Se desembarazó de las manos de Fat Man y se bajó de la báscula.
Lo mismo Jester ya pesaba cuarenta kilos a los tres años. O puede que al nacer. Fat Man suspiró. Al margen de sus orígenes, ahora entre ellos se interponían doscientos veintiún kilos. Y la grasa corporal era un hecho con el que había que lidiar. Siempre. Era algo que un hombre no podía pasar por alto. Aunque lo intentase, el mundo no te lo permitiría. Y tampoco es que lo hubiese intentado alguna vez. Todo lo contrario. Había insistido en llevar registros pormenorizados. Incluso en aquel momento, Jester se disponía a consignar una nueva entrada. Abrió la puerta de caoba tallada del vestidor que daba al baño. La cara interior de la puerta estaba cubierta de papeles grapados a la madera. Era el historial de peso de Fat Man, mantenido a diario desde hacía años. La puerta entera cubierta por una caligrafía enmarañada de color verde. Había dos columnas: ganancias y pérdidas. La historia de una continua progresión ascendente, de una dilatación, de una hinchazón más allá de toda razón. Pero al mismo tiempo era una biografía. A Fat Man le bastaba para echar un vistazo al peso registrado en cualquier fecha y aparecían rostros, brotaban lugares de la superficie, soplaban los vientos, los hombres sonreían y morían.
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Ella echó la cabeza hacia atrás y su garganta marmórea rodó bajo la botella ámbar hasta hacer desaparecer la cerveza. Sonrió.
-Permíteme que te diga. Elige una ciudad grande, pongamos que Nueva York. Una mujer puede quitarse la ropa y quedarse en pelotas, como Dios la trajo al mundo, en cualquier acera y no se girará una sola cabeza. ¿Te lo puedes creer? Ya veo que no, pero es la verdad, te lo puedo garantizar. Basta que pongas a esa misma mujer en una jaula y, ni siquiera hace falta que la desnudes del todo, olerás el almizcle a kilómetros de distancia. Echarán la puerta abajo para verlo.
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Estaba demasiado gordo para apañarse solo. Si se largaba toda la gente de Garden Hills, cabía la posibilidad de que Jester se largara con ellos. Y él no podría sobrevivir solo. Por supuesto, también él podía largarse. Pero eso le resultaba incluso más aterrador aún. Él allí era un héroe, en Garden Hills; fuera de Garden Hills era un bicho raro. Aquí se le reverenciaba, había vencido al sistema. En cualquier otro lugar, los niños se reían de él y los adultos deseaban apedrearlo.
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El odio es lo que hace que el mundo gire.
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¿Qué es lo que mantiene a todo el mundo en el extremo equivocado de la línea? No es el amor. No, la cosa está montada para que odies el sitio donde estés, sea cual sea, lo mismo da que sea al pie de una colina o en la cumbre.
[Dirty Works. Traducción de Javier Lucini]