Supongo que todos los que hemos leído El Señor de los Anillos tenemos nuestras partes favoritas de la gran obra de J. R. R. Tolkien, y quien no lo haya leído, tal vez, tenga alguna escena en la retina de la trilogía de Peter Jackson. Hoy lo recuerdo porque, sin duda, si hay un personaje que amo en la mítica saga de fantasía es a Éowyn y si hay un temor que comparto es el mismo que ella expone cuando Aragorn le pregunta a qué teme.
A una jaula, a empuñar sus barrotes hasta que la edad y la costumbre los acepten, y toda opción al valor ceda al recuerdo y al deseo.
Hay un precio por la libertad. Los años lo enseñan, la juventud lo ignora. Alrededor, más personas de las que jamás hubiera uno imaginado viven enjauladas, y ni siquiera lo saben, como esos pájaros que nunca han podido volar, por lo que tampoco lo añoran. Muchos habitan en jaulas de oro y, tristemente, harían cualquier cosa por seguir habitándolas. Otros desearían salir, abrir las alas; incluso, de vez en cuando traspasan los barrotes, pero al final regresan tras ellos aterrorizados, aunque sepan que el mundo está al otro lado.
Cuánto puede la mente para que la comodidad y la costumbre terminen pesando más en la balanza que los sentimientos, la ilusión, la curiosidad, la pasión y la vida. Perder el tiempo en aras de aquellas, en seguir intentando ser aceptado por la corriente, hacer lo que dicen que uno tiene que hacer, obrar como indican que uno tiene que obrar… ¿No somos ya adultos? ¿Quién es quién para señalarle el camino a nadie? ¿Quién es quién para pretender que los demás no puedan hacer lo que aquel no osa?
Tal vez uno se equivoque.Tal vez caiga, se levante, emprenda de nuevo el vuelo, planee, rectifique el rumbo y soporte huracanes, pero ve el sol, siente la brisa, huele el salitre, es parte del mundo, le llena, le entristece y le invade por igual con mil sensaciones que muchos no comprenden. Porque lo verdaderamente importante no se compra con dinero y porque las cadenas que vemos alrededor en muchos de aquellos que conocemos ni siquiera se las han puesto algunas desafortunadas circunstancias de la vida, no… A menudo, se las ponen solos, como losas, como justificaciones, presas del temor y el miedo. Ansías que rompan las cadenas, pero sabes que no suele suceder, porque las jaulas de oro son las más difíciles de abandonar.
Y, sin embargo, una no puede dejar de asombrarse, porque nunca ha vivido en una jaula y porque siempre ha tomado las decisiones de volar que quería, por más que el resto no estuviera de acuerdo o deseara que fueran otras, y al lado siempre han estado aquellos que no solo no pretendían encerrarla en una jaula, sino que le enseñaban técnicas de vuelo para lanzarse al vacío.
No sé cuál es vuestro personaje favorito de Tolkien, no sé cuál es vuestro miedo, pero el mío sigue siendo la Dama de Rohan y el temor a las jaulas, aunque haya gente que no lo entienda, y alguna más que se considera libre haya sucumbido a tradiciones y convencionalismos que repudiaba. Todos los caminos son igual de respetables, siempre y cuando se sea sincero y no se oculten los pasos. No obstante, algunos los recorremos honestamente y con coherencia. Damos la cara cuando hay que darla. No acumulamos rencores porque cuando algo nos molesta lo decimos para dar la oportunidad a quien queremos de solventarlo, al menos una vez o dos o tres incluso. Pero no siempre somos comprendidos, porque fue Jodorowsky aquel que dijo que los pájaros nacidos en jaulas creen que volar es una enfermedad.
No todos los pájaros enjaulados lo creen, asumámoslo, aunque por más que queramos que dejen los barrotes atrás y vuelen con nosotros, no lo harán. Ojalá algún día lo hagan, porque la vida es frágil y en cualquier momento esas jaulas pueden caer al suelo y hacerse añicos. ¿Qué será entonces de esos pájaros? ¿A qué edad tendrán que aprender a volar? Cuanto antes lo hagan, mejor será, porque no saben el tiempo que están derrochando y lo hermoso que es el cielo y lo bello que se ve el mundo desde las copas de los árboles.