Es el hombre materia combustible,
una llama súbita,
una ceniza apenas enseguida,
un milagro de brasa que no dura,
una amago de incendio y su rescoldo.
“Materia combustible” es el tercer poema que encontramos al abrir el libro homónimo, el nuevo poemario de Josefa Parra (Jerez, 1965), y desgrana lo que encierran los versos de la poeta.
Con Materia combustible (Ediciones En Huida, 2013), Parra se desliza por entre cuerdas de seda hacia lo que conforma al ser humano: la materialidad, el espíritu finito. Josefa Parra, tan absolutamente clásica en los temas y la forma, se enfrenta la fugacidad del tiempo ante lo que pensamos eterno y no lo es:
(Es la hora de amar hasta que duela)
(No hay más salida que la zarza ardiendo)
En el alba, la carne satisfecha
levantará sus tiendas, y la vida
seguirá,
nieve lenta,
su camino.
“Hora de amar hasta que duela” porque es, en la poesía de la jerezana, el amor un dolor continuo, una salvación de lo cotidiano, de lo de siempre, de lo que nos hace ser constantes en nuestra mortalidad sumisa y aburrida. El amor es el eje central de toda la poesía de Josefa Parra. Ella dibuja tantas formas de amar como personas existen. Ella desliza sus dedos en los versos de la poesía griega, en el Cantar de los Cantares, en la mitología y Van Morrison. Ella juega a trasladarnos a lo eterno de lo que tiene fin.
Y traza en Materia combustible uno de los círculos de Dante. El hombre, como materia combustible, ama en las llamas (primera parte del libro) que le hace pensarse invencible, se apaga en la cotidianidad de un amor encarcelado en horarios (segunda parte del libro), y revive en la ilusión de un nuevo amor (tercera parte de libro).
Y llegan las cenizas. El hombre, como el ave fénix, debe desaparecer ante sí mismo, debe desesperar y languidecer. Sólo el que muere puede revivir, sólo en el naufragio puede haber supervivientes, sólo en la desesperanza podemos encontrar una esperanza nueva.
Regálame las sobras de tus noches;
ni siquiera el amor ni la ceguera:
una migaja, un mínimo relámpago
de turbación.
No sé cómo olvidarme
de mí. De la que fui cuando me amabas.
No siempre es ese amor, carnal y humano. Josefa Parra traslada la pasión a todo lo que conforma al ser humano: un olor, unos ojos, un camino, una piel, un poeta como Cernuda o Rubén Darío…
Y, de este modo, después de ser fuego y ser ceniza, el hombre vuelve a las llamas. Se enciende, se levanta y encuentra una razón de ser, una palabra…
Sí valen las palabras.
Las palabras espesas como saliva o sangre.
Las frágiles y tenues como cabello o ala.
Sí me valen, sí me sacian.
Con cada publicación, la poeta orilla un poco más la historia de la poesía de nuestro país, se cuela en la rendija de la posteridad. Pero, lo más importante, con cada poemario, Josefa Parra, sacude al lector. Es su poesía un acto impune de maestría poética. Su voz, no sólo para ser escuchada, sino celebrarla hasta que no nos quede más remedio que convertirnos en uno de sus versos.
Nunca fueron buenos tiempos para la lírica, pero cada uno de sus tiempos nos regalaron magníficos poetas. Una de ellos, JOSEFA PARRA.