Rodeada de más de un centenar de personas y con una temperatura ambiente algo impropia para esta época del año, que subió aún más a causa de la congregación humana y que hizo temer alguna lipotimia, asistí este jueves, en la Casa del Libro de la calle Fuencarral, a la presentación de la novela de Juan Luis Marín, “Almas grises”.
La expectación que había generado y que resultaba evidente ante el hecho de que no cabía un alfiler en la sala, no me sorprendió. Juan Luis Marín es un escritor diferente por muchas razones, pero la más importante es que es capaz de escribir sin pudor ni complejos lo que piensa.
Conocí a Juan Luis hace unos meses en una cena a la que asistieron otros autores y sus agentes. Mi sitio en la mesa, muy distanciado del suyo, me unió a una curiosa conversación sobre la antropología de parentesco, en la que mis intervenciones se limitaron a asentir educadamente haciendo como si entendiera -que no- algo de todo aquello . Y aunque reconozco que al final terminó interesándome el tema mucho más de lo que hubiera imaginado, también es cierto que al principio no pude evitar desconectar de vez en cuando del relato de las costumbres familiares y de apareamiento de no sé que tribu de la Polinesia, y mirar distraída al fondo de la mesa donde estaba Juan Luis. Creo que en toda la noche debimos cruzar poco más de dos frases. Sin embargo, cuando volvimos a coincidir en la presentación del último libro de Fernando Riquelme, nos saludamos y tratamos como si nos conociéramos de toda la vida. Ese día nos sentamos juntos en la cena posterior a la presentación. Desde entonces no he dejado de leer todo lo suyo que ha pasado por mis manos o por mi pantalla, así que sé, sin haberlo leído aún, que “Almas grises” va a terminar sorprendiéndome de alguna manera.
Promete su contraportada que el lector no tendrá ni un solo momento de reposo… De sus protagonistas dice que son “adictos a la peor de las sustancias: la adrenalina que se segrega al provocar el sufrimiento extremo a otro ser humano”. Creo que intriga y suspense no le faltan a esta historia, que se adentra en una comunidad secreta de la que, una vez dentro, es imposible salir.
Allá voy.