Lulú en Hollywood, de Louise Brooks

 

Thomas Gray dijo: “La gente se cree todo lo que sea, con tal de que no tenga ninguna obligación de creerlo”.

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La tragedia de la historia del cine es que está fabricada y falsificada por la misma gente que hace la historia del cine. Es comprensible que en los primeros años de la producción cinematográfica, cuando nadie podía imaginar que iba a haber una historia del cine, la mayoría de la literatura sobre el cine ofreciera auténtica basura, encaminada sólo a realizar el deseo del público de compartir la existencia de cuento de hadas de sus ídolos cinematográficos. Pero hacia 1950 el cine se había establecido como arte y su historia se convirtió en un asunto serio. Sin embargo, los personajes famosos del cine siguen representándose a sí mismos como estereotipos –chicas buenas y malas, chicos buenos y malos– a quienes los cronistas adornan con una lluvia de anécdotas.

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Las películas de siempre ya no valían. Sólo las películas de ahora eran buenas. La calidad de un actor se medía por el éxito de su última película. Los productores habían creado estos tres mandamientos y dirigían el mundo del espectáculo de forma que resultaran ciertos. En cuanto al público, se le enseñó a despreciar las películas de siempre.

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No voy a escribir más. Es inútil contar la verdad a unos lectores embrutecidos por una publicidad alienante.


[Ultramar Editores. Traducción de Lola Luengo]  


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