Escribir sobre un pasado que no te ha tocado vivir puede ser una tarea complicada sin ningún tipo de documentación o dominio en la materia. Si lo que se busca es crear una historia de fantasía en lugar de una novela histórica solemos inventar un mundo nuevo y único para los personajes aunque en cierta medida pretendemos que nos recuerde a nuestro propia realidad. Aunque Tolkien inventara todo un mundo original, incluso una lengua, podemos reconocer el aura medieval en sus personajes. Tratar de imitarle sería una osadía por mi parte, pero creo que se puede llegar a crear una historia y llevarla a una era anterior a la nuestra sin tener una máquina del tiempo, se puede visitar una exposición sobre esa misma época y tratar de entender cómo vivirían entonces sin las comodidades de hoy.
Todo esto me lo planteo después de ver la exposición de ‘Pompeya, catástrofe bajo el Vesubio‘ que se inauguró el lunes en el Centro de Exposiciones Arte Canal, en la madrileña Plaza de Castilla. Durante todo el recorrido tuve la sensación de estar viendo cobrar vida al mundo que intento crear en mi próxima novela, sin pretenderlo, podía comparar los objetos descritos en las páginas que llevo con los expuestos, como los enseres de tocador que usaban las damas pompeyanas antes de que el volcán arrasara la ciudad romana en el 79 d.C, las vajillas y cuberterías de madera para el servicio y de plata maciza para la aristocracia. Las cenizas han protegido perfectamente piezas de joyería, de costura, de tocador, pesca, caza, agricultura. A cada paso de la exposición sientes como cobra vida ante ti la sociedad de aquella época, descubres a qué dedicaban el tiempo libre pobres o ricos. Están representadas las calles, las gentes, las casas, como la Menandro en la que se puede comprobar el exquisito gusto decorativo de los pompeyanos, las paredes repletas de oleos con pocos muebles encierran un mundo tan lejano pero no tan distinto al nuestro. puede que no tuvieran la tecnología de hoy, pero las necesidades básicas del ser humano se cubrían igual. Sin duda, la visita me ayuda a enriquecer el peculiar y ancestral mundo que trato de recrear en la novela porque muchas veces se bloquean los ‘pluggins’ de escritor de pasar tantas horas frente al ordenador y hay que salir a buscar la inspiración, donde sea.
Yo tuve la suerte de viajar a Nápoles y ver en persona las ruinas de Pompeya, te aseguro que me invadió la misma sensación que describes, impresiona ver lo bien conservado que están todos los objetos cotidianos que usaban, las villas y las calles por las que paseaban. Fue algo mágico.