Nos encontramos a menudo en nuestra lengua con el adjetivo: hidalgo; elemento gramatical conocido por otra parte, como un apellido bastante común.
De hecho, nuestra insigne literatura, contempla ya este vocablo en el título de la más universal de sus obras: “El ingenioso hidalgo don Quijote la Mancha”.
Pero ¿cuál es el origen de este término tan nuestro y qué significa?
Con la venia de los expertos en Derecho nobiliario, la Heráldica y la Genealogía, trataré de arrojar algo de luz sobre este particular.
Hidalgo, según algunos estudiosos de las disciplinas anteriormente referidas, proviene del castellano antiguo, cuya acepción primitiva sería: fidalgo, que vendría dada por la palabra latina fillius, para nombrar al hijo de alguien notable y que pasaría a la etimología popular como fijosdalgo, quedando contraída en un apócope para pasar de “hijo dalgo” a “hidalgo”, queriendo significar la importancia en el plano social de ser, “hijo de alguien”.
Sin embargo, otros especialistas, radican el origen de esta expresión en dos formas dialectales latinas, que son: fidalicus –de fides–, que hace referencia al que ha sido fiel, significando con ello al caballero que ha permanecido leal a su señor y, otra siguiente, deformada de la anterior, y que sería fitalicus, y que refiere a fitum o fictum, y que simbolizaría el hito o la piedra fijada al terreno que consagra a aquellos que pertenecen a una tierra concreta desde tiempos inmemoriales.
Como veremos más adelante, éste último razonamiento, bien podría ser el fundamento primigenio de la palabra que tratamos de desentrañar en esta columna.
Sea cual fuere el origen de la palabra hidalgo, su significado está meridianamente claro; un hidalgo es un noble.
En España conviven dos noblezas: la alta nobleza y la baja nobleza.
La primera, la alta nobleza, la forman los nobles titulados, es decir, aquellos que con o sin Grandeza de España, ostentan un título nobiliario y que son los siguientes en orden descendente: duque, marqués, conde, vizconde, barón, señor y caballero. Estos títulos son concedidos por el Rey –valga la redundancia–, a título personal, es decir, mientras viva la persona honrada con ese privilegio real, despareciendo esa regalía honorífica con la muerte del ennoblecido; o con carácter transmisible a sus descendientes –hasta hace bien poco por línea agnada, es decir, de varón a varón–, y que afortunadamente, gracias a la igualdad de género que contempla nuestro ordenamiento jurídico con la llegada de la democracia, pueden transmitirse ya a la mujer.
La segunda, la baja nobleza, es la nobleza sin titular y la ostentan los hidalgos, escuderos e infanzones, que es como se llamaba a los hidalgos en el antiguo Reino de Aragón.
Es ésta, la hidalguía, una nobleza heredada de los antepasados, que viene determinada por un linaje antiguo; por una nobleza inmemorial.
Es por lo tanto, la hidalguía, la primera de todas las noblezas; que ha quedado no obstante, como la última en el rango del corpus nobiliario.
Hasta la abolición de los últimos privilegios fiscales y económicos de los hidalgos, en la llamada Confusión de los Estados, allá por el primer tercio del siglo XIX, estos nobles habían gozado de otros notables privilegios en siglos anteriores, como fueron: el no poder ser apresados por deudas civiles, ni ser torturados como los plebeyos, ser encarcelados en departamentos aislados de la población reclusa por las causas penales que se instruyesen contra ellos y llegado el caso de su ejecución, ésta no podía ser consumada en la horca, al ser considerada afrentosa para su dignidad de noble; asimismo, podían portar armas y también gozaban entre otras prerrogativas, de la exención de los impuestos o pechos exigidos al pueblo llano.
No obstante, como recordábamos antes, en el siglo XIX, las Cortes abolieron los restantes privilegios administrativos de esta nobleza no titulada de los hidalgos, aunque se les permitió mantener su condición, pues como ya dijo cierto noble a cierto rey: …Señor, Vuestra Majestad puede crear Grandes de España, pero no Hidalgos; pues los Hidalgos solo los hacen Dios y el tiempo.
Volviendo al pasado, distinguiremos en primer lugar entre Hidalgos de sangre y los Hidalgos de privilegio.
Los Hidalgos de sangre –también llamados escuderos o infanzones–, era aquellos a quienes la nobleza les venía por una ascendencia inmemorial.
Los Hidalgos de privilegio, lo eran, por haber destacado en algún servicio específico; sin embargo, aquellos que debían probar su hidalguía por Carta ejecutoria ante la Real Chancillería de Valladolid o la Real Chancillería de Granada, eran llamados: Hidalgos de ejecutoria.
Pero habían más clases de hidalgos y sus denominaciones no eran menos curiosas que las condiciones exigidas para el otorgamiento de la condición noble, estos eran, por ejemplo, los Hidalgos de devengar quinientos sueldos, que eran aquellos que tenían derecho a cobrar esos dineros como compensación por las injurias de las que pudieran ser objeto, o los Hidalgos de bragueta, cuyo título le era adjudicado a aquellos que tuviesen siete hijos varones seguidos en matrimonio legítimo.
No olvidaremos a los Hidalgos de gotera, que solo lo eran en la localidad donde residiesen y que perdían sus privilegios al mudar su domicilio
Entre los de más rancio abolengo encontramos a los Hidalgos de solar conocido, que eran los hidalgos que tenían casa solariega o descendían de una familia hidalga que la hubiese tenido.
Y para finalizar, citaremos a los Hidalgos de cuatro costados, que eran aquellos que podían probar que sus abuelos paternos y maternos eran hidalgos.
En nuestros días los hidalgos siguen agrupados en diferentes corporaciones nobiliarias, pero su futuro es incierto, por no decir, sombrío.
Si bien los antepasados de estos nobles ayudaron a engrandecer con sus gestas a la nación –por la que muchos entregaron sus vidas y haciendas–, hoy, resulta incomprensible anteponer la nobleza de sangre a la nobleza de carácter, que es la que une por igual a todos los ciudadanos, independientemente de que posean un apellido ilustre o no.
Es por ello, que estas asociaciones de nobles deberían plantearse el admitir entre sus nuevos asociados a que aquellos que puedan probar su hidalguía por línea materna, pues lo contrario –y reglado en sus constituciones actualmente–, es decir, mantener el tozudo principio de que la nobleza se transmite de varón a varón, es un grave error –y una injusticia–, que puede llevar a la desaparición de esta clase social, que ya perdió sus privilegios y que puede perder también su condición, al quedar en entredicho su razón de ser si insiste en permanecer anclada en el patriarcado más reprobable.
Si estas asociaciones de nobles observan una vocación de permanencia, tendrán necesariamente que actualizarse y dejar de ser el espejo que refleje un espíritu de casta, porque la ciudadanía no entenderá posturas que puedan resultar sexistas, clasistas y anacrónicas que choquen con el principio constitucional de la igualdad de todos los españoles ante la ley; que recordemos, incluye la no discriminación por razón de sexo, entre otras diferencias y condiciones.
Quizá a los hidalgos actuales les haga falta una revisión de sus criterios corporativos que garantice la continuidad de sus asociaciones nobiliarias y que les procure un encaje adecuado en la sociedad del siglo XXI.
Lo contrario, podría ser considerado por los jueces como un quebrantamiento del principio legal de no discriminación entre españoles enumerado anteriormente, y lo que es peor, podría ser interpretado por los aspirantes al ingreso en las citadas corporaciones nobiliarias, como un terco inmovilismo que llevaría a estas agrupaciones de nobles a una desaparición segura; quedando las mismas en la memoria colectiva, como un recuerdo fosilizado y pétreo, al igual que cualquiera de esos miles de escudos de armas que coronan los dinteles de tantas casas abandonadas y que ya nadie, sabe hoy, a qué noble familia representaron ayer.
Muy bueno el artículo, Miguel Ángel. Muchas gracias. Un abrazo. Lily
Me parece un artículo sumamente interesante. Me ha hecho reflexionar sobre las palabras “linaje” y “casa”.
Muy bueno realmente. Todos los días se aprende algo nuevo dice un lugar común que no es tan común cuando uno logra alumbrar pequeñas oscuridades que aparecen a veces leyendo un libro, otras en algún intento de investigación.
Gracias Miguel Angel.
Un saludito.
Norma