Un hombre rebelde es aquel que dice “no”. Albert Camús
Dentro de lo que se denomina psicología de la personalidad, los especialistas opinan que el conjunto de rasgos estables que nos conforman son los responsables de dar inicio a nuestro comportamiento. La manera de sentir, de pensar, de actuar, de una persona, le sirve por un lado para reconocer su identidad, y por otro, para distinguirle de los demás. Estos estilos de sentir, vivir y actuar, fruto de complejas construcciones biográficas, forman parte de nuestro carácter, y a la vez que son aprendidos, hay quienes también opinan que pueden ser desaprendidos. Hablamos entonces de una psicología evolutiva, cuyo fin es la aparición de una personalidad inteligente, es decir, de una personalidad que nos provea de las mejores condiciones posibles para ser feliz. Entonces la personalidad se convierte no solo en el origen del comportamiento, sino también en su meta, como así lo explica en su libro, La inteligencia fracasada, José Antonio Marina.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando la posibilidad, la creatividad y los recursos con los que contamos para hacer viable la evolución de nuestra inteligencia, y de nuestra personalidad, se ven obstaculizados por una excesiva regulación del medio, o peor aun, cuando estos recursos son objetivamente manipulados para adocenar y frenar el desarrollo de nuestra inteligencia? James C. Scott, profesor de Sociología y Antropología en la Universidad de Yale, célebre por sus estudios sobre la resistencia y forma de vida de los pueblos del sureste asiático que luchan por vivir al margen del estado, autor de, Dominación y el arte de la resistencia, El arte de no ser gobernado, y Armas de los pobres, entre otros, comparte en su libro, Elogio del Anarquismo, recientemente editado en castellano por Crítica, una serie de reflexiones que confluyen en torno a uno de los mayores problemas de nuestra época: la excesiva intervención del estado sobre la vida privada.
Elogio del anarquismo se publicó en 2012 con el título Two Cheers for Anarchism: Six Easy Pieces on Autonomy. Dignity and Meaningful Work and Play (Princeton University Press). En él, James C. Scott centra en la tradición del pensamiento anarquista su crítica al estado, pensamiento en el cual desembarcan sus reflexiones tras la experiencia de tres décadas como investigador de los conflictos de clase, resistencia y pueblos marginales. La huella anarquista que sigue rechaza la corriente dominante de cientificismo utópico que dominó la mayor parte del pensamiento anarquista de finales del siglo XIX y principios del XX, para centrarse en el anarcoindividualismo, el anarquismo individualista que actúa por sobre determinantes externos, sean grupos, sociedad, sistemas ideológicos o tradiciones. James C. Scott hace hincapié a lo largo del libro en la práctica sistemática del sentido común y la acción espontánea de individuos rebeldes, que se replantean la jerarquía de la norma en su búsqueda de la libertad y la justicia, personas que no temen decir “no”.
Si la capacidad de desobediencia constituyó el comienzo de la historia humana, la obediencia podría muy bien provocar el fin de la historia humana, opinaba Eric Fromm en su libro, Sobre la desobediencia, quien supo ver qué, la libertad y la capacidad de desobediencia son inseparables. Ahora bien, ¿qué importancia cobra esa desobediencia en la historia política? James C. Scott se hizo célebre en el mundo académico por su modelo interpretativo de los conflictos agrarios, por su modo de interpretar la protesta campesina, que hasta ese momento los investigadores insistían en estudiar únicamente bajo las infrecuentes y raras ocasiones en que éstas se organizaban, rebelándose contra el estado y las elites agrarias. El autor acertó al interesarse en los actos de desobediencia, de resistencia diarios, denominados everyday resistance, que exhibían los grupos subordinados, el campesinado y buena parte de la primera clase obrera, minorías sin poder que recurrían a acciones infrapolíticas: el sabotaje, la quema de cosechas, el robo, la ocupación, el furtivismo, entre otros, como armas de resistencia, utilizadas ya que la divisibilidad y la dispersión de esta clase de resistencia ayudan a evitar la represalia. ¿Por qué arriesgarse a invadir un territorio cuando una ocupación ilegal asegurará derechos de facto sobre ese territorio? ¿Por qué pedir a las claras derechos a la madera, el pescado y caza, si la recolección, pesca y caza furtiva lograrán el mismo objetivo con más discreción? Una manera de interpretar la resistencia contra la opresión que ampliaba en mucho el enfoque establecido por los académicos hasta el momento.
La acumulación de miles, de millones de este tipo de pequeñas acciones de resistencia, dice el autor, pueden tener enormes repercusiones sobre el derecho a la tierra, los impuestos y las relaciones de propiedad, por ejemplo. Bajo su influencia se cobijan históricamente las acciones de las clases subordinadas, que han carecido del lujo de la organización política, pero que no les ha impedido trabajar en complicidad y de forma microscópica, cooperativa y multitudinaria en el cambio político desde abajo, escribe el autor. James C. Scott deja en evidencia que las protestas ajenas a las instituciones parecen aportar una condición necesaria, aunque no suficiente, para un cambio estructural progresivo, lo que ejemplifica con el New Deal o los derechos civiles.
Bajo la lupa de Scott el anarcoindividualismo se transforma entonces en una estrategia productiva para hacer frente a la opresión, es no tanto una política de insurrección como una manera de poner en práctica el sentido común. Además, el autor pone en evidencia que el estado y las organizaciones jerárquicas formales han obstaculizado y socavado la capacidad para la práctica del mutualismo y la cooperación que, históricamente, han creado el orden sin el estado, aunque no cae en la trampa de pensar que el estado de naturaleza anterior al estado era un paisaje ininterrumpido de propiedad comunal, cooperación y paz. Esta iniciativa y responsabilidad natural de cooperación voluntaria, dice, se ve debilitada por el estado, al poner la propiedad privada de pleno dominio y al individuo, por sobre la sociedad y la propiedad comunitaria. La tierra y el trabajo en el neoliberalismo desprenden un fuerte tufo a darwinismo social, opina el autor, destacando a su vez que tras la práctica de dos siglos de estado podemos estar convirtiéndonos en los depredadores que, en opinión de Thomas Hobbes, poblaban el estado de naturaleza. La democracia, sin igualdad relativa, es un engaño cruel, escribe Scott, a lo que concluye que no existe libertad auténtica allí donde las grandes diferencias convierten los acuerdos en poco más que un saqueo legalizado.
Aunque adolece de cierta profundidad en el alcance de su planteamiento, Elogio del Anarquismo es un libro interesante. La desobediencia como arma para abastecernos de las mejores condiciones posibles para ser felices, orientar nuestra forma de sentir, pensar y actuar hacia la búsqueda de la libertad, y recurrir a la práctica del “no” como forma de resistencia, es, a grandes rasgos, lo que James C. Scott nos propone en su último libro. Algo que en esta época de borreguismo y conformidad puede resultar decisivo. El devenir histórico de los intereses democráticos actuales necesita de ciudadanos que sepan discernir sobre la importancia del acto de la desobediencia como elemento fundador de la libertad y la razón