“Es preciso liberar el camino del ser humano de toda la parafernalia objetiva. Sólo entonces podrá percibirse por completo el ritmo del estímulo cósmico, sólo entones el planeta entero estará cubierto por una envoltura de eternidad, en el ritmo del infinito cósmico, del silencio dinámico.”
Manifiesto de Vitebsk, 1922
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Preguntar acerca de la libertad es indagar sobre la capacidad y condicionamientos en la naturaleza humana en busca de caminos de acción posibles. Es mapear obstáculos desde la experiencia. “La lucha por la libertad, escribía Isaia Berlín, al igual que la lucha por la justicia, es una pugna, no por un fin positivo, sino por condiciones en que puedan llevarse a cabo esos fines positivos: es despejar un espacio que, sin los fines que vale la pena perseguir en sí mismos, permanecería vacío.” ¿Y qué fin más urgente perseguir en el juego del mundo y el devenir, que la afirmación gozosa de elevar y honrar lo vivo? Bajo esa premisa el astrofísico y doctor en filosofía sánscrita, Juan Arnau, en su libro La invención de la libertad (Atalanta, 2016), se embarca tras la concepción que del vivir sostuvieron tres grandes pensadores: William James, Henri Bergson y Alfred North Whitehead, y a través de sus consideraciones teóricas marca un itinerario que nos sirve de base para cuestionar a quienes reducen la vida a un juego mecánico, al ser humano a una marioneta biológica, y la naturaleza, a un conjunto regido por leyes inmutables. Los protagonistas del libro, sostiene Arnau, vieron el mundo como una invención de la libertad, y el universo, no como limitado a la influencia física entre entidades materiales, sino más bien como un organismo viviente con alma e inteligencia. Una evolución cósmica que discurre en paralelo a la evolución espiritual de los seres. Un mundo constituido por percepciones más que por cosas, y en el cual la observación objetiva y la actitud analítica representan un disparate y una irresponsabilidad.
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“Detrás de cada trama hay otra, y hurgar sucesivamente en ellas no garantiza un fondo ni un sentido, expone Arnau, por eso, la filosofía de estos tres autores no busca explicar la percepción sirviéndose de los elementos que la hacen posible, como tampoco se interesa en buscar la realidad detrás del escenario, sino que prefiere poner en juego esa misma percepción, ejercerla, recrearse en ella”. Experimentar el mundo como juego de autocreación. Apropiarse del espacio y del tiempo, robárselos a la homogeneidad, sentirlos como algo orgánico, regulados por la vida consciente. La fermentación o resultado de la vida que percibe y siente, en relación al ejercicio creativo ejecutado al ligar la materia al movimiento vital. Siendo conscientes de que cada relación está imbricada simultáneamente en la creación del mundo, y que el modo de conciliar la duración de un acontecimiento depende no de lo que dicte un reloj, sino de su intensidad.
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“Esta filosofía ofrece una perspectiva comprometida con la vida. Sostiene que la escala de observación crea el fenómeno”, explica el autor. Las excentricidades de la vida consciente, los episodios mentales, como actividad que crea caminos en el espacio y diseña la curvatura del tiempo, que modela nuestra relación con todo aquello que nos rodea, volviéndolo intenso y único. De allí que conceptos y categorías sean insuficientes para enmarcar la experiencia. La acción es instrumento de la conciencia, sí, pero es propio del razonamiento, sostiene Arnau, encerrarse en el círculo de lo dado. En el seno de la razón, la acción y la vida rompen constantemente lo que la razón había anudado. Si los hechos de la mente y de la vida se dejan a merced de la ciencia positiva, esta asume una concepción mecanicista, tratando lo vivo como algo inerte.
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Lo que éstos filósofos nos enseñan, y Juan Arnau rescata de modo dinámico y preciso, es que la percepción y la libertad están comprometidas en la intensidad y evolución de la vida. Si no se ejerce el goce creativo al que se está invitado cada instante mediante nuestras elecciones conscientes, la misma esencia de lo vivo perece. La vida, en aras de elevarse por sobre la materia, no necesita tanto el fundamento tranquilizante como aprender a arriesgar sin seguridad, de la afirmación que se despliega en la indeterminación, en el azar absoluto, en la aventura seminal del diseño. Esa visión tan nietzscheana de un mundo de signos sin falta, sin verdad, sin origen, ofrecido a una interpretación activa. La inercia y la cuadratura del hábito, ese mirar aletargado y adormecido, revolucionado por la inquietud de lo abierto, lo espontáneo y lo novedoso, sabiendo que creamos la vida en libertad, y que de las elecciones perceptivas del instante presente gestamos el por-venir.
Texto publicado originalmente en la revista Buensalvaje España #7 (Junio,2016)
Un artículo excelente. Como
siempre. Gracias!
Una delicia leer este artículo.
Gracias.
Estoy leyendo ahora Manual de Filosofía Portátil, La invención de la libertad será el siguiente.
Muchas gracias.