Cuando en 1996 el grupo de rock ingles Manic street Preachers triunfó con la canción “If you tolerate this your children will be next” yo era un chaval de poco más de 20 años. Me gustó la canción, compré el disco, pero no entendí bien de qué trataba, y no investigué lo que había detrás. Muchos años después, me topé con un viejo cartel de la guerra civil. El cartel, creado por el servicio de propaganda del gobierno republicano, no podía ser más directo, más lúcido y más profético. Se por experiencia que en algunos casos los carteles de propaganda exageran la realidad, en este caso no hacía falta exagerar nada: un niño muerto por un bombardeo es un niño muerto por un bombardeo. La imagen es suficiente terrible para llamar la atención y para remover conciencias (al menos de los que la tienen). Pero el cartel no estaba destinado a los españoles, que sufrían la guerra todos los días, sino a los que la veían de lejos, a los que tal vez pensaban que aquello no iba con ellos. Y ahí entraba el texto, que era tan terrible y tan acertado, por desgracia, como la imagen: Si toleras esto tus hijos serán los próximos. Esa cartel podía verse en las calles de Londres y otras ciudades europeas en 1937. Algunos le hicieron caso (muchos voluntarios de las brigadas internacionales sabían bien lo que se jugaban, y así lo dejaron escrito), otros no hicieron tanto caso y luego se arrepintieron: como el gobierno americano cuando reconoció que debían haber ayudado a la república (¡a buenas horas!, podríamos decir) y otros, sencillamente, no le prestaron el menor interés. Por desgracia Hitler y Mussolini se encargaron un par de años después de dar la razón a los republicanos españoles. Después de todo sabían muy bien cómo hacerlo: la España republicana había sido un campo de pruebas perfecto. Los bombardeos aéreos habían sido una novedad en la guerra civil española, pero luego se convertirán en algo cotidiano, no sólo en la Segunda Guerra Mundial, sino en casi todas las guerras posteriores.
Volviendo a la canción de Manic Street Preachers. Uno podría preguntarse por qué un grupo de rock inglés de la década de los noventa ha decidido escribir una canción sobre una guerra que sucedió cincuenta años antes y en un país extranjero. Para empezar porque muchos ingleses lucharon en ella. Lucharon voluntariamente, lucharon porque creyeron que era su deber hacerlo. Lucharon llenos de idealismo y también, hay que decirlo, de espíritu de aventura. Para venir a jugarte la vida a un país que no es el tuyo y sin que nadie te obligue tienes que tener las ideas muy claras y ser un poco temerario. Así eran dos de los protagonistas de este artículo, dos escritores que quisieron hacer por la República Española algo más escribir en sus diarios (el caso de George Orwell, que llegó como periodista) o que coger ideas para sus novelas y debutar cómo director de cine (el caso de André Malraux). No fueron los únicos, Hemingay también merece un lugar especial. No llegó a combatir directamente, pero se implicó mucho más de lo que su trabajo de corresponsal le obligaba a hacer. Por poner un ejemplo recordaremos como compró ambulancias para la republica, pagándolas si hacia falta de su bolsillo.
Pero Hemingay apenas pisó el frente de Aragón, lugar de acción de nuestros dos protagonistas. Estuvo en el Ebro y allí estuvo a punto de morir ahogado al cruzarlo con una barca rudimentaria, pero casi todo su trabajo se desarrolló en Madrid. En cambio, Orwell y Malraux pasaron buena parte de la guerra en el frente de Aragón, Orwell en las trincheras de la Sierra de Alcubierre, en los Monegros, y Malraux volando sobre las sierras de Teruel en los aviones que él había conseguido para el bando republicano, que, como es bien sabido, estaba muy necesitado de casi todo. Los dos sobrevivieron y los dos escribieron sobre lo que habían vivido. Orwell, que aún no era el famoso escritor de “La rebelión en la Granja” o “1984” escribió un libro fundamental: “Homenaje a Cataluña”, y Malraux escribió una novela: “la esperanza”, que inmediatamente después fue convertida en película. Esta película fue financiada por el gobierno republicano y contó con la colaboración de otro gran escritor, español en este caso: Max Aub. “La esperanza”, el título de la película (aunque también es conocida como “Sierra de Teruel”), narra algunas de las experiencias de Malraux como piloto de combate, se rodó en plena guerra, en la retaguardia del frente de Aragón, con los problemas que eso suponía, y que se tuvo que acabar en París, pues tanto Malraux como Orwell tuvieron que abandonar precipitadamente España. Esto es algo más que una mera coincidencia, pero no es la única: Malraux sufrió un accidente de aviación y Orwell estuvo a punto de morir en la trinchera cuando una bala nacional le atravesó el cuello. Sin embargo, sobrevivieron, y luego, inmediatamente, pudieron volver a hacer algo más por la republica, por la democracia, otro modo de lucha contra el fascismo: escribir.
Los que hemos tenido la suerte de no vivir ninguna guerra, no necesitamos más que leer unas cuantas páginas de “Homenaje a Cataluña”, para hacernos una idea veraz de cómo fue aquello. “No luchábamos contra los fascistas, luchábamos contra los piojos”, llega a decir Orwell. Sus descripciones de la vida en el frente son tan exactas y a la vez tan escuetas que es muy fácil ponerse en la piel del escritor. Pero si no tienen bastante con el libro, o mejor dicho, porque no deberían tener bastante con el libro, si tienen ocasión viajen hasta el pueblo de Alcubirre, en la Huesca, y siguiendo las indicaciones lleguen hasta las antiguas trincheras, muy cercanas al pueblo. Verán que han sido restauradas. Que han sido acondicionadas para ser visitadas. Verán que el gobierno de Aragón ha editado unos magníficos folletos explicativos. Verán que hay paneles y carteles con fotos y señalizaciones, que hacen muy cómodo e interesante el paseo por ese lugar. Pero sobretodo salgan de la senda, métanse en el monte, contemplen la tierra reseca, el altiplano árido y frío, recuerden como Orwell nos habla del frío, de la soledad, de la desesperante rutina, de la continua visión del enemigo, tan cerca pero tan inalcanzable (al igual que las luces de la ciudad de Zaragoza, que Orwell llegaba a ver desde su posición en las noches despejadas), de la suciedad y la sed, y del ansia de lucha y del miedo, del dolor, de los compañeros caídos, de las falsas noticias, y de las malas noticias que caían en forma de papel desde aviones enemigos (la noticia de la caída de Málaga a manos de los nacionales, llegada del cielo para desmoralizar a unas tropas a las que si algo sobraba, o menor dicho, a las que casi lo único que no les faltaba, era la moral), y de la larga y postergada esperanza de victoria. Si están un momento solos y cierran los ojos casi podrán imaginarse que son George Orwell, o cualquiera de sus compañeros del POUM. Siempre conservando el buen humor. “Mañana nos tomaremos un café en Huesca”. Esa era la broma habitual. Cada día, cada semana, esperando la ofensiva, esperando la gran batalla entre escaramuzas inútiles, piojos y frío. Al final la ofensiva llegó pero Huesca resistió. Orwell fue herido, pasó por diversos hospitales: Siétamo, Barbastro, Lérida, Monzón… Y luego volvió a Barcelona y se enteró que su partido adoptivo, el POUM, había sido ilegalizado. Orwell lo cuenta todo con pelos y señales. No ahorra ningún sufrimiento al lector. Pero hace también algo muy importante: se molesta en rebatir a otros corresponsales, algunos de los cuales escribían sus crónicas sin pisar el lugar de los hechos. Incluso mintiendo descaradamente. Al final tuvo que salir del país casi como un fugitivo. Pero siempre le quedó pendiente algo. “Si alguna vez regreso a España, me tomaré un café en Huesca”. No lo hizo. No pudo hacerlo. Si ustedes pasan por Huesca, si creen en la literatura y en la verdad, tómense un café en recuerdo suyo.