He repartido mis vacaciones veraniegas entre el Norte y el Sur.
Realicé una pequeña tournée por Navarra –ya que mis raíces familiares se encuentran en este viejo reino–, para a continuación, desplazarme a la costa cartagenera que me alumbró con su inigualable luz mediterránea. Tierras diferentes. Culturas diferentes. Naturalezas diferentes y, sobre todo, diferentes formas de entender el cuidado del medio ambiente.
No me sorprendió la naturalidad con la que los visitantes del embalse de Leurtza pagaban los dos euros que cobraban las guardesas del citado paraje, para poder aparcar el vehículo fuera del recorrido recomendado a los turistas; un pantano rodeado por un bosque majestuoso y mágico.
Si me sorprendió que unos kilómetros abajo, en la antigua localidad de Santesteban, apenas encontrásemos papeleras en sus calles; pero la limpieza de las mismas nos reveló pronto la inédita ausencia de contenedores en las esquinas. La gente del lugar no arroja nada al suelo.
Ya en la costa levantina me extrañó el revuelo provocado por la decisión de cobrar un peaje de cuatro euros para acceder a la playa de Calblanque –un espacio protegido de la costa de Cartagena–. Ciertos paisanos, tanto en la prensa como en las redes sociales, aludían al “afán recaudatorio” de la medida y a su cuestionable gestión por parte de una empresa privada. Opiniones respetables, sin duda; pero si vamos a pelearnos por el decimonónico debate de lo público y lo privado, nos perderemos en lo importante, que es el mantenimiento y la conservación de ese espacio natural. Lo cuide quien lo cuide.
He navegado esa costa durante gran parte de mi vida y conozco palmo a palmo la inmensa mayoría de sus playas y calas –incluidas las de más difícil acceso–, y tengo que decir, que no sólo pondría una cuota diaria para el acceso a dichas playas, sino que además, en algunas de ellas, establecería una moratoria de los años que los biólogos y naturalistas creyesen conveniente, para denegar el acceso a las mismas y conseguir el restablecimiento de su equilibrio medioambiental.
Algunos ciudadanos pensarán que por el simple hecho de alojarse en un hotel, camping, o en su propio apartamento, tienen derecho a contaminar. Porque eso, y no otra cosa, es lo que hacen cuando ensucian las playas con sus residuos; restos de comida, bolsas de plástico, excrementos de sus mascotas, compresas, latas de refresco, millones de colillas e incluso, las sillas o restos del mobiliario playero que dejan abandonado sobre la arena, una vez inservible o deteriorado. Para qué les voy a hablar de los botellones que se realizan en salinas cercanas a humedales, también protegidos, amén de los vertidos de gasolil de las embarcaciones a motor que vuelan por el Mar Menor; un mar interior en el que –si tuviésemos dos dedos de frente–, exclusivamente deberíamos permitir la navegación a vela y la práctica de aquellas disciplinas náuticas que tan sólo empleasen el viento como fuerza motriz.
Mientras tanto, en ese pequeño mar, delicioso y tranquilo, se siguen vertiendo nitratos de los regadíos de la Comarca del Campo de Cartagena –la que llaman Comarca del Mar Menor, no existe, por mucho que la incluyan algunos medios dibujada en el mapa regional–, engordando a las medusas que espero nos devoren más pronto que tarde.
Les cuento una anécdota. Paseando por el Cabo de Palos sorprendí a un tipo –aprendiz de submarinista, que se había bajado el traje de neopreno a la altura de las gónadas–, meando el jardín sembrado de crespinillo que se sitúa antes de la pendiente que desciende a una de sus calas, y le pregunté de dónde era…
–De Madriz –respondió ufano.
–¿Y allí también meas el jardín de la Puerta de Alcalá? –le largué mosqueado.
Así las cosas, al igual que Lovelock propuso la Teoría de Gaia, en la que sostiene que la biosfera es como un ser vivo que autorregula la vida en el planeta, yo propongo la Teoría del frigorífico vacío; porque creo que tomamos al planeta por un refrigerador que abrimos constantemente para rapiñar lo que nos apetece y un día, lo abriremos y no encontraremos nada en él.
Hoy seré muy breve porque tu texto lo dice todo. El párrafo final es más que una afirmación contundente, es una verdad encerrada en signos.
¡Me encantó!
Saludos y comparto como siempre.
Norma
En “Madriz” te habría costado la osadía miccionaria unos buenos cuartos estoy contigo en lo que comentas;…aveces nos perdemos tanto entre obligaciones,derechos,e interminables conceptos burocráticos,legislativos,y fronterizos,que perdemos la lógica esencial de la vida.Felicidades Miguel,y bienvenido.Un abrazo.