Hay pocos turistas en esta línea. Pienso: “¿Quién va de Tarragona a Lérida por turismo?”. ¿Y más por aquí, por los viejos raíles del Regional y los mercancías y no por la moderna plataforma del AVE?”. Pero hay mochileros. Algunos mochileros a los que no tengo que preguntar dónde van a bajar porque lo sé perfectamente: bajarán en la misma parada que yo, en L´Espluga de Francolí. Pero yo me quedaré en el pueblo y ellos continuarán hasta el Monasterio de Poblet. Fuera de eso, sólo hay otro lugar que atraiga a un cierto turismo: Montblanc y su caso histórico, sus murallas y su barrio medieval. Y todo está muy cerca, a mitad de camino entre las dos capitales, justo en la zona más alta y más montañosa.
Hemos arrancado del mar, nunca mejor dicho, porque el mar toca la estación de Tarragona. Y hemos ido subiendo lento pero firmes hasta llegar a los más de 400 metros de L´Espluga de Francoli, y precisamente durante muchos kilómetros hemos remontado el río del mismo nombre, que va a desembocar al Mediterráneo a las afueras de Tarragona. Es invierno y hace mucho frío. Muy cerca tenemos sierras que llegan a los mil metros, sierras boscosas y con las cimas nevadas. Y encima tenemos el viento de los Pirineos, que no quedan tan lejos como se pudiera pensar. El tramo de la estación al pueblo es horrible. Todo cuesta arriba, con un viento fuerte que te frena y te golpea sin parar. Con unas maletas que a cada paso se vuelven más pesadas.
Cojo el tren todas las semanas. Vengo por trabajo. ¿Por qué otra cosa tendría que venir aquí? Hay estudiantes, sí, esta línea también la usan muchos estudiantes. Y luego están los pequeños grupos de excursionistas y de mochileros. Y la gente de los pueblos que va a Tarragona o a Lérida porque tienen que ir al médico, al dentista, al juzgado, a alguna oficina de la administración, a cosas prácticas. Son viajes de ida y vuelta en un día. Y muchas veces van en autobús, que tiene más servicio que el tren.
Yo prefiero el tren, por supuesto. El viaje en autobús es bonito y cómodo, no lo niego. Pero yo, si puedo elegir, me quedo siempre con el tren. Algunas semanas, en mi día libre, que es el miércoles, cojo el tren hasta Lérida. Al poco de salir de L´Espluga, pasamos el único túnel de la línea. Hemos cruzado la vertiente. Ahora los barrancos no van hacia el este, hacia la llanura de Tarragona, sino hacia el valle del Segre, hacia los campos de Lérida. El tren empieza a bajar y muchas veces la zona está cubierta de niebla. O más que eso: parece que la niebla no sea un visitante esporádico sino que viva allí, que aquel sea el país de la niebla. Son cosas del invierno, evidentemente. Del frío del interior más la humedad del Segre, pero pocas veces, en todo el invierno, llego a Lérida sin que la ciudad esté envuelta en la niebla. A mí me gusta. Yo vengo del sol y el calor del mar. Aquello es un paisaje nuevo para mí. Pero al salir del tren me recibe el viento helado que barre la llanura. Y corro rápido a refugiarme en las calles estrechas y transitadas de la vieja ciudad. Dentro de unas horas volveré a la estación. Veré los AVES, que vienen a todo prisa desde Barcelona y se marchan a toda prisa hasta Zaragoza. Los despido con la mirada y me voy a mi regional, que me espera tranquilo, en el último andén.
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