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LA EXTRAÑA MUERTE DE LUIS MARTIN SANTOS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Benjamín Prado no cree en la teoría conspirativa. “Simplemente, Martín-Santos había dormido poco y había bebido mucho la noche anterior, y aunque resulta obvio que estaba deprimido y que en él había una cierta tendencia a la autodestrucción, también queda claro que no fue un suicida, sólo un imprudente”. Para él, en este caso, la realidad es más pobre que la ficción. Pese a todo, y en parte porque sigue al pie de la letra la tesis de su biógrafo, José Lázaro, y en parte porque no puede dejar de hacerlo, también nos dice algo inquietante: “unos dijeron que se había matado intencionadamente, porque cuando su coche se estrelló contra un camión, en Vitoria, su mujer acababa de morir también, en circunstancias tan extrañas que nunca se supo si se trató de un suicidio o de un accidente; otros creyeron que se trató de un crimen, y que los servicios secretos del franquismo lo habían eliminado por su militancia en el PSOE…”. Pese a todo, olvida o no menciona un hecho: el propio autor decía que querían matarlo. ¿Pero es el propio autor un personaje de fiar? ¿No hemos quedado que “resulta obvio que estaba deprimido y que en él había una cierta tendencia a la autodestrucción”? ¿No hemos quedado que “su mujer acababa de morir también, en circunstancias tan extrañas que nunca se supo si se trató de un suicidio o de un accidente”? ¿Entonces? ¿Creemos a su biógrafo? ¿Damos carpetazo al asunto? ¿O mantenemos el caso abierto?

 

Investiguemos un poco en la vida del escritor. Para empezar leamos el artículo de Benjamín Prado. Es una reseña del libro Vidas y muertes de Luis Martín-Santos, la primera y única biografía hasta el momento del autor de una novela fundamental: Tiempo de silencio. ¿Y de qué más? Pues lo siento. Pero de nada más. Benjamín Prado, en su crítica para El País (28 de Febrero del 2009) nos habla de una segunda novela: Tiempo de destrucción, pero no nos aclara que pasó con ella. Sí nos da otro dato, que más bien es una afirmación: “Por ejemplo, tras leer las diferentes descripciones de su accidente queda claro que no pudo ser más que eso, un accidente: nadie se suicida con su padre y un amigo dentro del coche”. ¿Pero por qué querría suicidarse alguien que tenía un buen trabajo, con tres hijos, que había alcanzado el éxito con su primera novela, que estaba comprometido con la militancia política clandestina (y de un modo mucho más intenso a lo que se venía pensando, tal como demuestra la citada biografía de José Lázaro, donde se insinúa, a partir de diversos testimonios, que podría haber llegado a secretario general el PSOE), que estaba trabajando en su segunda novela? Para contestar esto hay que remontarse un año antes, a la muerte de su mujer. Respecto a esta la opinión de José lázaro, el biógrafo, es contundente: no fue un accidente, fue un suicidio.  Así que de una pregunta pasamos a otra: ¿Y qué explica el suicido de su mujer? Rocío Laffón tenía tres hijos y un marido que, además de novelista de éxito, dirigía el Sanatorio Psiquiátrico de San Sebastián. Si su muerte fue un accidente deliberado (tesis que es aceptada por José Lázaro y de la que se hace eco Benjamín Prado), ¿qué motivos le llevaron a hacerlo? ¿Y hasta qué punto esa muerte no puedo haber incitado a su marido a hacer lo mismo un año después?

“Resolver el pasado es un empeño idiota. ¿No es mejor que los muertos se acostumbren a estar muertos?”, esta frase, tomada de la que iba a ser la segunda novela del escritor, le sirve a Benjamín Prado para encabezar su artículo. Es una frase que resulta muy curiosa si se tiene en cuenta que proviene de un escritor y militante político al que le han censurado su novela, al que le han detenido varias veces, al que vigila continuamente la policía, que trabaja como director de un manicomio, que se hizo médico para, como el mismo cuenta, curar a su madre, que no puede olvidar a su esposa muerta y probablemente suicida… En fin, que tal vez nunca sabremos lo que le pasó por la cabeza aquel día, o qué pasó en aquel coche en los segundos previos al accidente, pero a mí me surge, pese a todo, otra pregunta: ¿Si había bebido tanto y dormido tan poco, por qué le dejaron conducir? Si cogemos a alguien que ha bebido mucho y dormido poco, que está deprimido y tiene tendencias destructivas, que está acosado por la policía franquista, ¿cuál es la probabilidad de que el viaje acabe mal?

 

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