Vaya por delante que soy un firme defensor de la libertad de expresión y más, en en estos tiempos de reparto de mordazas informativas.
Por otra parte, si bien estoy a favor de que la gente diga en los medios lo que crea conveniente, lo estoy, siempre que lo que se diga no sea una expresión racista, sexista, o que atente contra la dignidad o el honor de las personas.
Una cosa es defender una teoría o un postulado vital desde la confrontación educada de ideas y otra, la descalificación y el insulto porque sí.
Por esto mismo, hoy quiero hablarles del comentarista enmascarado.
Un individuo que extiende sus viscosos razonamientos a toda aquella columna o crónica a las que pretenda infectar con su inquina; porque estos comentaristas enmascarados son, sin duda alguna, personas emocionalmente inestables.
Los que llevamos tiempo dándole a la tecla y ya tenemos callo, estamos acostumbrados a sufrirlos, sólo el reportero novato, el estudiante de primero de periodismo o el bloggero recién destetado, entran al trapo del engaño –si se me permite el símil taurino–, que les arrima el comentarista enmascarado.
Existen varios tipos de espécimenes de estos comentaristas, que amparados en el anonimato de las redes sociales, tratan de arruinar un buen artículo y la reputación del autor; y sus motivos son variados.
Hablemos primero de los individuos y después de sus móviles.
De entre las diferentes clases de comentaristas enmascarados, distingo tres clases que destacan entre varias más, y son los siguientes:
El contraarticulista. Éste es inofensivo. Su comportamiento se limita por lo general, a responder al artículo objeto de su atención con un comentario que duplica la extensión de la columna atacada.
La cosa es demostrarle al autor, que él, sabe mucho más del asunto tratado.
El comentarista enmascarado ocasional, es un cobardica molesto pero entrañable. Este individuo, en momentos puntuales, siente la emoción de querer destacar al pie de un artículo, soltando la gracieta, el insultillo, para luego, hacer alarde de una supuesta –y exquisita–, educación recibida, con un léxico que pretende ser rebuscado y sólo es una retahíla de cursiladas infumables, entre las que de vez en cuando, incrusta alguna falta de ortografía digna de ser penada, como mínimo, con el destierro.
Y llegamos al comentarista enmascarado irrecuperable. Este es un ser que vive para machacar al autor de cualquier escrito periodístico, columna de opinión, crítica literaria, cinematográfica, o lo que se ponga por delante.
Si algún escritor destaca en los medios, o escribe una columna con un seguimiento regular en las redes sociales, el comentarista enmascarado irrecuperable, no dudará en hacerlo blanco de sus insidias.
Este enfermo, antes o después, siempre usará como presentación y cebo para atrapar en sus redes al autor, los tres siguientes argumentos:
1. Me permitirá que le diga que es usted un….. o también: me permitirá que le llame…. (Insulto directo para provocar la lógica reacción de autodefensa)
2. Yo a usted le puedo decir….., pero mi razonamiento nunca puede ser considerado ofensivo, ni insultante, por mucho que arremeta contra su familia, orígenes, educación o la sociedad en la que usted haya sido criado. (Ataque a la familia y/o a el honor personal. Muchos autores principiantes pican aquí)
3. Es mi obligación, como ser humano, denunciar esto o aquello…., sin que nada ni nadie pueda juzgarme. (Aquí vemos el patrón mesiánico del comentarista enmascarado. El comentarista cree que puede y debe criticar, pero al mismo tiempo, no admite estar sujeto a la crítica. Hitler razonaba de igual manera)
Pero ¿cuáles son las causas que llevan a estos individuos a sentarse días, meses y años frente a las pantallas de sus ordenadores, para atacar incluso a aquellos que no exponen nada en contra de sus ideales o filosofías de vida?
Hace ya tiempo que pregunté por este particular al que fue mi profesor de Psicología de la Religión –una eminencia de la psiquiatría en Castilla y León–, y el bueno de Aurelio, que llama a este estereotipo de tipos “el crítico”, me relató un análisis esclarecedor que resumiré a continuación.
En unos casos, estos comentaristas anónimos sufren de un complejo de superioridad exacerbado.
Estos individuos no soportan el éxito ajeno y creen ser merecedores de ése reconocimiento social con muchos más motivos que los que recibe el escritor, periodista o la celebridad envidiada, que pasa inmediatamente a ser su víctima.
Después elegirán a otra víctima y después a otra, y así sucesivamente.
Sólo se calmarán provocando inestabilidad, hasta que de nuevo, se sientan a su vez, –valga la redundancia–, provocados por la popularidad de otra persona destacada.
En otros casos, a veces se dan en estas personas, comportamientos propios de trastornos de la personalidad que reúnen algunos elementos comunes a los sujetos calificados como: pasivos agresivos.
Estos elementos son: el sarcasmo, resentimiento continuo y otros.
Personas que con un lenguaje que simula ser respetuoso, lo único que buscan es, molestar. Obstruir.
Estos francotiradores del insulto anónimo suelen ser personas cobardes que no ocultan su identidad bajo nombres supuestos por razones serias (amenazas contra su vida por organizaciones delictivas, profesiones o situaciones personales de riesgo, etc) sino por su falta de valentía para enfrentarse a la responsabilidad de su comentario, identificándose con naturalidad y exponiendo sus argumentos con rigor.
En el fondo de esa hostilidad solapada, se esconden en algunas ocasiones desordenes emocionales profundos aparejados a enfermedades mentales (sujetos con comportamientos paranoides u otros); y algunas otras, son situaciones vitales no resueltas, que en nuestros comentaristas enmascarados pueden provocar frustraciones severas que llegarían a traducirse en odio al otro, como pueden ser: carencias afectivas, etc.
¿Qué podemos hacer los que escribimos ante los venenosos comentarios de estos comentaristas enmascarados?
Pues no hay una regla, pero puedo recomendarles a los colegas de éste y otros medios, que si se sienten perseguidos por alguno de estos comentaristas enmascarados, se tomen las palabras de estos orates con serenidad, porque diga el comentarista enmascarado lo que diga, no habla él, sino su trauma.
Mas claro,el agua.Pero como bien dices, no son ellos son sus traumas,y hay que dejar que la enfermedad siga su curso.Un día se enfrentaran a ellos,y no sabrán hacer la “o” con un canuto.Magnífico amigo.Un abrazo.
Muy bueno el contenido de este trabajo Miguel Ángel. A pesar de tomármelo muy en serio, como no podría ser para menos, confieso que en algunos de sus párrafos me has hecho sonreír y otros reír. Me encantó lo de que habría que desterrar a los que escriben con faltas de ortografía, inmediatamente me pregunté cuántos quedarían en cada país, pues el mal avanza aceleradamente, pero claro que este mal es imperdonable cuando se está criticando a otro.
Abundan estos sujetos enmascarados, los he visto con intenciones de matar “descerrajando” palabras en críticas a amigos que escribíamos en alguna web, en algunas circunstancias hemos reaccionado varios en defensa del otro y hasta nos hemos ido de allí en grupos.
Destaco que me encantó el diagnóstico de tu profesor, es que no hay otra explicación, son los mismos y con el mismo comportamiento que a veces se encuentran como compañeros de trabajo desgraciadamente.
Muy buen texto. Gracias.