A comienzos del siglo XX, cuando se publica la novela póstuma de Robert Tressell, Los filántropos en harapos (Capitán Swing, 2014), el mundo tal y como lo conocemos, movido por un apetito industrial de dimensiones colosales, se estaba desperezando. El feroz dinamismo especulativo que aún hoy gobierna los estados ya había comenzado a reconfigurar cada aldea, cada granja: la estructura social en su conjunto. Pero no fue sino hasta este período finisecular que las nuevas sociedades de masa y el mercantilismo despiadado hacen su aparición. Por aquel entonces la industria y la producción, el capitalismo, el socialismo, la expansión imperialista, la ciencia y el progreso no habían defraudado todavía las esperanzas que se depositaban de forma general en ellos. No se habían disparado los ciclos incontrolables de los mercados ni el mundo había sufrido las atroces consecuencias de las dos guerras mundiales.
En medio de esta Belle Époque de optimismo surge la voz de Robert Tressell, seudónimo del escritor irlandés Robert Noonan, con la clara intención de divulgar de un modo asequible los ‘verdaderos fundamentos del socialismo’, según sus palabras, a la vez que para crear un relato fidedigno de las contingencias sociales y laborales de la clase trabajadora de su época. La novela, de contenido fundamentalmente político, se convirtió en la obra más aclamada de su autor y en un clásico de sólido prestigio dentro de las obras de temática obrera. Inédita en España hasta hoy, deja de estarlo gracias a la destacable labor del traductor Ricardo García Pérez y la editorial Capitán Swing.
La trama de Los filántropos en harapos nos presenta el discurrir de un grupo de trabajadores en una pequeña ciudad del sur de Inglaterra. Un puñado de personajes a través de cuyas voces el autor asume la tarea de exponer posturas disímiles de entender y reflexionar sobre la pobreza y el empleo: pilares sobre los que gira el eje central del texto. Cuestionando el desierto moral sobre el que se asienta el monumental drama del capitalismo y denunciando la trágica necedad, ignorancia y miedo de los que este sistema se sirve para hacer legítima una lógica económica destinada a favorecer a los menos en detrimento de los más. Pero además, la novela trata sobre las relaciones humanas, sobre sus epopeyas cotidianas, y de como estas se ven afectadas en esa otra relación suya, no menos estrecha, con la producción mercantilista y la lucha de clases.
Pero ¿dónde reside el interés político de esta novela escrita hace un siglo? Desde luego que la complicación que el capitalismo de consumo y la revolución tecnológica han aportado a la escena económica y política mundial no está contenida en un libro de 1914. Tampoco el arrobo que el psicoanálisis ha infringido a la historia política mundial.La precariedad material en la Inglaterra de principios de siglo que ahorma el discurrir de los personajes, por ejemplo, dista mucho de parecerse al cementerio de objetos en el que se ha convertido cada hogar en los países industrializados. Pero es justamente el hecho de que la novela está desprovista de todo ese revestimiento teórico y de confort bajo el cual ha perecido el ánimo de subversión de las clases trabajadoras en el último siglo, lo que le confiere un alto grado de interés, puesto que nos acerca al semblante más amargo del capitalismo: sus bases ideológicas y las consecuencias de esta. El hambre, la miseria, la pobreza, realidad diaria de tantas personas hoy en el mundo.
Sin embargo, el fin pedagógico que persigue Robert Tressell se ve por momentos empañado por ese doble fondo que subyace cuando una doctrina se hace con la hegemonía ideológico-política de los significantes -terreno, al fin y al cabo, sobre el que libran su batalla todas las ideologías-. Es decir, las imágenes a las que recurre el autor para describir ciertas nociones abstractas forman parte de un concepto ideológico ‘típico’, lo cual, en cierto modo, desvirtúa hacia lo naif la composición de algunos de sus personajes. Pero dado que la obra de Robert Tressell es una obra socialista, debemos recordar que dentro de la estructura teórica del socialismo el concepto de lo ‘típico’ ha ocupado un lugar central. El realismo socialista en la literatura progresista de la época debía representar héroes típicos en situaciones típicas , y así dar a conocer en el contexto social de su época el relato de los nuevos hombres socialistas y la tendencia histórica subyacente.
El libro de Robert Tressell, al contrario de lo que el realismo socialista imponía, no otorga una concepción ideológica a cada personaje sólo con el objeto de hacernos amar al ‘héroe’, al hombre que trabaja en beneficio de la humanidad -aunque esto también lo hace-, sino además, como lo llamaba Kant, para hacer efectivo el ‘esquematismo trascendental’ en virtud del cual lo abstracto de una noción, en este caso, política, como lo es el capitalismo y el socialismo, se universaliza y refleja en una experiencia concreta, la historia y sus personajes.
Y es allí, en ese contenido esquemático que reviste y ejemplifica la historia que el autor nos propone, donde nos es dado disfrutar de un relato que transmite de forma deliciosa los detalles y desquicios del trabajo, de las relaciones laborales, y el sin fin de minúsculas calamidades que acarrea la pobreza, a la vez que nos hace reflexionar sobre los fundamentos del sistema capitalista, sobre las nefastas nociones que este ha generalizado, al punto de que hoy nos son invisibles o sólo somos capaces de ver como ‘normales’ e ‘inamovibles’: como por ejemplo, consentir ser explotado en beneficio y provecho de un jefe y de una casta económica y política. Convertirse en un filántropo.
Bajo la fabulación y los personajes, la tensión y la vitalidad de la historia, subsiste un único objetivo. El de ayudarnos a someter a la prospección crítica y la sana gimnasia de la criba nuestros propios conceptos políticos y morales. Un ejercicio necesario para situarnos a la altura de las exigencias que, como hacedores de este ignominioso instante de la política mundial, estamos llamados a cumplir.
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[1] Zizek, En defensa de la intolerancia.