A Maurice Utrillo se le podía ver siempre de parranda con sus amigos Modigliani y Chaim Soutine. De hecho, en una de esas noches locas, acabaron robando un buey de un matadero de París, pero no para comérselo: para pintarlo. De ahí salió el cuadro titulado precisamente así “Buey desollado”, y que no es otra cosa que un plagio-homenaje al cuadro que Rembrandt pintara en su día. Se podría decir que su primera pasión no fue la pintura, sino el alcohol. Con sólo 18 años fue internado por primera vez en una clínica para realizar un tratamiento de desintoxicación. Por eso su madre, que era modelo y pintora (luego hablaremos de ella) pensó que la pintura le serviría de terapia. Y acertó. Las madres suelen tener un buen sexto sentido…
Con esto la madre pudo respirar tranquila por un tiempo, pero como ella misma decía: “Sólo un milagro podrá salvarlo cuando yo muera”. Y el milagro se produjo. Maurice se casó con una viuda americana, muy rica y aún joven, que había ido a Francia para ser pintora, y que se había dejado guiar por las palabras de una echadora de cartas, como muy bien contó Manuel Vicent en su artículo sobre la milagrosa boda del pintor (Babelia, 11/12/2010). Pero en realidad el milagro había empezado mucho antes, cuando un escritor y crítico de moda llamado Octave Mirbeau vio uno de sus trabajos y contó a los amigos: “He descubierto a un deshecho humano, borracho epiléptico, que es un verdadero genio. Daos prisa a comprar porque no le queda mucho tiempo”. Sus amigos compraron. Sin embargo Maurice no quiso complacerlos. Tal vez estaba destinado a morir pronto y no dejar un bonito cadáver, pero Maurice le hizo un buen regate al destino y se permitió el lujo de morir de viejo en 1955, cuando tenía la respetable edad de 72 años. Con la mala vida que había llevado no está nada mal.
Pero en la vida de Maurice Utrillo hay muchas sorpresas y muchos misterios. Otros pintores malditos no tuvieron tanta suerte. Su gran amigo Modigliani, sin ir más lejos. Maurice y Modigliani tenían un carácter y unas aficiones muy parecidas. Maurice sabía lo que era ir de puta en puta y de celda en celda. Pero por alguna extraña razón les caía lo suficientemente simpático a las putas y a los policías para que tanto los unos como las otras le pidieran un cuadro suyo como pago por sus favores. Y si la historia ya es extraña de por sí misma, más extraño resulta imaginar a las putas de París aceptando cuadros a cambio de sexo y a los policías de París aceptando cuadros a cambio de liberar al detenido. Pero lo cierto es que, pese a todo, Maurice Utrillo tenía suerte. Y eso que él siempre se sintió mal consigo mismo. “Mi madre es una santa y yo soy un borracho miserable”, solía repetir.
Todo arranca de no saber quién era su verdadero padre. Porque sí, su madre sería una santa (eso no lo duda nadie), pero lo cierto es que, como modelo, había posado para pintores tan importantes como Renoir y como Degas y había mantenido relaciones sexuales con ambos, además de otros pintores de segunda o tercera fila como Boissy, que por cierto era alcohólico crónico. Y todo esto en el momento en que fue engendrado Maurice. (Un apunte más: tanto Renoir como Degas ya se molestaron en su momento en negar la paternidad, tal vez porque estaban hartos de las habladurías.) Naturalmente esto no debería tener mucha importancia, sobretodo porque poco después Miguel Utrillo, un ingeniero español que se había convertido en escritor y crítico de arte, accedió a darle su apellido. Pero el asunto de la paternidad Maurice Utrillo lo llevó siempre muy mal. Y esa fue una de las causas de su temprana afición por la bebida. Y con esto ya tenemos los ingredientes del drama: hijo sin padre de hermosa pintora (Suzanne Valadon, ya es hora de ponerle nombre), atormentado y enfermo (además de alcohólico tuvo frecuentes episodios de esquizofrenia, que lo obligaron a ser internado varias veces en un manicomio), desconocido como pintor, pobre y medio vagabundo, acaba convertido en uno de los pintores las famosos de Francia, se casa con rica viuda y se convierte en apacible anciano. Y todo por arte de…
¿Qué ponemos, qué podemos poner? Este final parece un final de película cursi. Casi de telenovela. Pero es que, a veces, a la vida le gusta saltarse su propio guión…