Esta semana nos ha dejado dos fechas para la historia: el día en el que murió José Luis Sampedro y el día en el que murieron Margaret Thatcher, “La dama de hierro” de Gran Bretaña, y Sara Montiel, “La dama de las camelias” de España, por aquel papel de la actriz manchega en “La bella Lola”.
Resulta curioso que cuando fallece alguien muy popular, en el mismo día o en una fecha próxima, muere alguien más de renombre. No sé si esto vendrá de la época de Cervantes y Shakespeare –que si no murieron, como se creía, el 23 de abril de 1616, sí fue con pocos días de diferencia-. Lo que es cierto es que esta fúnebre coincidencia se produce. Por poner algunos ejemplos: en junio de 2009 murieron David Carradine, Michael Jackson y Farrah Fawcett; Toni Curtis murió a finales de septiembre de 2010 y algunos días después Manuel Alexandre; Sancho Gracia y Carlos Larrañaga fallecieron en octubre de 2012; Carmina Ordóñez y Marlon Brando, en julio de 2004; y Amy Winehouse y Steve Jobs, en el verano de 2011, con apenas un mes de diferencia (y podríamos seguir).
De todos los mencionados –sin contar las trágicas circunstancias que rodearon a David Carradine, Amy Winehouse y Carmina Ordóñez -, solo la muerte de Michael Jackson generó, no solo dudas sobre su naturaleza, sino consecuencias criminales, hasta el punto de que el médico personal de la estrella del pop cumple cuatro años de prisión. El resto de los mencionados podrá descansar en paz. Lo digo porque esta semana también se inició la exhumación del poeta Pablo Neruda, quien murió, por cierto, solo 12 días después de Salvador Allende (en septiembre de 1973) –de nuevo, la fúnebre coincidencia-, aunque, visto lo visto, no sé si habrá que hablar más bien de coincidencia premeditada, ya que después de creer durante cuarenta años que el poeta chileno había muerto de cáncer de próstata, de repente, tras las declaraciones hace unos años de su chófer y hombre de confianza, han surgido serias dudas sobre la posibilidad de que muriera envenenado por agentes de Pinochet, hasta el punto de que se ha procedido a la exhumación de su cadáver en busca de sustancias tóxicas en sus restos.
De entrada, cuando leí la noticia, lo primero que pensé es hasta qué grado de fidelidad se pueden realizar este tipo de análisis óseo después de cuarenta años. Lo segundo, mi admiración por las personas que son capaces de hacer cosas así –por cierto, de los 15 profesionales que componen el equipo, tres son españoles. Dicen, además que los exámenes durarán tres meses, que las medidas que se han tomado son increíbles y que, incluso, se grabará las 24 horas del día al equipo de peritos-. Y lo tercero, la capacidad que tiene la realidad para superar siempre a la ficción.
Menudo guión. Uno de los poetas más conocidos de la historia de la literatura que, oficialmente, murió de un cáncer doce días después del golpe de Estado de Pinochet, pudo ser víctima de un asesinato mediante envenenamiento, que se administraría con una inyección por hombres del régimen recién instaurado, antes de que pudieran sacarlo del país –Neruda sabía que estaba en el punto de mira por sus posicionamientos políticos-.
Manuel Araya, chófer y persona allegada al poeta, fue quien presentó la querella por homicidio y quien relató cómo, estando en la clínica con el poeta, lo enviaron a la farmacia para cometer el crimen.
Si Pablo Neruda hubiera vivido para contarlo, la historia de su presunto asesinato sería hoy un best seller. No me cabe ninguna duda.