Los helenos se han hecho cargo, desde hace unos días, de la presidencia de la Unión Europea.
Ésta viene a ser, esa violación semestral y rotatoria en la que los diferentes gobiernos se revuelcan con la vieja Europa, sin que les importe su venerable edad.
Los griegos no iban a ser menos, y haciendo honor a la inefable herencia fálica que impregna su milenaria cultura, ya tienen la minga tiesa; parece ser que quieren, por una parte, ajustarle las cuentas a Alemania y por otra, dejar claro al resto de los mercaderes de este zoco nuestro, que ellos no se salen de la Unión Europea.
Que quieren seguir adorando al euro.
Hace muchos años que estuve en Grecia y sigo enamorado de ella, pero no sé si quiero volver a esa tierra donde se come cada vez menos y se emigra cada vez más; visto lo visto, supongo que es esto en lo que consiste la globalización.
Prefiero quedarme –ya que todavía nos dejan soñar sin multarnos por ello–, con el recuerdo de la amable conversación del señor Kapezotis, el orondo propietario de un acogedor restaurante en el recoleto puerto cretense de Souda, que circunspecto, me servía el vino resinoso mientras apoyaba la otra mano –en la más pura y mediterránea tradición oriental–, sobre su lustrosa barriga; o con la contagiosa risa de Nikos, el taxista que nos hizo de cicerone aquellos prósperos días cuando los dracmas tintineaban cantarines en los bolsillos de los descendientes de Aquiles.
Hoy, sin embargo y más que nunca, arde Troya.
No me atrevo a largarles aquí una ininteligible columna económica y mucho menos, un sesudo análisis político. Tengo la suficiente vergüenza para no hablar de todo, especialmente, de todo lo que no sé, y además, para eso ya está Ramoncín; que la tele guarde muchos años. Pero sí les voy a recomendar que se asomen a la Grecia cansada a través de la mirada triste de un policía imaginado por el magnífico autor griego, nacido en Turquía y de origen armenio, Petros Márkaris.
Les hablo del comisario Kostas Jaritos.
Jaritos es un descreído funcionario de policía que comienza su vida detectivesca en la época de la Junta Militar de los Coroneles y que hoy, arroja sus juicios a los de arriba y a los de abajo, como el que cepillo en mano, escupe sobre una bota vieja.
Márkaris, el autor, nos revela primero a través de Jaritos, su personaje, a esa Grecia que vive en un permanente éxtasis post olímpico y posteriormente, a la Grecia que se lame sus heridas después del tsunami del rescate económico; pues retrata a la perfección a esa sociedad de despreocupados e ineficaces compatriotas que pueblan por igual en una época y en otra, las calles de la subyugante Atenas de la desidia que no nos enseñan en los folletos turísticos.
De los varios títulos publicados que narran las aventuras de Kostas Jaritos, destaco dos: Defensa cerrada y Con el agua al cuello, éste último, VII Premio Pepe Carvalho en el año 2012 (Ed Tusquets).
Las dos obras ilustran de una manera certera la crítica social adelantada en esta crónica.
Una literatura imprescindible para entender el hiperrealismo transfronterizo que nos desborda y en el que los ciudadanos de a pie como Jaritos o como ustedes mismos, se convierten en héroes anónimos que pelean todos los días en los campos de batalla de la pareja, la familia, la crisis económica y el modelo heredado y fraudulento de sociedad actual.
Márkaris, como bien indicas en tu artículo, se vale del personaje de Kostas Jaritos del mismo modo que Vázquez Montalbán se valiera de Pepe Carvalho, para realizar un retrato y una crítica, desde dentro, de la sociedad en la que viven y del momento por el que pasan sus respectivas ciudades: Atenas y Barcelona. Como siempre, un gran artículo.