Ha muerto José Luis Sampedro.
No se trata sólo de uno de los grandes novelistas de finales de siglo en España, sino de un “hombre bueno”. Uno de esos intelectuales que ya apenas existen, que señalan las cosas, que las dicen en voz alta, que denuncian y critican sin tener en cuenta que su “estatus” se pueda o no ver afectado.
José Luis Sampedro se posicionó al lado de los “Indignados”, criticó el capitalismo sin conciencia y habló de la muerte y el cáncer sin perder nunca credibilidad. Y siempre desde dentro, pero sin hacer ruido, sin levantar polvo a su paso.
Por eso ha muerto sin que lo sepamos hasta haber sido incinerado, porque era de esos hombres que viven para estar vivos, no para ser recordados. Y, díganme, ¿quién podrá olvidarle?
Sampedro se hartó de explicar que un reparto justo de la riqueza (al menos no tan desigual) era posible; que la literatura no era una forma de llegar a la fama, sino de ser más humanos y restaurarnos en la humildad; que la esperanza es un bien con el que nadie debería jugar. Por esto siempre fue visto sin anclas y con la libertad a ras de letra.
Con la muerte de José Luis Sampedro todos nos sentimos tristes, nos sentimos desamparados y un poco huérfanos, porque con él no se va el escritor, ni el economista, se va EL HOMBRE y, de eso, nadie podrá curarnos.
De nada sirve estar de luto cuando ya estamos de muerte.