Hoy es el día después. Ese en el que la realidad nos sacude tras las emociones y las alegrías vividas en grupo el 8 de marzo. El día en el que las mujeres vuelven a su lucha diaria, para recordar que las ideas, los valores y las creencias son algo con lo que se vive 365 días al año, sola o en compañía, en lo bueno y en lo malo, con las ventajas y desventajas inherentes a tener que defender aquello en lo que una cree y por lo que está dispuesta a pagar el precio.
Al reflexionar sobre todo lo acaecido en las últimas jornadas, es inevitable sentir la satisfacción de comprobar hasta dónde hemos llegado las mujeres, conscientes del camino que nos queda. Pero tampoco se puede negar que algunas también hemos paladeado el sabor agridulce de comprobar cómo, en tiempos de eso que se ha dado en llamar el «postureo», las palabras, actitudes y manifestaciones de personas de todo tipo y condición muestran una fachada que poco tiene que ver con la elección y los comportamientos más rancios de su día a día.
Y es que, admitámoslo, más de uno de los que ayer enarbolaban su lucha por la igualdad de la mujer pone zancadillas a aquellas colegas que les rodean o tratan con dudoso respeto a dependientas, profesoras, doctoras, artistas y cualquier profesional del sexo femenino que se ponga ante él; más de uno de los que iba del brazo de su pareja espera que su esposa, madre o hermana recojan siempre la mesa y dan por hecho que determinadas funciones en el hogar les competen a ellas sin ni siquiera haberse cuestionado que eso sea así. Al fin y al cabo, su posición siempre ha sido bien cómoda.
Desde luego, admitamos también que algunas de las mujeres alimentan los roles perniciosos en la educación de sus propios retoños y rechazan la imagen de una fémina fuerte que, sea como fuere, se salga de la norma. ¿Cuántas hay que quieran como pareja de sus hijos a una mujer independiente, emocional y económicamente, con las ideas claras, con la que mantengan una relación de igual a igual? ¿Se lo han preguntado alguna vez?
Combatir por la igualdad es un ejercicio diario. Es luchar contra los convencionalismos, cuestionarse los roles, ser sincera con una misma y asumir las elecciones con todas sus consecuencias. Es enseñar a las muchachas que son mucho más que un rostro hermoso y dulce, educarlas en que la fuerza, la inteligencia y la autonomía no las hace menos atractivas, y que los hombres que consideren que eso es así —y desgraciadamente hay muchos— no valen la pena. Mostrarles, al fin, con hechos y con palabras que, efectivamente, vale más estar sola que mal acompañada. Pero también resulta imprescindible enseñar a los niños a admirar esos valores en las féminas igual que lo hacen en sus compañeros, y permitirles entrar en contacto con su parte más tierna, enseñándoles a gestionar sus emociones para que aprendan a solventar su frustración sin recurrir a la violencia. En definitiva, es actuar, ante todo, con el ejemplo.
Vale más que niños y adolescentes observen que uno cree en la igualdad y la practica con naturalidad todos los días del año, a que contemplen postureos eventuales cuando, en realidad, en su casa, su madre es el pilar que se sigue ocupando de todo, desde comprar los regalos a la familia política, hasta organizar la compra semanal, cuidar a las personas dependientes, hacer más horas en el trabajo y acostarse a las dos de la mañana por estar con la plancha.
La importancia de la educación es tal que, a veces, se da por supuesta. Pero no debemos olvidarlo nunca. Porque en nuestra vida diaria sí que reside nuestro poder. De puertas para dentro de las casas es donde emana todo, y en las relaciones personales con nuestro entorno es donde tenemos capacidad de elección absoluta, porque por más que sigamos alcanzando la igualdad fuera del hogar y consigamos romper los techos de cristal, que lo conseguiremos, si la sociedad sigue tal y como está estructurada, con unos horarios demenciales en los que solo interesa que existan hormigas obreras —y da igual el sexo que tengan, recuerden qué pasó cuando no había mano de obra masculina durante las guerras mundiales—, combinándose con la educación que en muchas familias se da a los hijos, no se solventarán problemas tan graves como la violencia machista.
Así que hoy, el día después, no olviden la actitud ayer adoptada, no olviden lo que dijeron que pensaban. No lo olviden y obren en consecuencia. Porque lo verdaderamente complicado es enfrentarse al día a día, en una sociedad marcada por los convencionalismos, los tradicionalismos y los estereotipos, en los que el reino de la imagen, que tan pernicioso resulta la mayoría de las veces para la mujer, lo impregna todo.
La lucha por la igualdad se practica, mucho más de lo que pueda gritarse, siendo consecuente con las ideas, criticando exactamente igual un comportamiento sea quien sea el que lo haga, hombre o mujer; no excusando jamás una forma de actuar masculina por culpa de alguna de las féminas de su alrededor; educando a los más pequeños en que no hay nada malo si ellos quieren jugar con muñecas o con cocinitas y ellas desean ser futbolistas.
Muchos habrán de admitir que no pasa nada por saber menos que una mujer en el tema que sea, y no dar por hecho que somos damiselas que desean ser rescatadas. Los unos y las otras habrán de dejar de alimentar ese mito del amor romántico en el que se expone la terrible idea de que una mujer puede curar o cambiar a un hombre, que si alguien te ama hará esto, lo otro y lo de más allá, que si tú amas a alguien tienes que aguantar, soportar y asumir lo que otro ser manda, olvidando tu capacidad de elección, ignorando que el verdadero amor es el que te acepta tal y como eres. Los «si me quisieras…» no son sino otra cosa que el anuncio de algún que otro chantaje emocional. Y el chantaje emocional no tiene nada que ver con el amor.
En definitiva, hoy, el día después, revisen su día a día y piensen qué pueden hacer realmente para cambiar el mundo. Porque si algo hay que hacer, y está claro que todavía hay muchísimo por hacer, por donde todos y cada uno de nosotros podemos empezar, o continuar si es que uno ya vive así desde siempre, es por lo que está a su alrededor, es por su propia vida. Ya les aviso que no es fácil, y mucho menos cómodo, pero precisamente por eso tiene tanto valor. Al fin y al cabo, un futuro mejor está por hacer.