Por @SilviaP3
En septiembre empieza todo. Otra vez.
Si realmente somos conscientes del paso del tiempo, de los finales, de los comienzos, y de lo rápido que una flor florece y se marchita, seguramente, es en septiembre. Ahí nos aguarda siempre el poder evocador del otoño.
Resulta curioso cómo la gente celebra en Navidad el Fin de Año, realizando sus deseos para los doce meses siguientes, marcándose nuevas metas, estableciéndose nuevos propósitos. «Es el principio», te dicen. «Borrón y cuenta nueva», repiten. «De este año no pasa», exclaman.
No sé ustedes, pero conozco a muy pocos que sean capaces de cumplir más de la tercera parte de toda esa ristra de metas que se imponen ese día fatídico, si es que cumplen alguna. Tal vez no lo logren porque lo practican en mala época. Desengañémonos, el comienzo de todo, en nuestra sociedad actual, se produce en septiembre. La mayoría regresa de sus vacaciones; se inicia el curso académico; nos despedimos del verano, con mayor o menor alegría en un país que parece que echa el cierre en agosto; y con el pistoletazo de salida de las clases, la maquinaria comienza a rodar de nuevo.
Es inevitable pensar en el camino que uno recorre si se detiene unos minutos a mirar a su alrededor, en la vorágine de este inicio de año real que sume al entorno en un estrés en constante incremento. Todos van como locos, acelerados, como si la velocidad fuera la que gobernara sus vidas, como si ahora no fuera posible detenerse cinco segundos a escuchar lo que dice el crío que llevan a su lado y hubiera que ir, con el carrito del supermercado, atropellando a escritoras incautas.
Así las cosas, es en otoño cuando el ánimo languidece, probablemente influenciado también por ese colapso de prisas, presiones y propósitos olvidados que la mayoría hizo en las pasadas Navidades; cuando el viento empieza a soplar frío; cuando el inicio de una nueva etapa hace que nos replanteemos qué deseamos, qué queremos que forme o no parte de nuestras vidas, qué anhelamos, qué vamos a aprender en este nuevo ciclo, deseando superar la prueba con nota, antes de que cada uno de nosotros se vea sumido en la locura del invierno y, de pronto, vuelva a estar llenando una maleta.
Tal vez, quien recapacita en otoño, cuando todo termina, cuando todo comienza, y no está todavía agotado por el ritmo frenético de su día a día, alcance conclusiones más honestas y sinceras que aquellos que lo hacen cuando toca, en plenas fechas navideñas, golpeados por las luces de colores, la hipocresía de las sonrisas y las copas de champán.
Todavía no es otoño, me dirán algunos de ustedes. Está bien. Técnicamente comenzará el próximo 23 de septiembre a las 10:20 horas, pero incluso para eso prima más nuestra forma de vida que los tiempos astronómicos. Lejos queda la época en que, a un nivel general, las estaciones marcaban el ritmo de nuestros pasos.
Y aunque pueda resultarle paradójico a algunos, hoy por hoy, el otoño se ha convertido en una de mis estaciones predilectas. Tal vez por esa tibia calma del que recupera su armonía, por el suave murmullo de las hojas, o quizás, por ser el origen de mi luz predilecta para las fotografías. Sea como fuere, les guste o no esta época en la que los árboles van perdiendo sus vestiduras, pidan sus deseos, busquen sus propósitos, atrévanse a vivir y no olviden nunca levantar el pie del acelerador en el que el invierno que acecha se empeña en sumergirnos.
Buen inicio de curso. Buen inicio de año.