Agosto, ya no sé que día.
Doce de la mañana. Todo tranquilo. Me paso por las tiendas. Casi todos se han ido ya y los que dormirán hoy aún no han llegado. De momento poco trabajo en la oficina. Los que vienen de paso tienen prisa. Sacan la credencial, se la sello, se despiden y siguen andando. Otros tienen previsto hacer un día de descanso. Con esos puedo hablar un rato. Me cuentan cómo les ha ido hasta ahora. Algunos consejos sobre lo que les falta. Si hay suerte el domingo, cuando vaya a Santiago, me tropezaré con alguno de ellos. Me saludarán en la Plaza del Obradoiro. La sorpresa y la alegría será mutua. Esas cosas animan. Esta tarde el jeep de la Guardia Civil traerá a algunos tocados. Gente reventada que ya no puede dar un paso más. Les daremos las literas reservadas para enfermos y exhaustos. Las tiendas militares son grandes. Pero hay días que se juntan mil personas, se dice pronto, y todo el campamento se queda pequeño. Hoy es un día tranquilo. Si todo sigue así esta tarde podré ir un rato a la piscina. Vendrá el encargado y los voluntarios tendremos nuestro merecido descanso. Antes de volver al alberge, para dormir, nos daremos otra vuelta por las tiendas. Veremos si han seguido las normas y se han organizado bien. La oficina de información cierra a las diez. El campamento no cierra nunca. Por las noches está muy animado. A veces me siento en la escalinata del puente y lo miro durante unos minutos. Me siento orgulloso de lo que he hecho. Ayudar a los que viajan es casi tan bueno como viajar. De vez en cuando el encargado nos lleva con su todoterreno, para ver alguna fuente cercana, para comprobar que los carteles están en su sitio, que el camino está en buenas condiciones. Después, cuando en la oficina me preguntan, yo puedo contestar mejor las preguntas. Es curioso, yo nunca he hecho el camino. Conozco una etapa, la que cruza el valle, y he recorrido en coche o en autobús toda la parte gallega. Pero andar, lo que se dice andar, no habré andado más de dos o tres kilómetros. Ese es un asunto pendiente. Por eso, esta noche, cuando cerremos la oficina, cuando nos despidamos entre risas y bromas, me pararé en los escalones del puente. Y miraré al campamento. Y pensaré otra vez que el año que viene volveré, pero para estar allí, en una de esas grandes tiendas que nos ha prestado el ejército, como un peregrino más. Ayudar a los que viajan es casi tan bueno como viajar. Ayudar a los que ya no pueden viajar más, porque su cuerpo no da más de si o han tenido mala suerte, es muy reconfortante. El Camino engancha. Y saber que es duro y ver esa dureza con tus propios ojos no refrena el deseo. El año que viene volveré.