No. Esto no lo he dicho yo. Esto lo he oído en muchos lados, en la cola del paro, en el autobús, en los bares, en una reunión de trabajo (sí, lo de las mujeres se lo oí a un hombre que había encontrado trabajo después de un tiempo estando en el paro, uno de esos que siempre empiezan diciendo: “no, si yo no soy machista pero las mujeres están mejor en casa”, o lo que es lo mismo: “no, si yo no soy racista, pero cada uno en su país”). Y curiosamente últimamente todos han aprendido la lección y luego añaden: “Sí, ya se que esto está mal que se diga”, o incluso van más lejos en su discurso, como una tal Mónica (nombre supuesto) que habló ayer para la Sexta Noticias y que es una de las responsables de ese “supuesto” nido de neonazis que “supuestamente” se dedican a dar comida a los españoles y nada más que a eso. Esa tal Mónica habló muy bien, hay que decirlo, y recalcó que su discurso “no era políticamente correcto”. Y sí, desde luego tenía razón. Su discurso no es políticamente correcto pero eso no quiere decir que mucha gente no piense lo mismo. Y cuando digo mucha gente digo mucha gente. Lo que pasa es que algunos no quieren ver el problema y otros prefieren quitarle importancia diciendo eso de “los españoles no son racistas”. Pues no. Los españoles, cuando les quitan la comida, son tan racistas como todos los demás. ¿Y por qué digo eso de cuándo les quitan la comida? Pues simplemente porque es cierto. Los emigrantes quitan trabajo a los españoles. Los cual tiene una explicación muy lógica que nadie parece querer recordar: los emigrantes llegaron aquí precisamente para hacer el trabajo que los españoles no querían hacer. ¡Oh, sorpresa! Ahora resulta que antes había trabajo para todos y ahora ya no hay ni la mitad del trabajo que había antes. ¿Y qué hacemos? Bueno. Para eso nada mejor que seguir los consejos de ese gran estadista que era Hitler, experto en soluciones cada cual más brillante que la anterior. ¿Cómo acabó con el paro en Alemania? Entre otras cosas, prohibiendo a los judíos prácticamente cualquier clase de trabajo y prohibiendo a los no-arios trabajar en la administración y en trabajos que dependieran del estado. Y ya está. Todos contentos…. Bueno, todos todos no, pero…. En fin, yo me preocupo de los míos y los demás que se apañen…
Me gustaría saber qué brillante solución propugnan hoy en día esos no-neonazis que sólo se limitan a acabar con “la discriminación positiva” que sufren los españoles. Pero mientras espero que se pronuncien al respecto voy a recordar una serie de conversaciones que he escuchado sobre el tema.
En cierta ocasión, en la cola del paro, donde no estaba por gusto, se entiende, una señora se puso a despotricar contra los emigrantes. Y luego al final dijo algo que me hizo mucha gracia: “Y mi ex marido se ha liado con una colombiana y no me pasa ni un duro, y yo muriéndome de hambre”. Bueno, lo de mucha gracia es ironía, desde luego, porque sus palabras me parecieron muy tristes. Como soy educado y no suelo meterme en conversaciones ajenas (aunque la señora hablaba a grito pelao, para que se enterara todo el mundo), no dije nada, pero pensé en lo poco que ha avanzado y avanzará la humanidad. Siempre necesitamos a alguien a quien culpar de nuestros problemas. Pero el verdadero problema de esa señora no son los emigrantes, es su ex marido. Si no le pasa la pensión, que vaya al juez y haga lo que tenga que hacer, y que no venga a marear y a malmeter a la cola del paro…
Otra conversación que me hizo “mucha gracia”: en un pueblo de Alicante otra señora se quejaba de que “con tanto paro que hay en el pueblo” el barrendero era emigrante (bueno, hay que decir que la señora no dijo “emigrante”, sino una palabra muy despectiva que no voy a repetir aquí). Yo le pregunté cuánto tiempo llevaba esa persona trabajando de barrendero y su respuesta fue:” pues ya lleva mucho, por lo menos diez años o más”. Como es lógico me quedé de piedra. ¿Qué pretendía, echar de su trabajo a una persona que encontró trabajo de barrendero cuando en ese pueblo, me costa, había trabajo de sobra para todo el mundo y nadie quería rebajarse a ser un simple barrendero, que durante diez años ha estado pagando sus impuestos como todo el mundo, y sin dar el menor problema? Pues sí. Básicamente lo que pretendía era eso, que se fuera y dejara el sitio a un español.
Y voy a poner dos ejemplo más, el primero escuchado en la televisión española. Una señora (sí hoy va de señoras la cosa) que tenía una granja de cerdos en Teruel en la que tenía dos empleados senegaleses dijo textualmente: “Ahora hay mucha gente del pueblo que me pide ayuda, pero qué quieren que haga, qué eche a estos dos chicos que tanto me han ayudado cuando nadie quería ayudarme, no puedo hacer eso”.
Y la última conversación, para acabar, escuchada hace muchos muchos años, cuando aún no había crisis ni estaba previsto que hubiera ninguna. Otra señora (sí, ya lo he dicho, hoy va de señoras la cosa) que tenía una finca vinícola y una bodega me contó que había contratado a un cuidador rumano porque nadie en el pueblo quería irse a vivir al campo, y que ese cuidador rumano tenía un primo que acababa de venir de Rumanía para encargarse de cuidar otra finca vecina. Yo le pregunté cuándo le pagaba al cuidador y me dio una cifra que era muy buen sueldo, que de hecho era más del que yo cobraba en ese momento en un trabajo “supuestamente” cualificado para el que “supuestamente” se requería título universitario”. Pues sí, así estaban las cosas en la España de hace mucho mucho tiempo, pero a mí no se me ocurrió decir algo tipo “vaya con estos rumanos, nos quitan el trabajo a los españoles”, claro es que entonces no había crisis, ya digo, ni estaba prevista en la “hoja de ruta”.
Pese a todo nada de lo que yo diga aquí, ni nada de lo que he argumentado en público cuando he tenido ocasión y he querido hacerlo, va a cambiar nada. Ante este problema se puede hacer dos cosas, tomar la actitud de la señora de la granja de cerdos de Teruel, que defiende a sus trabajadores extranjeros por fidelidad, por lealdad, por algo que se relaciona con la moral o la dignidad humana, o tomar el camino fácil, el que tomaron muchas otras personas en los países ocupados por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, capaces de denunciar a sus vecinos judíos de toda la vida para quedarse con sus casas y sus campos. Y esto me recuerda una entrevista en El País al actor francés Jean Rochefort, donde contaba que en su calle unos franceses habían denunciado ante la Gestapo a unos vecinos judíos simplemente porque el piso de estos era más grande y “tenía bañera”. Sí, como lo oyen, se puede mandar a un campo de concentración a una familia entera por culpa de una bañera.
Pero claro, ¿cómo van a tener los judíos más derecho a tener una bañera que los franceses? ¡¡Y en la misma Francia!! ¡¡Hasta ahí podíamos llegar!!
Muy bueno el artículo, retrata una realidad, es una pena porque pienso que deberíamos todos ser libres para andar el mundo, pero ciñéndonos a la realidad tienen que haber reglas y controles desde luego. Y ese monstruo del racista siempre anda merodeando por ahí. Ejemplo: en mi país hay veneración por los extranjeros y más por los europeos pero entre nosotros mismos a veces hay discriminación por la raza negra, por al indígena algo menos e incluso en las familias por ejemplo en mi casa yo era la negra, ese era el insulto por ser de piel morena y ellos blancos y algunos rubios, debido al mestizaje.
Yo aquí he sido una privilegiada pero me duele el maltrato hacía otros y no entiendo como se olvida la historia, como no vemos que lindas esas casas y casillos indianos pertenece a cuando los que inmigraban eran los Españoles.
Sin distinción de raza lo que deberíamos es de luchar y cuidar por esta vendita tierra.