Oscuras Epopeyas (1995 – 2015), de Ángel Fernández Benéitez
EL VENDEDOR DE POEMAS
Hay quien vende poemas por las calles.
Gente de poca monta que por unos duritos
te entrega unas palabras.
No son nuevos juglares ni persiguen la gloria.
En general son yonquis y gentes desoladas.
A veces con descaro, se copian cinco versos
de alguna antología más o menos ruinosa
que en algún bar moderno de Malasaña, acaso,
con ínfulas de culto y de tertulia progre,
se expone entre volúmenes sobados.
Alegan una causa tan noble como el hambre
y sonríen sin gracia con un vacío oscuro
donde crecieron dientes, los nuevos, que llenaron
el hueco de los años ya sin leche.
Ya no queda ninguno.
Poemas para tontos por unos duros sólo
de los grandes poetas conocidos.
Pero otros, menos ricos,
poemas tan triviales como la vida misma
se deben a la voz que escapa por el hueco
donde hubo una sonrisa de Profident blanquísima
que una madre juiciosa
cuidó con mucho esmero.
**
EL VIAJERO
Escribo, por ahora, desde el aeropuerto
donde el aire es ausencia y puerta del destino.
El suelo está bruñido por tránsitos y adioses
y escribo ya asfixiado de soledad umbría
después de muchos años que han sido desamparo.
A merced del olvido siempre torpe,
pasajeros remotos recorren las estancias
cuya luz acribilla bancos abigarrados:
ejecutivos nuevos flamantes en sus ternos,
turistas arlequines afanosos
de empecinados rumbos programados,
parejas en deshielo
con la urgencia de amor clavada en la mirada…
Toda la feria humana de vanidad errante y los socios
más tristes, solitarios y oscuros
que guardan su congoja ante un periódico
me acompañan aquí, en hora de partida.
Es una multitud que se despide
en antesala abierta, respirando el vacío
que por aquí dejaron oscuros transeúntes diferentes.
Muy sereno, al borde de la nada,
este tráfico aéreo comparto agazapado
tratando de olvidarme del olvido.
Un Airbus moderno pondrá en fuga estas sombras.
Sus modernas maletas hacia consignas raras
portarán los secretos
que una mano guardó en alcoba distante.
He comprado en la tienda algunas golosinas,
un perfume italiano sin impuestos
y he tomado un café sentado al filo
de la inquietud urgente que avisan altavoces.
Mientras, una excursión de críos
ausentes de sus padres, en viaje escolar seguramente,
me arrancaba hasta el alma en su alboroto.
Y ahora ya me embarcan
sin alma, con un olvido sordo.
Mi aire se hace ausencia y por el suelo
ya vuelan intangibles los adioses.
Cierro mi carta aquí
y me entrego a pasillos vacilante.
[Editorial Semuret]