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MISIÓN OLVIDO

Llevaba viéndolo meses en la pila de libros sin leer y siempre me decía que sería el siguiente tras el que estuviera leyendo. Pero cuando llegaba el momento de elegirlo y adentrarme en su historia, algo me hacía cambiar de idea y que otro título menos antiguo se le colase haciéndole perder posiciones en la pequeña torre de lecturas pendientes.

El caso es que me rondaba cierta sensación de obligación. Sabía que tenía que leerlo por aquello de “a ver qué cuenta”, pero de la misma manera presagiaba la decepción. Por fin, hace unas semanas, me planté y lo cogí con la decisión de terminar con él como si se tratara de un trámite. Desde luego, la actitud no era ni de lejos la mejor: ya estaba predispuesta a que no me gustase.

Para empezar, no me gustaba ni el título. “Misión Olvido” me anticipaba el mismo destino que debería correr el ejemplar que tenía entre las manos. Comencé por fin a leer pensando en averiguar qué es lo que debía olvidar aquella mujer que aparecía en la tapa, sentada en un sillón con las piernas cruzadas frente a una ventana.

Sin embargo, a medida que avanzaba en la trama, la mujer de la taza de café iba dando paso irremediablemente a la imagen de la autora. Supongo que por ciertas similitudes en las biografías de autora y personaje (ambas son profesoras en la Universidad y ambas cuentan con experiencias docentes en Estados Unidos), a lo largo de los cientos de páginas no me deshice de la sensación de estar leyendo pasajes de la vida de María Dueñas, hasta el punto de que, al terminar el libro, me fui directa a buscar algunos datos personales de la autora (no digo cuáles para no desvelar el final a quién aún no lo haya leído y tenga la intención).

Los personajes, de entrada, me interesaron poco. Y con el paso de las páginas, tampoco lograron atraerme más. Mi visión de ellos era superficial, no podía ver más allá de ciertas generalizaciones. Sus perfiles me dejaban en la superficie, sin conocerlos. Solo uno de ellos, Daniel Carter, consiguió generarme curiosidad.

Tampoco me gustó el ritmo de la trama, que no sabía muy bien a que enfoque quería conducirme. A pesar de todo, continué leyendo (lo hago a menudo: me cuesta dejar un libro a medias por mucho que me proponga hacerlo, que es lo que dicta el sentido común y que supone la opción más práctica teniendo en cuenta que hay mucho interesante que leer). Cuando me ocurre esto, solo hay dos finales posibles: 1) la cosa empeora y me digo que no voy a volver a hacerlo; 2) la cosa mejora y me felicito por haberle dado una oportunidad a la historia.

En este caso, reconozco que las últimas páginas me han dado algo de perspectiva, porque solo es al final cuando puedes, por fin, ver un trasfondo: la vida de una mujer corriente, con los problemas de una mujer corriente y con el pensamiento de una mujer corriente.

 

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