de El libro del voyeur (VV.AA. Pablo Gallo, coord. Ediciones del Viento, 2010)
La puerta del aseo está llena de inscripciones amorosas. Si no me hubiera entretenido leyéndolas, no habría oído cómo alguien entraba en el cubículo contiguo y se masturbaba lentamente susurrando, entre jadeos, un nombre muy poco frecuente: el mío.
Tan sólo pude ver sus extraños zapatos, ya que se fue de repente, antes de que yo misma pudiera ahogar mis últimos gemidos mordiendo mi brazo.
Ahora sólo tengo que encontrarla.