría imaginado tal fin. Vivan en la realidad, por más cruel que sea, y no permitan que les venza el miedo, pues en ella también se encuentran luces de esperanza, las sonrisas de nuestros niños, los abrazos de nuestros seres queridos, la solidaridad y los sentimientos que nos hacen más humanos, tal y como vimos ayer cuando los taxistas pusieron a disposición de la gente sus vehículos, tal y como vimos ayer cuando la gente abrió las puertas de sus casas a aquellos que lo necesitaban. Y recuerden que, efectivamente, todos somos París, todos somos Francia, pero también todos somos Siria, todos somos Somalia, y Libia, y la India… y el mundo. Porque todos somos los otros.