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Fin de la ‘Crisis de los misiles’

Hoy, sí que sí, se puede decir que nos libramos —una vez más. Después de la que voy a contar habría alguna que otra también de aúpa— de irnos todos al garete. Y es que este 28 de octubre, pero de 1962, americanos y soviéticos se dijeron que vale ya de tanta tontería y si tú no me tocas las narices, yo a ti tampoco. Y así quedó la cosa; que fue, como digo, el día que acabó la que se llamó Crisis de los misiles.

Tras derrocar a Fulgencio Batista y triunfar la revolución en Cuba, a EE. UU. le hacía una gracia inmensa encontrar a un aliado de la URSS a algo más de 150 kilómetros de las playas de Florida; pues con la llegada de Fidel Castro al poder, los soviéticos daban palmas con las orejas sin fin. Un gobierno comunista a las puertas de EE. UU. Como marrano en lodazal, vamos. Y más cuando Castro tardó menos y nada en reconocer su apoyo a la URSS, lo que le valió un bloqueo económico de la isla decretado por la Administración Kennedy.

Y sí, lo que todo el mundo veía que iba a pasar, pasó; que los soviéticos tardaron un silbido y medio en mandar misiles para la isla para solaz de Castro y cabreo de los norteamericanos. De esta manera, los soviéticos les devolvían la gratitud por emplazar misiles apuntando a su territorio desde Turquía. Que la alegría sea lo más universal posible, venga.

Eso sí, los soviéticos negaron todo —como siempre— hasta que un avión espía norteamericano descubrió el pastel con unas fotos preciosas de los misiles soviéticos en suelo cubano. Y, claro, a Kennedy se le subieron los demonios, y se lio. Pero parda, pues estuvimos a nada de irnos al otro barrio cuando el órdago de uno —Kennedy— lo subía el otro —Jruschov— y viceversa. Quince días conteniendo la respiración el mundo, que no es poco. Hasta que, al fin, este 28 de octubre de 1962, el segundo le pidió al primero dejar de apuntarle con sus misiles en Turquía —“tate quieto ya”, y eso— y no invadir Cuba a cambio de desmantelar la base soviética allí instalada.

A raíz del episodio vino lo de la instalación y puesta en marcha del teléfono rojo para que unos y otros se pudieran contar lo que fuera sin necesidad de poner al resto al borde del abismo. Que no es poco.

 

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