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Solidaridad y tal

En cierta ocasión, una actriz riquísima y muy solidaria, se desplazó hasta una leprosería de ese mundo al que de vez en cuando nos asomamos a través del televisor.
Durante la visita, la diva observó incrédula como una religiosa curaba a un enfermo.
-Yo no sería capaz de hacer eso ni por un millón de dólares -murmuró entre náuseas.
-Yo tampoco -respondió la religiosa.
La famosa es reconocida hoy en el mundo entero –además de por su escandaloso caché artístico y sus carísimas excentricidades–, por ser una de las personas más solidarias del mundo; y si se tuerce el tobillo al volver a su mansión, después de comprarle un Ferrari a su último amante, se entera el planeta entero.
Vete tú a saber cómo se llama la religiosa y qué ha sido de ella.
Esta solidaridad es la beneficencia de los burgueses, pero en sandalias.
Verán, puedo estar equivocado, pero opino que en demasiadas ocasiones repetimos como loros, palabras y expresiones, por el simple hecho de que nos bombardean con ellas en los medios hasta que las interiorizamos y sin analizarlas, las damos por buenas.
¿Cuántas veces no hemos escuchado esa barbaridad de?: “todas las ideas son respetables” (por lo tanto, es de suponer, que son tan honorables como cualquier otra idea, la supremacía racial o el dominio del hombre sobre la mujer, o el trabajo infantil) ¿lo ven?
¿Y no se acuerdan ustedes de las palabras de aquel Presidente del Gobierno que vendía su mercancía en una entrevista cuando –alterando los valores de la Revolución Francesa– dijo sin acritud?: “los valores de la igualdad, libertad y solidaridad…” patatín, patatán.
Es decir, cambiamos el termino original: “fraternidad” –que viene del vocablo latino frater, que significa hermano–, por el de “solidaridad”. Y aquí está el timo.
Aquí es cuando nos esconden la bolita.
Veamos qué significa la palabra solidaridad según la RAE.
solidaridad
(De solidario).
1. f. Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros.
2. f. Der. Modo de derecho u obligación in sólidum.

Otros dicen que la solidaridad es: “uno de los principios básicos de la concepción cristiana de la organización social y política”.
Esto es falso.
La concepción cristiana de la organización social y política se basa en la fraternidad, no en la solidaridad, que como ya sabemos, es circunstancial; es decir, en conciencia creo que en un momento dado, debo apoyar a esta persona, a este colectivo o a esta causa, pero a estos otros, no los apoyo.
La solidaridad es por lo tanto, selectiva y en más ocasiones de las deseables, corporativista.
La fraternidad, sin embargo, es incondicional y universal. Te obliga a tratar a todo ser humano como a un hermano. Sea quien sea. Te guste o no.
Y siempre.
La fraternidad es un camino del bien de ida y vuelta. Algo así como el: “todos para uno y uno para todos”, pero dando igual quien sea “el uno” o quienes sean “esos todos”.
Obviamente, te obliga a defenderle y a ayudarle. Y también, a compadecerle. ¡Ojo! Entendiendo la compasión como: padecer-con. Es decir, hacer tuyo su sufrimiento.
Con todas las consecuencias. Aunque te juegues el compartir fosa común.
Esto no es un bonito renglón, ni una frase hecha, ni un producto ideológico.
Es la constatación de la realidad.
Por eso, cuando las cosas se ponen crudas, por ejemplo, en un país en guerra, mientras unos llaman a su embajada y a los marines de los EEUU si hace falta, para que los evacuen a mil por hora, y otros, ya capturados por el bando que sea, suplican por su vida en un video (y hay que movilizar servicios secretos que los localicen, emplear esos fondos reservados que nos asquean tanto a los demócratas para pagar a los confidentes que revelen la posición de los rehénes, organizar cuerpos de élite para evaluar su rescate y destinar otra partida de dinero turbio por si hay que pagar el secuestro) -repito-, otros, mientras tanto, si han podido telefonear a alguien, ha sido a su familia para despedirse, porque han dejado claro que no van a abandonar a las personas a las que ayudan y van a correr su misma suerte, porque los consideran sus hermanos. Y como decía antes, hacen suyo su sufrimiento.
Hasta el final.
Esa es la diferencia entre la solidaridad y la fraternidad.
Por eso, esta semana, una ONG más, ha decidido salir del país africano donde llevaba a cabo una labor encomiable. No están dispuestos a que les corten el cuello por socorrer a otros seres humanos. Están en su derecho a jugarse la vida por los demás o no hacerlo y han decidido lo último. No les juzguemos, todos no valen para jugarse la vida por los demás. Tampoco olvidemos, que otros muchos, llevan siglos quedándose en esos países y muriendo junto a los que ayudan y aman como a sus propios hermanos, y todos sabemos de quienes hablo.
Son esas personas que nunca dicen en las reuniones de amigos, lo solidarias que son.
Nunca salen en la tele y además, creen que sin amor, la ayuda al prójimo dura lo que dura. No se hacen fotos con los niños a los que curan y educan. No aparecen en los hospitales (los fundan) con un equipaje de marca y como mucho, llevan un crucifijo de madera en el pecho. Y generalmente, cuando los solidarios son evacuados de un escenario en conflicto armado -mientras largan una chapa insufrible encima del pertinente camión de la ONU, junto al micrófono más cercano acerca de la solidaridad y tal-, los otros, los que predican el amor a los demás con el ejemplo de su vida, se quedan allí junto a sus hermanos, sean del color que sean, que para ser familia, el color de la piel no importa.
Si alguien puede llegar a pensar que estoy en contra de las acciones solidarias se equivoca. Las admiro, colaboro en las que puedo y siempre serán pocas. Pero también creo, que la solidaridad nos viene a la mayoría en espasmos histéricos de parturienta primeriza.
Pienso que la solidaridad es una gota de agua más en el agitado mar de la revolución social y la fraternidad cristiana es, una revolución del corazón.
Por cierto, al hilo de esto de la revolución social y ahora que escasea el dinero y han echado la persiana tantas oeneges –al menos ya sabemos quién ama al prójimo de verdad–, aquellos que sueñan con que ardan las calles, solo tienen que pedirle a Cáritas que se cruce de brazos una semana.
Serán suficientes siete días sin que los voluntarios de Cáritas alimenten, vistan, y den cobertura médica, educacional y de múltiples servicios sociales a los desheredados españoles y tendremos en España una revolución social tan dramática, que la primavera árabe, comparada con la nuestra, va a parecer una simpática excursión campestre.
Lo que quiero resumir, es que no podemos ser en lo grande lo que previamente no somos en lo pequeño.
No podemos pretender solucionar el hambre del Sahel, mientras miramos hacia otro lado cuando nos cruzamos con vecinos en el barrio, que sabemos que no comen. Así de claro. Y aunque suene a quimera, el día en el que todos nos tratemos como hermanos, no hará falta solidarizarse con ninguna causa.
Será el día en el que hayamos entendido, que aquí estamos todos, para cuidar de todos.

 
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2 de respuestas

  1. Mercedes

    Muy buena llamada de atención a nuestras conciencias. Con tu permiso comparto. Un abrazo.

  2. María Rosario Teron Martínez

    Artículo tan cierto como necesario! Como en tantas ocasiones pones el dedo en la llaga!!
    Ya quisiéramos muchos de los que nos llamamos cristianos tener unas ideas tan claras al respecto de la fraternidad! Y por supuesto, supiéramos ponerlas en la práctica con su verdadero significado!
    Resaltaría la frase: “…la fraternidad cristiana es, una revolución del corazón”.
    Gracias Miguel Ángel por tan profunda reflexión.
    Saludos!

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