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El rey del bosque

«No era esto lo que soñaba cuando soñaba con ser libre». A poca distancia de la ciudad de Roma se encuentra el Lago de Nemi, llamado en la Antigüedad «Espejo de Diana» y resguardado de miradas inoportunas por un bosque sagrado, como lo son todos los bosques, como deberían serlo. Es el santuario de la diosa, su templo un árbol sagrado que crece en lo profundo del bosque. Su sacerdote y guardián es «El rey del bosque». Sólo con la muerte podía renunciar a este título, sólo con la muerte lo alcanzaba. Había una única condición: debía ser un esclavo.

Un esclavo huido. Un esclavo que sueña con la libertad. Un esclavo que no está dispuesto a recibir una paliza más de su amo, un castigo más. Ha oído, quizás en el mercado, de la existencia de ese bosque sagrado. Esta dispuesto a huir, a intentarlo. Sabe que la pena por huir es la muerte, pero la prefiere a ir muriendo lentamente. Escapar le resulta fácil. No hay cadena más eficaz que la del miedo y con ella cuentan los amos. Ellos saben que el miedo es el mejor carcelero.

Ya ha llegado al bosque. Ahora, para convertirse en Rey del Bosque sólo debe arrancar una rama y matar a ese desconocido que nada le ha hecho. No siente remordimiento por lo que va a hacer, porque sabe que ese desconocido también se fugó igual que él y mató al anterior para convertirse en sacerdote y rey, para ser libre. Era así como uno se coronaba como Rey del Bosque: matando al anterior.

Creen que el poder les dará la libertad, pero no es cierto. Matar o morir, no hay otra opción, sin descanso, sin satisfacción. “No era esto lo que soñaba cuando soñaba ser libre”. El poder deshumaniza, quien lo tiene vive en constante alteración, pendiente de conjuras, corroído por las sospechas. Algunos creen que serán más libres si tienen poder, pero comenten un error, pues es el poder quien tiene a uno. El poder esclaviza hace siervos. A aquel a quien atrapa ya solo vive para él. Es el más exigente e ingrato de los amos. Y llegado el momento, cuando uno se vuelve débil, el poder lo sustituye por otro, sin aprecio ni miramiento.

Este mito encarna la naturaleza menos grata del poder, ineludible. Es uno de los que cuento en mi novela «Y por esto el príncipe no reinó», que ayudan a comprender la realidad política, la ambición, la propia condición humana. 

Salud.

www.oscarmprieto.com

 

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