Cuando cumplí los 50, se instaló en mi cerebro, de forma obsesiva y traumática, el hecho matemático de que solo me faltaban diez años para cumplir los 60 y entrar en la tercera edad. En sí misma, la idea me deprimió porque llevaba implícita la verdad rotunda de que ya me restaban menos años por vivir que los vividos. Y, de repente, algo tan obvio cayó sobre mí como una losa y me hizo ser consciente, quizá por primera vez, de que la vida es tan efímera como me contaba mi abuela. “Disfruta, que la vida pasa sin que te enteres” –me decía-, y a mí, con trece años aquello me sonaba a chino.
Definitivamente, entrar en los 50 me lanzó de lleno contra la única verdad de la vida: la muerte. Muchos diréis que vaya noticia fresca, pero lo cierto es que cada cual tiene su revelación cuando la tiene, y no por común deja de ser impactante. No, definitivamente, no fueron buenos los primeros años de mis cincuenta. Y pensar en los 60 me producía, incluso, desagradables episodios de pánico. Sentía que me resbalaba por un tobogán sin agarraderas y sin posibilidad de detener mi descenso hacia el vacío de la muerte.
Ayer fue mi cumpleaños. Cumplí 60. Y, en contra de lo que pensaba, no me siento de la tercera edad, sino que sigo viéndome como una mujer joven con una mentalidad joven. De hecho, no me veo diferente a una mujer de 50, aunque me decepcionó comprobar que las de 50 si me ven mucho más mayor que ellas. No hay problema. He llegado a la conclusión de que la falta de perspectiva no es mi problema.
Curiosamente, tampoco no me sumí en la más profunda de las depresiones, como casi había planeado. Me sorprendí a mi misma: cumplir 60 me daba igual. Me siento mejor que con 50. Quizá lo único bueno de cumplir años sea que te dan la templanza para asumir lo inevitable y te permiten aprender a disfrutar un poco más del presente.
También considero que esta nueva década que inicio me otorga el privilegio de comenzar a decir lo que pienso –no será como cuando cumpla 70 u 80, pero puedo ya empezar a despacharme con cierta ligereza sobre ciertos asuntos-. Y esta idea me ha llenado de cierta paz interior que no sabría explicar muy bien, pero ahí está y la agradezco.
Muchos diréis que no digo ni pío de la decadencia física, pero no lo menciono porque, aunque soy realista y las cosas son como son, me siento ágil y en forma, un estado que me ha propiciado una actividad física, que si no ha sido intensa, sí he practicado de forma constante desde mi juventud, y hoy, más que en cualquier otro momento, estoy recogiendo los frutos. Pero volviendo a lo importante -que es mi actitud-, insisto en que cumplir 60 años ha obrado en mí como un bálsamo y espero con impaciencia la primera oportunidad de decir a más de uno lo que pienso de verdad.
(Extracto de “Reflexiones de una mujer corriente”)