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Se llamaba Milagros

Los que nos dedicamos al noble oficio o afición de juntar cuatro letras solemos plantearnos el contacto directo con el lector como el momento del veredicto final; si esas letras que tantas noches de insomnio y dolores de cabeza te han provocado cuentan con su aprobación. Momentos que deparan todo tipo de historias. La que traigo hoy es de las más bonitas que me han ocurrido hasta la fecha. Y su protagonista se llamaba Milagros.

Ocurrió tal que un lunes 23 de abril, Día Internacional del libro. El lugar, la Casa del Libro de la madrileña calle de Fuencarral. Una mesa, dos montones de libros sobre ella y detrás un servidor. Sobre la mesa, también, un bolígrafo, por si se tercia la cosa. Y más cuando se te ha requerido para firmar libros en una fecha como aquella. A mi lado, otro escritor; misma suerte, misma incertidumbre. Ojos curiosos que te miran, algunos que se posan sobre tu persona y después sobre esa obra que has escrito; incluso valientes que se acercan, la ojean y preguntan con la intención de saber qué te traes entre manos.

– ¿Y esto se parece al Clan del oso cavernario? -inquiere un joven que ha llegado hasta ti sin saber cómo ni porqué.

– Distinto, aunque también basado en la prehistoria. Es una historia que he querido…-suelto tratando de atraer su atención.

– Ah… -responde cortante y tajante, para que no sigas con el rollo. El supuesto interesado deposita nuevamente el libro en el montón junto a los demás y se marcha, mirando a todas partes como si no supiera qué diantres le ha llevado hasta allí.

Entonces aparece ella. Silenciosa y tímida. Se acerca y coge un libro. Con una media sonrisa lo examina de arriba a abajo y escupe con inocencia:

– Es caro…

Me encojo de hombros y le devuelvo esa media sonrisa que te despierta una incipiente simpatía.

– ¿No lo hay más barato?

Como buenamente puedo le explico que la única rebaja que se puede hacer es la que se aplica por ser el Día Internacional del Libro. Se llama Milagros, aunque eso lo sabré más tarde. Baja estatura, penetrantes y acuosos ojos negros y una media sonrisa que en ningún momento esconde, ni quiere hacerlo. Deja el libro en el montón que tiene más cercano y se acerca al de mi compañero de firmas. Toma el que tiene más a mano, lo mira y me espeta con la misma inocencia que antes ha demostrado:

– Este es más barato…

Su autor la mira con cierta cautela mientras asiento con la cabeza. Milagros quiere saber de qué van nuestras historias. El otro autor le explica que el suyo es un libro de relatos. El mío, en cambio, es una historia. Una novela.

– Es más corto y más pequeño… -advierte con sinceridad Milagros, señalando el de mi vecino de letras.

Me vuelvo a encoger de hombros. Tiene toda la razón. Revisa una y otra vez el libro de mi compañero de fatigas esa tarde. “Ahí tienes tu primera firma, compañero”. Batalla perdida. No me queda otra. De pronto, repite la misma acción: devuelve el libro al montón del que lo ha cogido y se marcha. Mi colega de letras me mira brevemente y regresa a sus quehaceres, pues tiene visita.

Pasa el tiempo. Diez, quince minutos. Acaso veinte. Amigos que vienen a verte, alguna que otra firma y alegría por reencontrarte con aquellos a los que llevas bastante tiempo sin ver, y que se dejan caer por allí. Y, para mi sorpresa, reaparece Milagros. Esta vez se va directamente hacia una estantería situada a mi espalda. La observo con curiosidad. Se detiene y husmea. Toma un libro, lo revisa y viene hacia mí. Sonrío. Ella, también. Y coge un ejemplar de mi novela. A bocajarro, sus palabras me cogen desprevenido:

– ¿Cuál es mejor? -me dice mientras sostiene ambos en sus manos.

Suspiro, y una clara sonrisa se dibuja en mi cara. No puedo evitarlo. Ni la reacción ni tampoco la respuesta:

– Milagros, te voy a dar un consejo: nunca le preguntes a un escritor si su libro es mejor que otro, pues casi siempre te dirá que sí.

Milagros ríe con ganas. Una risa franca, clara e inocente. Posa su vista en el montón de mi colega de letras, que al verla nuevamente esta vez no le presta atención alguna. Vuelve a dirigirme su acuosa mirada. Ahora también tiene en sus manos el de mi compañero. Tres elecciones. La cosa se complica. Los mira, una y otra vez. Tic, tac, tic, tac. Pasan los segundos. El tiempo se ha detenido para ella y para mí, que sigo observándola con el deseo de conocer cuál será el desenlace. Me mira, luego a los libros. Dos, tres veces. Entonces coloca con parsimonia el de mi colega de letras en su montón correspondiente, así como el que ha extraído de su correspondiente estantería, y regresa a mi mesa con el mío entre sus manos.

– ¿Entonces está bien? -me pregunta otra vez, enseñándome el ejemplar de mi novela.

– Te gustará, Milagros, te gustará. Pero tienes que decidir por ti misma lo que realmente te apetezca leer.

– ¿Voy a llorar? ¿Hay amor? -desea saber, con infinita ternura.

– Ambas cosas, Milagros. No como las conocemos ahora, pero las hay. Y también miedo, ira, aventuras…

Milagros se muerde el labio inferior y me mira fijamente. Me lo está diciendo todo. No puedo engañarla y ella lo sabe. Y sonríe por última vez. Me ofrece el libro y me pide con mucha suavidad:

– ¿Me lo puedes firmar?

Asiento pidiéndole su nombre para estampar la dedicatoria. “Sé que le gustará”, pienso mientras se lo dedico. Ella también lo puede leer en mi mirada al devolverle el ejemplar en el que va impreso su nombre. Un susurrante “muchas gracias” cierra la conversación y la veo alejarse con tranquilidad, sin prisa. La que tienen aquellas personas cuyo mundo se reduce a cosas pequeñas e insignificantes, pero en el que cada detalle sólo conduce a la felicidad. Una felicidad que muchas veces a tí también te gustaría disfrutar.

 
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2 de respuestas

  1. Tierna historia que reproduce fielmente lo que se vive con frecuencia en una firma de libros.Esa jovencita no sabía aun que hay por ahí una biblia para mujeres que se llama «50 sombras de Grey», que si no te quedas sin venta. Buscan eso, llorar o emocionarse mucho con historias románticas. Aunque sean de vampiros.
    A mí me ocurrió que, en pleno matinal de firmas de un libro mío de relatos, llegó mi amigo José, el taxista, y sin apenas hacer caso a mi gran obra se puso a hacerme publicidad de un libro maravilloso que estaba leyendo en esos momentos»Duelo de tronos», o algo así.No tuve más remedio que decirle: «¡Pero…a mí que me importa ese libro, aquí estamos para hablar del mío! A día de hoy, dos años después, aún no lo ha leído. Me dijo la semana pasada que lo haría cuando terminara otro que tenía ahora entre manos.
    Te encuentras de todo rodando por ahí con tus libros en busca de quien los quiera adoptar. Eso sí, previo pago, claro. ¡Faltaría más!
    Un placer leerte.
    Un abrazo.

    • victorfernandezcorreas

      El placer es mío por leer tus atinados comentarios. Y efectivamente es así, Andrés. Libros huérfanos de cariño y lectura.

      Un saludo y gracias por tu lectura.

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